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Ver día anteriorLunes 6 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un regalo
H

ace algunas semanas, mientras esperaba en la antesala de la oficina de un alto funcionario, mis ojos se toparon con el lomo de un libro que descansaba, todavía cerrado, en la estantería que adornaba el espacio inexpugnable. Me costó trabajo decidirme a tomarlo y a liberarlo de su envoltorio de plástico pues, aunque en esas salas de espera por lo regular se está solo, uno se siente siempre vigilado. Por fortuna mi curiosidad fue más grande que mi buen comportamiento y lo abrí. Me encontré con una sorpresa que, un poco más tarde, después de firmar mil y un recibos y gracias a la generosidad de una joven dedicada a las relaciones públicas de la oficina que visitaba, se convirtió en un regalo fuera de lo común, extraordinario.

Se trata de Gamoneda bibliógrafo. Librerías, archivos y bibliotecas, biografía de Francisco Gamoneda escrita por Xabier F. Coronado y publicada por el Fondo de Cultura Económica. Regalo enorme, insisto, pues me hizo descubrir a un personaje capital de la historia de la cultura del siglo XX mexicano.

Gracias a la cuidada y amorosa labor de Coronado sabemos hoy que Francisco Gamoneda llega al México de las postrimerías del Porfiriato en 1909 y de inmediato se hace indispensable en la vida de las letras, la bibliofilia y el pensamiento. Regentea la indispensable Librería General en la que se proveían Antonio Caso, Alfonso Reyes, Antonio Castro Leal, Alfonso Cravioto, Saturnino Herrán, Manuel Toussaint y era lugar de reunión del Ateneo de la Juventud en pleno. En el apogeo de la revolución, en 1915, funda la Librería Biblos a la que acudían también Ramón López Velarde, Luis González Obregón, Artemio del Valle Arizpe, el Dr. Atl, Genaro Estrada, Federico Gamboa, Manuel M. Ponce, Carlos del Castillo, quienes la convirtieron en el lugar ideal para conversar, compartir ideas y deseos de cambiar el mundo. En ese mismo año, en los espacios de Biblos se inauguró la primera exposición de José Clemente Orozco, una serie de acuarelas agavilladas con el título Casa de lágrimas.

Como si esta obra fuera poco, es a partir de 1920 cuando la labor de Francisco Gamoneda se hace aún más trascendente como fundador de instituciones que son faro de la historia de México. Entre ese año y el de su muerte en 1953 convence a todo el que se cruza en el camino con la elegante claridad de sus ideas y funda, organiza, cataloga y le otorga vida al Archivo Histórico de la Ciudad de México, la Biblioteca y la raíz del Museo de la Ciudad, el Archivo y la Biblioteca de la Secretaría de Hacienda que hoy es la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, la Biblioteca del Congreso de la Unión, las Bibliotecas Populares como un sistema que desde entonces buscó llenar la ciudad de ellas, organizó asociaciones de bibliotecarios y archiveros –como el prefería llamar a los trabajadores de los archivos– y claro, también organizó e impartió cursos de biblioteconomía y archivonomía.

En su entregada labor Francisco Gamoneda me recuerda a Antonio Pompa y Poma, titán de la antropología mexicana que durante décadas dirigió, como nadie en su historia, a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia que es, sin duda, el más extraordinario acervo para el conocimiento de la historia antigua de México.

Francisco Gamoneda y Antonio Pompa y Pompa supieron como nadie que la magnitud del conocimiento y la cultura hace de los libros, los archivos y las bibliotecas, instrumentos solares de nuestra sociedad. Porque la idea de una comunidad universal no es un sueño, se completa cabalmente con la existencia de una biblioteca.

Sí, ellos lo sabían. En una biblioteca todo es diálogo. A través de ese instrumento tan preciado en la tarea educativa que es el libro, el autor siempre habla con los otros; poemas y ensayos dialogan entre sí; civilizaciones e historias distintas se encuentran; nos salen al paso a través de puertas y puentes hasta entonces ignorados; las palabras hablan entre ellas; las risas también cuentan y participan en ese diálogo que hacen nacer. Estar en una biblioteca es participar de la sabiduría de todos los hombres. Y es que, como dijo Octavio Paz, todas las grandes cosas de los hombres han sido hijas del diálogo.

Para honrar el trabajo y la memoria de esos dos grandes hombres que fueron Francisco Gamoneda y Antonio Pompa y Pompa hemos de convertir a las bibliotecas mexicanas en el aula máxima. Hemos de mirarlas, también, como el espacio de recreo del espíritu.

Gracias al legado de Francisco Gamoneda y Antonio Pompa y Pompa hoy sabemos que un bibliotecario organiza y teje los azares. Ese es el sentido que les otorga George Steiner cuando dice que “el encuentro con el libro, como con el hombre o la mujer que va a cambiar nuestra vida, a menudo en un instante de reconocimiento del que no tenemos conciencia, puede ser puro azar… porque un libro original nunca es impaciente. Puede esperar siglos para despertar en sus lectores un eco vivificador”.

Esa es la sabiduría que con su obra nos transmiten Francisco Gamoneda y Antonio Pompa y Pompa, día tras día, cada vez que abrimos un legajo de documentos o las páginas de un libro en las bibliotecas que con tanta paciencia, ingenio y amor crearon para nosotros. Con ellas construimos nuestra historia. Ese si es un regalo.

Twitter: cesar_moheno