Opinión
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66 Festival de Cannes
Un grandilocuente Gatsby
C

annes, 15 de mayo. El primer día del festival se ha dedicado por completo a una figura, la de Leonardo DiCaprio y su representación de Jay Gatsby en la nueva adaptación –la séptima según los estudiosos– de la novela de F. Scott Fitzgerald. Ya desde el mediodía los fans han ocupado su lugar en la Croisette esperando por lo menos un vistazo de Leo y su comitiva. Por si en ese entonces está lloviendo –amenaza constante en Cannes cuando está nublado– muchos de ellos van preparados con sendos paraguas.

No es para tanto, diría uno, pero es lo que sucede siempre cuando una estrella hollywoodense hace su aparición por estos lares. Aunque DiCaprio viene acompañado entre otros por Carey Mulligan y Tobey Maguire, con quienes comparte créditos en la película, no son ellos quienes provocan los fenómenos de histeria masiva.

Por otro lado, la película misma tampoco provoca entusiasmo y fue recibida al final de su función de prensa con una mezcla discreta de silbidos y aplausos. El gran Gatsby es una novela particularmente sutil y si hay un cineasta que nadie asociaría con esa cualidad es el australiano Baz Luhrmann, quien ya había inaugurado Cannes hace años con su recargado Moulin Rouge (2001). Para Luhrmann una palabra vale mil imágenes y, como si fuera el primer cineasta en filmar en 3D, se excede en explotar el recurso hasta provocar mareo. Eso aunado a los cortes rápidos, los vertiginosos movimientos de cámara, los chillones colores del diseño de producción –debido a Catherine Martin, la esposa del director– y otros excesos visuales hacen fatigosa la primera parte del relato, en que el realizador insiste en demostrar cómo los 20 fueron los años locos, mientras el personaje de Nick Carraway (Maguire) le narra a un siquiatra (Jack Thompson) cómo conoció a Gatsby (DiCaprio) y la influencia que tuvo en su vida.

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La lluvia no impidió que Leonardo DiCaprio llegara a la presentación de su filme El gran Gatsby, donde lo esperaban sus fans Foto Reuters

Tras una presentación enfática al personaje titular a la media hora de película, las cosas se calman un poco en lo que Luhrmann describe la historia de amor condenado entre Gatsby y Daisy Buchanan (Mulligan). Al margen del evidente kitsch de las imágenes, la interacción entre los actores es de una suficiente convicción como para dar una idea de la verdadera tragedia de Gatsby, un hombre de orígenes misteriosos que ha dedicado gran parte de su esfuerzo a conquistar a la elusiva mujer, para luego perderla. DiCaprio evoca su caracterización de Howard Hughes en El aviador (Martin Scorsese, 2004) en otro personaje enigmático cuya fortuna va aparejada con su soledad; a su vez, Mulligan aporta esa cualidad vulnerable que atraería a Gatsby.

Todo lo demás –los interminables fiestones en que se baila charleston a ritmo de hip-hop, las tipografías de los escritos de Carraway sobrepuestos en la pantalla, los símbolos insistentes (un anuncio de lentes como los ojos de Dios), los elaborados flashbacks en sepia– sale sobrando.

Por otra parte, mucha expectativa hay en las deliberaciones de un jurado presidido por Steven Spielberg. Si bien es el único estadunidense, hay otras personalidades –el taiwanés Ang Lee, la australiana Nicole Kidman, el austriaco Christoph Waltz– cuyos intereses son básicamente hollywoodenses. ¿Influirá eso en cuál será la película ganadora? También hay otros nombres que podrían servir de contrapeso: la actriz india Vidya Balan, la realizadora nipona Naomi Kawase, su colega británica Lynne Ramsay, el actor francés Daniel Auteuil y el director rumano Cristian Mungiu. Pero Spielberg es el dueño de Hollywood.

Twitter: @walyder