Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de mayo de 2013 Num: 950

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para ti
Silvia Lemus

Pesimismo sonriente
y periodismo cultural

Fabrizio Andreella

Francisco Gamoneda:
el libro como semilla

Xabier F. Coronado

El arte de no leer
Hermann Bellinghausen

De la lectura como naturalidad
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Enrique López Aguilar
[email protected]

Literatura y redacción (IV Y ÚLTIMA)

En México, después de 1970, como consecuencia de la reforma educativa emprendida bajo el gobierno de Luis Echeverría, de la explosión demográfica que se disparó en los siguientes treinta años, de la creciente invasión de los medios electrónicos, de la progresiva instauración de una cultura más visual que verbal y de un pragmatismo sustentado en la carrera del dinero, ha ocurrido una caída notable en la expresión escrita del común de las personas y su bagaje cultural ha tendido a reducirse notoriamente. Casi todo mundo procede de escuelas donde la masificación de los grupos ha vuelto casi imposible un seguimiento cercano del docente para corregir sus problemas de lengua escrita; casi todos son parte de una generación formada por la televisión, los juegos electrónicos y las computadoras; casi todos creen que una imagen vale más que mil palabras y, a la manera de Tomás, el apóstol, que sólo se percibe lo que se ve y sólo se conoce lo que se mira.

En los casos más graves, las incompetencias en el nivel de la lecto-escritura producen personas con menor capacidad de abstracción conceptual, aunque sean hábiles para descifrar los videoclips y emplear internet para “bajar” del ciberespacio una información que no se molestan en leer para presentarla como resultado de una “investigación”. Frente a tales novedades y diagnósticos, ¿puede hacer algo la literatura para ofrecer modelos interesantes a los alumnos de un curso redaccional que están pensando en ganar dinero? Muchos creen que podrán pagar una secretaria o un escribano que les corrija sus errores, o que los programas cibernéticos los ayudarán a revisar sus textos… En el caso de una espiral más amplia, nada garantiza que una secretaria tenga la formación necesaria para corregir eficientemente, ni que los diccionarios de los procesadores de palabras puedan detectar los problemas que pudieran aparecer en un texto escrito.

¿Será la literatura un buen ejemplo para redactar bien? Ante el quebranto de las habilidades de lectura y redacción, sembraría más incertidumbres que claridades dada su complejidad inherente, incluso si se trabajara con un texto considerado “sencillo”. El texto literario debe ponerse junto con otros para reforzar el aprendizaje con modelos que orienten al alumno hacia su propia textualidad. El objetivo de los cursos redaccionales no es lograr que el usuario tenga un estilo bello, elevado o elegante: el objetivo debería ser que todos encontraran un estilo propio, eficiente y comunicador. Para eso, los modelos deben rastrearse en otros lados y su empleo debe estar más del lado de la elección que de la obligación.

Se puede alegar que la literatura ofrece modelos adecuados en cuanto a la construcción del texto, pero la proliferación temporal del primer párrafo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; o los anfibológicos “duelos y quebrantos” del primer capítulo del Quijote, de Cervantes; o el tono poético de la carta de la Maga a Rocamadour, en Rayuela, de Julio Cortázar; o los ordenados laberintos verbales que propone Bustrófedon, en Paradiso, de José Lezama Lima; o el vertiginoso corte lingüístico retratado en “Cuál es la onda”, de José Agustín; o las violentas y sesgadas descripciones de los personajes en Los errores, de José Revueltas… ¿le servirán a quien va a necesitar recursos más elementales cuando escriba (si fuera a escribir)?

Ofrecer las peras del olmo al que cursa redacción es como ofrecer la Ilíada a un recién alfabetizado, volver a incurrir en el magnífico error de Vasconcelos cuando, después de más o menos alfabetizar al país, ordena la distribución de la serie Clásicos Universales entre los flamantes lectores, con el consecuente problema de que Fausto, Edipo rey y La vida es sueño no tuvieran nada que decir a un analfabeta funcional: la literatura es insustituible en la vida y crucial en cursos de estilística y preceptiva, pero, ¿por qué empeñarse en ofrecer el modelo de la excepción cuando los proyectos redaccionales tienden a fundarse en una suspirada regla general?

Los profesionistas no pretenden escribir literariamente. Un buen proyecto de trabajo sería buscar ejemplos textuales en los ámbitos que serán su verdadero entorno: fragmentos de tesis, reportes de investigación, cartas comerciales, prosas funcionales. El buen estilo se obtendrá de la literatura sólo cuando el interesado quiera pasar de una prosa elemental a una muy elaborada. La literatura es la pera del olmo. A quien busque perfeccionar el nivel escrito de su lengua debe ofrecerse, primero, el reconocimiento y análisis del olmo antes de pasar a la degustación de la pera.