Opinión
Ver día anteriorMiércoles 15 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pacto por el consenso (de Washington)
H

erederos, por línea lateral y secundaria, de los adalides del neoliberalismo central, los firmantes del Pacto por México se proponen llevar hasta sus últimas consecuencias una manoseada versión local de tal recetario. Sin dudas que los perturben, aspiran a imponer las reformas siguientes: la hacendaria y la energética. La mera esencia faltante del catálogo dictado para una economía dependiente como la mexicana. El priísmo, dizque renovado, junto con el seducido panismo y las fermentadas burocracias del PRD, unifican sus intereses y empollan este acuerdo, pretendidamente vivificador, del decadente Consenso de Washington. No hay que engañarse con la retórica de la búsqueda del bienestar de las familias que se esparce por aquí y por allá como el hálito primordial del pacto. Las llamadas reformas estructurales persiguen, por sí mismas y a ultranza, un solo propósito: el enriquecimiento desmesurado y la acumulación de poder en la cúspide donde habitan los plutócratas. Élites, por cierto, ya bien apoltronadas en todos los cuartos donde se toman las decisiones básicas de muchos países. Eso, y no otra aspiración altruista, agota el injerto vital del famoso pacto.

El modelo derivado de ese renombrado acuerdo, de profunda raigambre financierista y especuladora, ha entrado, sin embargo, en colisión con las aspiraciones y vivencias de incontables sociedades. Incluyendo, en primer lugar, aquellas de los mismos países desarrollados. La crisis, a escala mundial, incubada y desperdigada por incontrolados afanes de riquezas tan masivas como instantáneas, se ha recargado, mediante maniobreros políticos, sobre los bolsillos de las mayorías. Muchedumbres que poco o nada tuvieron que ver con la descocada avaricia de los banqueros de gran calado ahora sufren indebidos castigos. La aplicación consiguiente y sin miramientos de austeras políticas públicas ha producido en varias naciones efectos altamente contaminantes para la legitimidad del modelo aún vigente. Las consecuencias de la austeridad y de las adicionales recetas impuestas a programas e instituciones, sin embargo, son graves y mayúsculas. El estancamiento económico, la prolongada recesión en proceso, la pérdida de la esperanza y la nublazón de horizontes va destapando pasiones que pueden, sin duda, desbocarse.

Sin atender los fenómenos que ocurren en cualquier vecindario que se atisbe, las cúpulas locales pretenden seguir imperturbables por esos trillados senderos del famoso acuerdo signado en los inicios de los años ochenta. Una ruta que anuncia, sin duda alguna, mayor deterioro del bienestar, acumulación desmedida de la riqueza y el empobrecimiento y precariedad de las mayorías. Un fenómeno fácilmente notable, que dura ya más de treinta años. Los datos empíricos, publicados por distintas fuentes que lo sostienen, abundan por doquier. Ya sean los que muestran el incipiente crecimiento del PIB durante las tres últimas décadas. O sea aquellos que inciden en la pérdida sostenida del poder adquisitivo de los salarios o, peor aún, en el aumento de la miseria o marginación que padecen capas crecientes de la sociedad. Todos los indicadores describen la tragedia concomitante a la concentración de la riqueza. Un proceso que parece imparable, a pesar de las tensiones y los macabros augurios que lo preceden. Concentración que será, qué duda cabe, la resultante de las reformas estructurales porque todas han sido diseñadas para cumplir con ese fin.

El amasijo de grupos diversos que se conjuntan dentro del priísmo no atina a encontrar la segura ruta hacia la predicada eficiencia de sus conductores. Están por completo atascados, luego de varios intentos de introducir las reformas citadas (laboral, educativa, de telecomunicaciones y radiodifusión o financiera). No esperaban los obstáculos que han encontrado a la hora de asentarlas y, menos aún, los ríspidos choques sufridos al intentar aplicarlas. Todavía hoy no despiertan del inicial toque de realidad. Flotan sobre la evidente desconexión que los separa de las bases inconformes. Bases sociales que protestan no por motivaciones secretas, oscuras, ilegales, irracionales, sino porque simplemente se visualizan y se sienten afectados por las dichosas reformas. Los resortes mentales del priísmo para calar en las discrepancias para luego encauzar las energías populares no las tienen al alcance. Absorber sus contenidos y empatar propósitos les parece, desde la cúspide de su soberbia, ceder demasiado, perder autoridad, quedar a la intemperie.

El panismo, por su parte, desamparado de luces y guías, se refugia, con ilusiones manifiestas, en las buenas maneras de los mexiquenses recién entronizados en el Ejecutivo. Saben que en última instancia se subordinarán al dictado de sus patrocinadores de siempre: obispos, empresarios de renombre y demás gente bien que les impondrán su retardataria voluntad. Se plegarán, como siempre han hecho y hasta de manera obsequiosa, a la ruta ya marcada por el publicitado pacto. Las burocracias perredistas, desde sus cerrados grupúsculos, desprovistos de pudor y a pesar de las rijosas posturas encontradas a su interior, seguirán desempeñando el triste papel de comparsas menores que ya los define. Ante las reformas faltantes, sin embargo, mostrarán a todo color sus contradicciones extravíos y poca valía. Ante la imposibilidad de adherirse a ellas con el entusiasmo esperado, serán dejados a la vera de ese pequeño poder que creían tener.

Finalmente, la suerte de la actual Presidencia ha quedado atada al éxito o fracaso del Pacto por México. Los pronósticos para mejorar el bienestar colectivo, a través de sus acuerdos pretendidamente reformadores, son endebles en el mejor de los casos. Contribuirán en cambio, con esmero y consistencia, a la concentración de la riqueza y prolongarán la agonía de la mayoría de la población. Sólo hace falta analizar la tendencia en curso hacia la precariedad de los salarios para sacar las conclusiones inevitables del desbalance existente. Ningún programa contra la pobreza redimirá la desigualdad que cotidianamente causa el voraz modelo asumido por el pacto.