Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 12 de mayo de 2013 Num: 949

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Don Quijote en Alemania
Ricardo Bada

Un pescado refuta
la extinción

Adolfo Castañón

Dos poemas
Francisco Hernández

Más allá de la música: guerra, droga y naturaleza
Mariana Domínguez

La música: usos y abusos
Alonso Arreola

El poderoso influjo
de la música

Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Las psicosis escénicas de Dana Stella Aguilar

Sppinen, de Sabine Wen-Ching Wang, bajo la dirección de Dana Stella Aguilar, es una indagación sobre las psicosis, ese trastorno que ordinariamente recibe el nombre de locura y que en este montaje está representado como un mundo insular, atomizado en un conjunto de seres que gradualmente caminan hacia el olvido definitivo de su memoria y su identidad.

Dana Stella Aguilar se ha responsabilizado de ese proceso de derrumbe psíquico apoyada en cuatro actores muy distintos, con registros físicos, vocales, gestuales y corporales que hacen de ese fluir un extraño concierto vocal, a dolorosa capella; una coreografía que va y viene en un dinámico trazo sobre el plano de El Granero, y una forma de intercambio entre actores donde la voz principal es la de Héctor Hugo Peña,  altamente dotado con un diapasón emocional que interpreta a un personaje que todavía conserva varios hilos de memoria, que irá perdiendo a lo largo de una hora cincuenta de alucinaciones y delirios.

Una línea melódica sostiene, completa, acompaña, anuncia, opina, se conduele de esas disociaciones/escisiones/explosiones anímicas sobre la escena. La intérprete circula como una especie de fantasma sobre el cual cabalga la musicalidad de Martha Moreyra, en un violín que modela y a un tiempo se deja conducir por el río de emociones.

La presencia de la música es otra forma de lo escénico, en un diálogo que se trenza en búsquedas que ofrecen salidas distintas a un mismo problema, como aquí, en esta telaraña de discursos que en Spinnen (Arañas, la traducción) tienen la consistencia de un delirio que termina por darnos certeza sobre la coherencia interna de cada personaje.

Danna Stella no se resiste a la tentación de desnudar a Duane Cochram, ese cuerpo que empieza a ser modelado por el paso del tiempo pero que continúa poderoso, trenzándose en un rasgo expresivo fino, intenso, doloroso, que aprovecha cada uno de sus rasgos, tan del África negra, tan Caribe como una gota de café que tiñe la blancura de una puesta cuyos objetos en la escena son un marco extraño para esa anatomía que se pasea, acompañada de luces en perspectivas cenitales que, por momentos, le dan la calidad expresionista de un aguafuerte, un grabado o una escultura que guarda los contrastes del blanco y negro. Un bailarín que empieza a ser un actor, que va del cuerpo al gesto.

Las historias están trazadas sobre una capacidad actoral que se deja guiar en una laberinto interno de gran carga emocional y de grandes soluciones técnicas en lo corporal, la voz, el gesto, la capacidad de responder a la dirección de manera creadora. Me refiero al estupendo trabajo de Mahalat Sánchez. Sorprende también la delicadeza actoral de esa confusión que encarna Iazúa Larios, como una joven deseante atrapada en una pregunta sin respuesta evidente.

Dana es dueña de un poder poético que, de súbito, es atravesado por la prosa, en los momentos de mayor legibilidad. En el espacio manicomial, los enfermos hacen todo el tiempo cosas distintas de manera rutinaria; metáfora permanente que Dana Stella propone en un trabajo donde el concierto de la dirección y la actuación muestra la madurez de Conjuro Teatro, una compañía de largo aliento capaz de sostener durante casi dos horas una visión dolorosa de nuestros miedos y trastornos.

Conjuro Teatro organizó una serie de mesas de discusión sobre locura y arte que dan la oportunidad de que la obra posea su propia historicidad, para entender la locura como resultado del abandono, el aislamiento, la pobreza, la ignorancia a la que nos somete un mundo donde la desigualdad radical, la del abuso y no la de la diferencia, se convierte en una máquina de producir desgracia y desmantelar el psiquismo.

En términos superficiales, lo que concebimos como locura no encaja con el desorden de la memoria que propone Harold Pinter en Una especie de Alaska, otro montaje para entender una mente que quedó ensombrecida y en silencio durante más de una década y que, de pronto, un día despierta para trastocar la tranquilidad de unos personajes que aguardaron tal vez con la certeza de que no despertaría. Un trabajo estupendo dirigido por José Caballero en el Círculo Teatral, Veracruz 107, donde uno de los actores sobre quien recae el mayor peso interpretativo es Lucero Trejo, quien del gesto al cuerpo propone una iluminación semejante a la que están sometidos los actores de Spinnen. Desgraciadamente, ambas concluyen su temporada este mes.