Las fases del genocidio
y la peculiaridad guatemalteca


Jacinta Chi Tun a la puerta de su casa, Monte Cristo, Yucatán, 1971.
Fotos: Macduff Everton

Marta Elena Casaus Arzú

El genocidio no es simplemente un acto exterminador aislado contra un pueblo o grupo religioso, sino un proceso paulatino de destrucción de los sujetos y deshumanización de las víctimas hasta llegar a su exterminio físico. Para Daniel Feirstein el proceso genocida tiene varias fases. La primera, cuando se comienza a construir a quien se considera como otro en negativo, estableciendo tópicos o estereotipos para justificar su exclusión o eliminación. En Guatemala esta fase ya estaba prácticamente establecida por el prejuicio racial contra los indígenas. Sólo había que añadirle subversivo, comunista, guerrillero, no normalizable.

Enseguida se generaliza el estigma de manera absoluta: “Todos los indios son subversivos o sujetos de subversión”, son “violentos y una amenaza para la Nación”. La intención es volverlos “normales”, “borrarles lo ixil y ladinizarlos”. Si no quieren, se les destruye. En esta primera fase, la imagen negativa del indígena se aprende en las casas, en las escuelas del ejército, kaibilizando la guerra. Los testimonios de kaibiles en el juicio y su adoctrinamiento contra los indígenas son una buena prueba de la ideología y prácticas racistas.

La segunda fase es la campaña de hostigamiento porque el “otro” es el culpable de los males. En Guatemala, el indígena se convierte en “soporte de la guerrilla”. Los diversos planes (Victoria, Firmeza, Sofía) se inician con la persecución del “otro” y el prejuicio hace que se consideren todas las comunidades ixiles como subversivas. Se les identifica como enemigo interno: “hay que cortar la semilla del mal”.

En otros genocidios, como el judío o el bosnio, se intenta aislar espacialmente a la población y concentrarla en guetos, campos de concentración o de refugiados para apoderarse de sus tierras y bienes. En Guatemala fue previo porque los ixiles y achíes ya estaban aislados en las montañas y caseríos. En los planes y los diagnósticos de los mandos se decía que su aislamiento permitía la ”intervención roja”.

El asilamiento espacial y la concentración de aldeas estratégicas se produjeron después del exterminio. Allí se dan los principales desmanes de violación, servidumbre sexual, tortura, vejaciones, con el fin de “normalizarlos”. Así empieza la fase de etnocidio, cuando entran a funcionar otros planes como “Techo, tortilla y trabajo” o “Fusiles y frijoles”, al intentar arrebatarles su cultura, su traje, su religión.

El genocidio no es simplemente un acto exterminador aislado contra un pueblo o grupo religioso, sino un proceso paulatino de destrucción de los sujetos y deshumanización de las víctimas hasta llegar a su exterminio físico

El Plan Sofía habla de capturar y concentrar en los campos a los sobrevivientes para “borrarles lo ixil”. En estos espacios de aislamiento y concentración volvían a sufrir torturas, vejaciones e insultos: “indias de mierda”, “coches”, “vacas”. Las mujeres eran violadas sistemáticamente por la tropa y los sargentos, generando un sentimiento de impotencia y vulnerabilidad. Contrariamente a otros genocidios, como el judío o el de Bosnia, el aislamiento aseguraba mayor silencio e impunidad. El aislamiento espacial venía después, con los sobrevivientes, a los que se metía en destacamentos, aldeas estratégicas o fincas como La Perla, para controlarlos, y los obligaban a trabajar en los destacamentos y someterse a servidumbre sexual.

En varios planes y campañas se emprende el exterminio masivo de la población y la quema de enseres y animales. Es el asesinato indiscriminado de mujeres, ancianos y niños, como hemos escuchado repetidamente en los testimonios presentados en el juicio contra Efraín Ríos Montt.

El plan Sofía habla de aniquilación total, de destruir a la población y sus lazos comunitarios,  “llevar a cabo una campaña psicológica contra la población ixil”. Como se ha visto por los testimonios que hemos escuchado y los que aporté en mi peritaje, el número de mujeres y niños fue muy elevado y los insultos, vejaciones y violaciones, enormes, así como el desplazamiento masivo de la población, en su mayoría indefensa y desarmada. El plan de campaña “Firmeza 83” mencionaba, entre los objetivos de la estrategia militar, “integrar a toda la población, aislándola física y psicológicamente de las bandas de delincuentes subversivos”, para su “control físico y psicológico”.  

El proceso de exterminio fue de una violencia letal y rápida, como se puede ver en las operaciones Gumarcaj o Xibalbá, donde se observa una protocolización de la violencia hacia mujeres, ancianos y niños, que indica el propósito de destruir a un grupo étnico como tal. Ese protocolo puede observarse en testimonios reiterativos de las víctimas, donde todas las masacres se inician y terminan de forma muy similar. Los soldados llegaban a la aldea, dividían a la población en hombres jóvenes, maduros y viejos, interrogaban a los jóvenes si eran guerrilleros y ante la respuesta negativa pasaban a asesinarlos con armas de fuego, machetes o de formas más violentas, como sacarles el corazón, en un canibalismo ritual como indica la ceh en sus conclusiones. Posteriormente encerraban a las mujeres en las iglesias, sus casas o la municipalidad. Después de atarlas y violarlas eran quemadas, y posteriormente se incendiaba el pueblo con bombas. A niños, mujeres y ancianos se les infringían muertes espantosas como quitarles las cabezas y ponerlas sobre las mesas del comedor, empalarlas; cuando estaban embarazadas,  extraerles al niño para “reventarlo” contra los árboles.

Esta protocolización de la violencia y el extermino en aldeas y caseríos, seguido de la quema de sus enseres, animales y el asesinato indiscriminado y arbitrario de mujeres, ancianos y niños, como hemos escuchado repetidamente en los testimonios, está descrito en casi todas las masacres y se constata en el Plan Sofía, que los contabilizaba como animales o cosas, y a los niños se les llamaba “chocolates”.

Esta tercera fase, la del genocidio o exterminio de un grupo étnico como tal, en el caso del pueblo ixil, fue en donde se produjeron todas las atrocidades que hemos venido escuchando a lo largo del juicio contra el ex dictador. La protocolización era muy similar en todos los casos, lo cual indica una vez más el propósito, como dice el código penal guatemalteco, de cometer un genocidio contra un grupo étnico.

La cuarta y última fase de la desidentificación, deshumanización o desvalorización del otro como animal, conlleva una fuerte carga de racismo y estigmatización como inferior, prescindible, y encima mujer. El debilitamiento sistemático de su identidad étnico-cultural, el resquebrajamiento psíquico, el deterioro mental, la humillación y vejación de los sobrevivientes, es uno de los efectos del racismo y el genocidio como dos caras de una misma moneda.

Marta Elena Casaús Arzú fue negociadora de la oposición guatemalteca durante el conflicto, y participa como perita en el accidentado juicio que se sigue a los generales de la dictadura. Allí demostró que el racismo de Estado justificó las acciones militares, al catalogar a muchas comunidades ixiles como “enemigo público”.