Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de mayo de 2013 Num: 950

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para ti
Silvia Lemus

Pesimismo sonriente
y periodismo cultural

Fabrizio Andreella

Francisco Gamoneda:
el libro como semilla

Xabier F. Coronado

El arte de no leer
Hermann Bellinghausen

De la lectura como naturalidad
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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El peso de la memoria

Jorge Alberto Gudiño Hernández


Antigua luz,
John Banville,
Alfaguara,
México, 2012.

La memoria está habitada tanto por recuerdos como por fantasmas. Ambos, en muchas ocasiones, se esgrimen como certezas para quien busca rescatar su pasado del olvido. Es común toparse entonces con las primeras desavenencias. A fuerza de reflexionar, es imposible no descubrir que los fantasmas no pueden ser confiables, que las certezas absolutas se diluyen ante la primera prueba. Esto se debe a múltiples factores. Al margen de ellos, lo cierto es que la memoria es un lugar vivo que se modifica cada que se acude a ella o, en algunos de los casos, aun sin tocar a su puerta.

Ese es el planteamiento del que parte John Banville (Irlanda, 1945) en Antigua luz. Alexander Clave utiliza el recurso de la escritura para disipar el tedio que se ha instalado en su vida. Y no porque haya pasado los sesenta años ni por una jubilación anticipada. Sucede que ha sufrido demasiado. En sus mejores tiempos fue un famoso actor de teatro, pero hace una década su hija Cass se suicidó. Estaba embarazada. No hubo carta de despedida ni justificación alguna. Sin embargo, un remanente en la conciencia del protagonista lo hace volver una y otra vez a esa extraña certeza que le indica que sabía que eso sucedería.

Al tiempo en que da cuenta de ese trágico acontecimiento, Clave también narra su primer amor: la señora Gray, la madre de su mejor amigo. A diferencia de muchos enamoramientos adolescentes, éste no sólo llega a consumarse sino que viven como amantes varios meses, hasta que un suceso inesperado termina por separarlos. Por si fuera poco, en el presente de la narración Clave recibe una llamada para sacarlo del retiro: quieren que protagonice una película. Él, que nunca ha actuado en el cine, decide aceptar. Allí terminará relacionándose con Dawn Devonport, la estrella que protagoniza el filme.

Una vez que todos los elementos están sobre la mesa, inicia el arduo proceso de reconstrucción de las múltiples tramas. Si bien el presente tiene la consistencia de lo certero, el pasado le va jugando malas pasadas al personaje. Cada tanto debe retroceder, desdecirse, para que las imágenes quepan en el cuadro que está construyendo. Pero todos estos problemas poco importan. A fuerza de dar vueltas al mismo asunto, consigue contagiar al lector de una terrible sensación de desasosiego. Porque las bromas de la memoria pueden cambiar el paisaje o la estación del año, incluso pueden sumar testigos donde apenas había una persona. Sólo eso. Es posible, también, que oculten el temblor de las manos, la emoción desbordada de quien se encuentra por primera vez con una mujer desnuda o el llanto de aquél que descubre a su hija muerta. Pero es una idealización que no altera el pasado sino que lo conforma como el antecedente necesario del presente.

La prosa de Banville no es sencilla. Lleva al lenguaje a lugares insondables y deshabitados. Aceptar el reto es correr riesgos. Sin embargo, lo que hay tras esas letras bien vale la pena la lectura.


Nombrar el hambre

Ricardo Yáñez


Berenice,
Francisco Torres Córdova,
La Cabra/UAM/La Jornada,
México, 2013.

Dice con muy buena prosa el poeta en la contraportada que su texto, dividido en 31 secciones (luego de la introducción, lo demás en verso), se propone como vehículo de comunicación entre no tanto un personaje como una persona, la muy real Berenice (niña de doce años al momento de la escritura), y los lectores. Trasvasada la persona a la literatura, transubstanciada si se quiere, lo que sin duda Torres Córdova consigue es que a través de la suya hable otra voz, asunto de mérito, y que hable con poesía.

