Economía
Ver día anteriorLunes 6 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sociedad cerrada y sus defensores
E

n Adén, Arabia, publicado en 1932, Paul Nizan expresaba el sentimiento de un joven francés ante la sociedad de aquel tiempo: Tenía 20 años. No dejaré que nadie diga que es el mejor tiempo de la vida. Todo amenaza a un hombre joven con la ruina: el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los adultos. Es difícil aprender cuál es el lugar de uno en el mundo. Se trata de una novela que transcurre en un viaje por Adén, en Yemen, en el extremo sur del Mar Rojo. Es la crónica de un escape.

Puede parecer cursi volver a Nizan para pensar en lo que ocurre en medio de la crisis económica que abarca hoy al mundo de una u otra forma, más o menos grave. Y, sin embargo, si Nizan escribiera unas cartas desde un Adén imaginario podría decir en 2013 algo muy similar a lo que aquel joven de 20 pensaba hace 80 años. Es más, podría ampliarlo hasta aquellos que tienen ahora 30 o más y que enfrentan un difícil entorno personal, de trabajo y, sobre todo, expectativas muy pobres para el futuro.

Claro que pensar en estos términos puede verse como algo anacrónico, sobre todo en esta era de una racionalidad económica y política tan rígida y totalitaria, extendida por todas partes y que castra el pensamiento y la imaginación convencionales. Hay que admitir con seriedad que un pensamiento alternativo lo hay, pero está aún en el margen. Sobre todo cuando las cifras del déficit y de la deuda públicas, de la inflación, del crecimiento del producto, del desempleo, de las tasas de interés y de la atención a lo que hacen los inversionistas en el mercado de dinero y de capitales son las referencias primordiales para discutir lo que está pasando. Ya sea en las sociedades más ricas, en las de desarrollo emergente y en las más pobres, es decir, en todo el mapa.

La economía como disciplina no ofrece en medio de la crisis un asidero para contrarrestarla. Llevar a las economías a un ajuste basado en la austeridad a ultranza, a unas tasas de interés fijadas por los bancos centrales de prácticamente cero, que indica que el valor del dinero es casi nulo, son manifestaciones de una pésima gestión política y social.

Y eso, únicamente por el enorme desperdicio que provoca en cuanto a la vida de los seres humanos y el uso de los recursos materiales. Todo eso pasa mientras se siguen acumulando ganancias financieras. Lo que está fuera de foco es la creación de riqueza, las fuentes de empleos, ingresos y bienestar. Muy distinto de la especulación.

La Unión Europea, por ejemplo, ha reconocido luego de más de cuatro años que la situación del desempleo en España es alarmante. ¡Vaya capacidad de análisis y de mentes abiertas! En 2012 la tasa de paro en ese país había llegado a 25 por ciento y en el caso de los jóvenes superaba el 50 por ciento. Este año se estima que llegará 27 y las previsiones son de que apenas bajará a 26.4 el año entrante. Nada de qué impresionarse y, además, creer que la gente resistirá todo.

En otros países de esa región (Francia, Inglaterra, Italia, Portugal) la situación laboral empeora y la acción de los gobiernos es tibia, cuando más si no es que está en parálisis. El panorama es funesto para parafrasear a Carlyle, una vez más, que en la primera mitad del siglo XIX llamó a la economía la ciencia lúgubre.

El caso es que aún entre los inversionistas se admite que la capacidad de previsión del desempeño de la economía es muy reducida. Estas son en general bastante malas, son hipótesis más o menos educadas y en el peor de los casos adivinaciones que no logran sostenerse más que en periodos cada vez más cortos.

Los modelos econométricos combinan una serie de variables conocidas, datos que se recaban de manera cuestionable a las que se asigna una cierta aleatoriedad para hacerlos más reales. Hay un pequeño escándalo en Chile acerca de la falsedad de los datos de inflación y crecimiento del gobierno, y eso en un país que era ejemplo de gestión, un pequeño milagro regional. Hay otro en torno a la previsión de dos influyentes economistas que aseguran que cuando la deuda pública llega a 90 por ciento del PIB, éste se desacelera. Se encontró que había problemas en la hoja de cálculo usada para tal argumento, que ya se había avalado entre los expertos del FMI y de los gobiernos que alientan el ajuste.

En los mercados, las proyecciones ofrecen un escaso valor para quien invierte y sirven para acomodarse más o menos a lo que está sucediendo. Por eso se dice que los mercados descuentan las expectativas fijando los precios y cantidades correspondientes.

En fin, que la caja de herramientas se adapta cada vez menos al grosor de la tuberías, la dimensión de los tornillos y las tuercas o a los engranajes que definen el funcionamiento del sistema de producción, distribución y financiamiento vigentes. Por eso es que la austeridad sólo puede agravar la situación. En Estados Unidos los intentos por generar una expansión son limitados, en Japón, aún más.

En México siempre se proponen ilusiones. Aquí medimos la tasa de ocupación y no la de desempleo. No es lo mismo estar ocupado que tener un empleo con beneficios (lo que se llama formal). En las encuestas de ingreso y gasto de los hogares y en la de ocupación el Inegi cuenta ya 60 por ciento de la población económicamente activa en el sector informal y con ingresos sumamente bajos. Hasta hace un par de años lo más que se admitía era menos de 30 por ciento de informales.

Las previsiones de crecimiento del gobierno ya se están cayendo apenas a cinco meses de haberse formulado; cae el producto, caen las exportaciones, estamos llenos de inversiones de fuera en el mercado de deuda pública, las remesas disminuyen cada mes. No somos una isla y el entusiasmo que ha generado la política de reformas dentro y fuera no parece tener un asidero sólido.

A mi me gustaría recibir unas Cartas de Adén.