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Ver día anteriorLunes 13 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Caminando
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os movimientos sociales, aquí y afuera, tuvieron alta visibilidad en la semana. Hubo iniciativas específicas, alianzas, aniversarios, movilizaciones… Desde arriba o en el análisis aparecen como una molestia, una perturbación. Se cree que enfrentan un callejón sin salida. Conviene explorar si en realidad no ocurre lo contrario: que son salida del callejón.

En el mundo entero, como se constata cotidianamente en México, se extiende el desencanto con los partidos y los gobiernos. Incluso en los casos en que la movilización popular consigue cambiar funcionarios y gobiernos enteros y modificar el signo político e ideológico de los nuevos, no logra modificar las políticas que la impulsaron.

Se intensifican, en ese contexto, las iniciativas de los movimientos sociales. La gente encauza a través de ellos inquietudes y rabias que los partidos no pueden o no quieren procesar. Pero enfrentan cada vez más una cerrazón semejante. Hay gobiernos que se abren el diálogo y lo emplean como mecanismo de desgaste, hasta que mediante concesiones secundarias la movilización se desvanezca. Otros reaccionan desde el principio con mecanismos de represión, o la aplican cuando el diálogo, o la pretensión de que está teniendo lugar, no puede continuar. Aparentemente, en el mundo entero, los gobiernos han aprendido a ignorar a los ciudadanos.

En estas condiciones, se plantea a menudo que los movimientos sociales son incapaces de representar una auténtica alternativa a la situación actual. Se reconoce su vitalidad y legitimidad. Se sabe que en su gran mayoría tienen sólidos motivos para tomar sus iniciativas y que libran luchas valientes, heroicas, constantes, como acaba de comentar en estas páginas Guillermo Almeyra. Junto a la celebración aparece la descalificación: no podrán llegar muy lejos. Sólo consiguen apoyos parciales y, por tanto, no logran liquidar el sistema y las estructuras que se encuentran en la raíz de las movilizaciones.

Parece importante explorar la hipótesis de que, si bien muchos movimientos sociales corresponden aún a tradiciones e inercias anteriores y otros se derivan de reivindicaciones inmediatas, hay iniciativas cada vez más novedosas que están creando las opciones de transformación que ningún partido se atreve a asumir y que ningún gobierno puede aceptar, opciones que desde abajo están desmantelando lo que debe liquidarse.

En casos específicos, las coaliciones de movimientos que están surgiendo pueden llegar a constituir la masa crítica de fuerza política que obliga a los gobiernos a satisfacer, aunque sea parcialmente, las reivindicaciones que motivan sus movilizaciones. Tales coaliciones no sólo son importantes por ese resultado. Son también parte de un proceso de acumulación de fuerzas que resulta muy promisorio.

Pero hay otras muchas coaliciones y alianzas que encierran otro contenido. Ante amenazas cada vez más serias de lo que se ha dado en llamar extractivismo, no sólo se organiza la unión de los afectados para ofrecerse mutuo apoyo y dar mayor firmeza a la resistencia. Se empieza a ejercer en ellas una forma de soberanía popular y a tomar iniciativas específicas que contienen un embrión de porvenir, que representan ya el resultado que la lucha busca. Este resultado no consiste ya en tomar los aparatos de la opresión para intentar terminarla desde arriba, por medio de ejercicios de ingeniería social; los movimientos sociales han estado aprendiendo la inutilidad de ese empeño, en la circunstancia actual. Intentan ahora, desde abajo, desmantelar la base misma de esos aparatos, su razón de ser, su fundamento.

Una forma de expresar esta nueva manera de existir es destacar que corresponde a la convicción de que es preciso abandonar la separación entre medios y fines. Que la lucha debe tomar la forma del resultado que se busca. Si se trata de crear una sociedad que no esté fincada en la violencia, la lucha misma debe evitarla.

Esta nueva práctica parece cada vez más necesaria ante el horror que nos acosa. El extractivismo se extiende y profundiza en todas sus formas, tanto el que se da abiertamente con las materias del subsuelo, como el del sistema financiero y el urbano. Como la resistencia se hace igualmente general, está cada vez más acompañado de dispositivos contrainsurgentes para imponerlo. Frente a este doble horror, que genera nuevos peligros, no caben ya las estrategias del pasado. No se trata ya de la vieja disputa por el valor y el plusvalor o de las reivindicaciones tradicionales. Se trata de una lucha por la supervivencia y por la vida, que sólo puede tener éxito con una transformación radical de la lucha misma, concentrándola en la creación de la nueva sociedad. Por eso tales movimientos empiezan a representar una auténtica alternativa.