La auténtica creación de un personaje exige que éste tenga vida propia, y Berenice, que significa –alerta el pórtico del pequeño volumen– “la que lleva o trae la victoria”, tiene una voz con vida propia. Una vida nos habla en su voz como fue –es– oída por otra voz, la de Torres Córdova; su voz, repitámonos algo, transubstanciada, oída no desde la estenografía, sino desde su esencial habitar un cuerpo concreto que aunque único, por esencial el habitar, es múltiple.

Otra dificultad afronta, salva, el autor. Le oí decir, y no parece que no tenga razón, que titular un libro de poesía con nombre de persona es, palabras mías, cosa de pensarse. Novelas, cuentos…, por así decirlo, sobran. Optó por la llaneza, cuando tenía elementos (una constelación, por ejemplo, la elegía de Calímaco, aparte de las raíces griegas del mismo nombre) para retorizar. Puntual nombró: Berenice, no más.

Un murmurio que suena “como a un rizo en el aire”, un rizo “de agua y luz”, se acerca, destella, se va. “Pero luego vuelve, insiste […]: ‘Ese rizo es tu nombre –dice–, y es el mío, y es uno y es innumerable. Viene de lejos. Aprende a llevarlo y aprende a decirlo.’”

Y luego: “No de vivir, sino de no morirme te hablo. Llevo esa pequeña victoria en un cúmulo de obscenas derrotas. […] Soy el agua corazón que ampara la piedra.”

Con una que pareciera extraña voluntad de estilo, pero que acaso marca (presenta) los vacíos del hambre, Torres Córdova hace de pronto estrofas de un solo verso. No: estrofas de versos espaciados, atentos (incluso dentro de sí mismos) al vacío: “Ávida   el hambre// tiende sus raíces   en el alma// socava los sosiegos de la noche// y adultera el tacto de la luz/// día a día siglo por siglo/// […]” Y en otra tesitura tipográfica, pero no de sentido: “En este cielo de la boca/ la noche no trazó ninguna vía.”

Aun cuando en verso libre no pueda estrictamente hablarse de estrofas, aquí nos referimos a ellas como agrupamientos de versos separados por un espacio. En el poema 5, luego de cinco estrofas de las antedichas vienen cuatro de un solo verso: “se llaga la conciencia// se troza el pensamiento// se quiebra la primera dignidad// de haber nacido”. 6: “ahí   descalza   sola/ la carne/ en su recóndita inocencia/ se devora a sí misma”. 8: “en la boca el tufo que la muerte/ escarcha en los labios de la vida/// llevo su nombre”.

14: “Mis dos hermanos// se los llevó mi padre// en cruz sobre sus hombros/// Esa tarde encajada en la tierra// de sus pies sedientos y perdidos// los ojos del agua se cerraron// se abrieron las bocas del silencio// y el desierto dijo su nombre.”

Para el 29 el “Alba descalza” “de tacto suave/ sobre el árbol del aire” “disuelve la escarcha/ que la muerte condensa/ en mis labios de niña”. Y en el 30, ya sin número, a manera de despedida, de epílogo, este final lírico, casi de madrigal; por ello mismo más nostálgico (cursivas del original): “Donde el agua fecunda// la tibia entraña de la piedra// y resuena y se alarga// y llama   canta// la vocal abierta de la vida/// Ahí// donde el día bendice// los trabajos del pan// y de la leche.”


Narradora notable

Raúl Olvera Mijares


Cuentos completos,
Inés Arredondo,
FCE,
México, 2012.

