Opinión
Ver día anteriorMiércoles 15 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El cuarteto latinoamericano en Nueva York
A

noche tocó el Cuarteto Latinoamericano en la Americas Society de Nueva York. No se vaya a preocupar el lector, que no voy a intentar hacer un ensayo de crítica musical (que con trabajos leo una o dos frases musicales). Pero anoche estos músicos extraordinarios me hicieron pensar en temas importantes –fundamentales– para el debate de aquello que llamamos, tan a la ligera, la cultura.

Primero está la cuestión de la perfección. Usualmente me choca, tanto la idea como incluso el término. Pero anoche, entre nota y nota, entendí que en lugar de ser una cosa muerta (como una doncella ahogada, arrastrada por el río), la perfección es una paradoja viva: lo perfecto es a la vez siempre esperado y siempre (sutil o tempestuosamente) sorpresivo.

Cuando uno escucha a un conjunto de músicos tan profundamente compenetrados –tanto los unos con otros, como cada uno con su partitura– la perfección se presenta, primero, como el sentimiento de que está uno ante una armonía clásica –predecible, milagrosa y universal– como aquella que los monjes del medievo entendían como la expresión estética y sentimental de la presencia de Dios. Uno siente que está en manos seguras, que los músicos no se van a equivocar, y que lo que uno espera vendrá.

Pero la verdadera emoción de la perfección no llega tanto como expectativas cumplidas, sino a modo de sorpresa: lo que esperábamos llegó, cierto, pero llegó de manera inesperada. Es esa la magia de la vida, siempre repetida, siempre única. Y del arte a la vez como repetición, y como hecho inefable, único, irrepetible. Es decir, el arte como encantación, como repetición, y a la vez como invocación, es decir, como albricias del porvenir.

Hay, entonces, en el arte un acto parecido al del canto de un chamán. Y esto lo decía ya Claude Levi-Strauss, hablando del poder curativo de un chamán Kuna, en Panamá, que aliviaba los dolores y los miedos de las parturientas con sus cánticos, que describían metafóricamente –en ritmos y ululaciones, y en sus mismas palabras– lo que iba pasando, en otro plano, la parturienta. La música y el mito anticipaban los dolores que vendrían y ayudaban a la parturienta a reconocer y ordenar los dolores que iba pasando, y así la acompañaba a dar a luz al ser que traía adentro.

Esta paradoja de la perfección –realización de lo anticipado e irrupción de la sorpresa– describe lo que uno siente al escuchar a estos grandes músicos de México (y de Latinoamérica… y universales). Pero además de este aspecto (el de la paradoja de la perfección), hay en ellos otra cosa –más reminiscente de la problemática de Jorge Luis Borges, con su obsesión por la lectura, que la de Levi-Strauss, con su preocupación por la oralidad, el mito y el canto.

Además de ser grandes músicos, los integrantes del Cuarteto Latinoamericano son también lectores voraces, lectores voraces de música. Y, ojo, digo acá lectores porque lo de ellos ha sido leer y leer (y leer) partituras. Bien se podría decir que el Cuarteto Latinoamericano ha creado un canon musical, es decir, que ha descubierto compositores y piezas, y los ha puesto en diálogo, uno con otro, a través de sus estudios y sus interpretaciones. Por eso, hay en el este cuarteto también otra forma de magia, a parte de la de la paradoja de la perfección: la magia del buen lector.

Veamos de qué se trata.

La lectura es algo mucho más exigente de lo que se piensa comúnmente. Se dice que Miguel Ángel decía que cuando estudiaba un trozo de mármol y comenzaba a darle con su cincel, se iba dando cuenta de la escultura que la piedra tenía adentro. Cada piedra encerraba una forma en potencia, como un secreto mudo.

Sin exagerar el paralelo, pienso que leer tiene también algo de aquello. Ser un buen lector es saber buscar los sentidos que se ocultan detrás de letras, palabras y frases. Y ser un buen lector de música es ver frases musicales donde aparentemente sólo hay notas, y entender el sentido, o varios de los sentidos posibles, de una partitura, hasta optar por construir una versión plena.

El Cuarteto Latinoamericano tiene una verdadera hambre de lectura. Interpreta piezas de compositores nuevos y viejos, famosos y desconocidos; piezas escritas en tiempos históricos distintos, con sensibilidades musicales diferentes, y compuestas una por un brasileño, otra por un armenio, por un alemán o un mexicano. Ellos leen música y escogen. Leen e interpretan. Leen y tocan.

Y a través de esa práctica voraz de lectura, nos devuelven los muertos a los vivos –de nuevo, es la encantación de la música– o, en muchos casos, nos presentan por primera vez a gente que para nosotros estaba ausente, pero que han sido amigos del cuarteto por medio de la página escrita. Se trata, como dije, de la magia de la lectura, idéntica a la que ejercía Borges, cuando leía e interpretaba mitos islandeses o versos de Emerson en Buenos Aires.