Tres títulos, escritos casi a un decenio de distancia cada uno: La señal (Era, 1965), Río subterráneo (Joaquín Mortiz, 1976) y Los espejos (Joaquín Mortiz, 1988), conforman el corpus cuentístico de Inés Arredondo, una mujer que en una entrevista confesó que le hubiera gustado ser recordada como escritor. Un matiz relevante es que si algo caracteriza la producción narrativa de Inés Arredondo es su libertad, seguir a discrimen la historia de su vida, ir recibiendo diversas influencias tanto de autores muertos como de colegas vivos, sin traicionar jamás sus propias raíces cuasi obsesiones (los ambientes rurales, las diferencias entre ricos y pobres, la mirada silenciosa que todo lo capta de sus personajes femeninos, la represión sexual y, finalmente, la tentativa de liberarse de toda atadura).

Más que cuentos, muchas de las piezas son relatos y estampas, estructuras abiertas y de carácter poético, que pueden cobrar un aliento singular y extenderse por decenas de páginas e incluso revivir corrientes literarias en apariencia superadas como “Apunte gótico”. “Los espejos”, retrato de dos generaciones, es la historia de un hombre casado sucesivamente con dos hermanas de belleza excepcional, una demasiado temeraria y muerta durante su segundo embarazo, y la otra, idiota, incapacitada mentalmente, con la que el también desequilibrado protagonista pretende suplir a su predecesora. Con ambas engendra sendas hijas. La mayor siente un odio cerval por la menor, aun sin saber que es su hermana de sangre, pues enfrenta un trauma mayúsculo a causa de los pecados de sus progenitores que ella proyecta en el otro de los productos. “Sombra entre sombra”, el último relato de Los espejos, muy en la vena de Georges Bataille, escenifica en una hacienda del norte el caso de un viejo rijoso, con claras tendencias sadomasoquistas, que compra a una joven y apetecible doncella a quien termina no sólo martirizando para obtener placer, sino hasta compartiendo y dejándosela en herencia a un amante suyo.

La obra narrativa de Inés Arredondo destaca por varias notas: su absoluta fidelidad consigo misma como ser humano, venida al mundo en el noroeste de México, llegada a la gran urbe, estudiosa y crítica de la literatura; la exploración de diversas posibilidades en la manera de narrar una historia sin prejuicios estéticos o éticos de ninguna laya; hay algo profundamente sincero y humano en la visión de esta escritora; la economía de medios que no excluye los desarrollos sugerentes (es raro que jamás haya concluido aunque sí comenzado una novela); la capacidad de ir incorporando nuevos hallazgos, fuera por lecturas de autores consagrados a quienes admiraba, como Pavese, Anne Catherine Porter, Katherine Mansfield , o bien cofrades escritores a quienes trató en persona (siendo García Ponce el principal de ellos, aunque también Huberto Batis y José de la Colina, sin olvidar la impronta dejada en el léxico por su primer marido, Tomás Segovia).


La escuela como extensión de la violencia

Ricardo Guzmán Wolffer


Reflexiones sobre la violencia en las escuelas,
Alfredo Furlan (coordinador),
Siglo XXI Editores,
México, 2012.

El fenómeno de la violencia escolar no es nuevo y tiene algunos años que ha sido atendido por estudiosos y autoridades, pero dista mucho de ser comprendido a cabalidad. En este libro se presentan diversos enfoques que pueden dar luz a algunas causas de la violencia escolar.

Dividido en secciones, cada una contiene artículos de distintos autores con una perspectiva en común: la primera, a partir de la sociología; la segunda, a partir de la psicología institucional y la psicología educativa; la tercera, a partir de la pedagogía, y la cuarta, a partir de lo político-filosófico. En muchos se hace referencia a grandes pensadores de cada campo. Los análisis sobre la obra de Bourdieu y Foucault podrían incluso ser prefacio de estudios relacionados con otro tema.

La cantidad de información teórica es apabullante. Sin embargo, se dan conclusiones y propuestas a desarrollar. Como refiere la cuarta de forros del texto, será necesario aplicar las investigaciones de campo para reforzar las conclusiones teóricas y aportar a la práctica soluciones eficaces. No por ello se trata de un texto desdeñable, pues da enfoques novedosos.

Poco se publicita y menos se contempla en la ley que, al menos en un porcentaje, la violencia escolar puede tener raíces en la forma de cortejar entre los adolescentes, especialmente en zonas con altos índices de violencia social; amén de la publicidad existente en noticieros y diarios de nota roja. Se afirma reiteradamente que la violencia escolar tiene relación directa con: a) el nivel de vida de los estudiantes: el niño frustrado busca la destrucción, a veces propia (adicciones, etcétera), a veces de los demás, y claro que eso no incide en tener muchas o nulas oportunidades socio-económicas; b) la conciencia social del papel preventivo de la escuela; y, c) la calidad de la educación en general. Y sin duda es así, pero también se menciona cómo, incluso en escenarios extremos, el individuo tiene la posibilidad de optar, no sólo por agredir o ser agredido, sino por dejar abierto el camino para agresiones colectivas o a terceros.

Varios autores aceptan la falta de otras miradas. Una muy evidente es que esa violencia responde a una percepción nacional sobre la impunidad. Si queda sin castigo entre el noventa y cuatro y noventa y ocho por ciento de los delitos, según la fuente, cómo no esperar que los escolares comprendan que muchas de sus agresiones quedarán perfectamente sin castigo. El uso de la aplicación de la justicia en forma diferencial también educa a los jóvenes en el hecho sustentado por las estadísticas de que no importa mucho que lesionen o maten: tienen muchas posibilidades de salir incólumes y reforzados en su propia concepción de agresores.

Un texto que no sólo llama a buscar nuevos caminos para abordar esta violencia, sino que muestra irrefutablemente cómo el fenómeno apenas se comienza a conocer.



Nueva correspondencia Pizarnik,
Ivonne Bordelois y Cristina Piña (compiladoras),
Posdata Editores,
México, 2012.

La primera edición de este volumen data del medianamente lejano, en el sentido editorial, año de 1998; tres lustros después, esta segunda edición ofrece un buen número de ventajas y atractivos para los muchos interesados en la obra y malograda vida de la mítica Alejandra Pizarnik, comenzando por supuesto con la puesta en re-circulación del volumen mismo pero, sobre todo, si se considera que de aquellos veintitrés corresponsales pizarnikianos originalmente incluidos, ahora se ha pasado a cuarenta, lo cual significa un incremento –vale más decir un enriquecimiento– de casi el doble. Ello se debe, y hay que agradecérselo, a las compiladoras, ambas poetas, ambas investigadoras y, huelga mencionarlo, ambas apasionadas y especialistas en la obra de Pizarnik, sobre quien han escrito cuando menos un ensayo cada una de ellas por su cuenta. Como siempre con la poeta argentina –cuya muerte trágica a propias manos a veces, y para mal, opaca su obra–, lo que ha escrito revela y emociona, explica y descubre, aquí con el plus de leerla/escucharla comunicándose con sus pares, que eso y no otra cosa son, literariamente hablando, la casi totalidad de sus corresponsales.



Con-versatorias. Entrevistas a poetas mexicanos nacidos en los 50,
Ricardo Venegas (coordinador),
Ediciones Eternos Malabares,
México, 2013.

Con prólogo de Hugo Gutiérrez Vega, este nutrido volumen contiene el resultado de una larga serie de conversaciones que, como lo indica el título, fueron sostenidas con buen número de los poetas mexicanos nacidos en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Están aquí, entre otros, los nombres de Vicente Quirarte, Juan Domingo Argüelles, Javier Sicilia, Alberto Blanco, Eduardo Langagne, Efraín Bartolomé, Jorge Esquinca, Francisco Segovia, Francisco Torres Córdova, Enrique López Aguilar y José Ángel Leyva, todos ellos por cierto colaboradores ya permanentes, ya ocasionales de estas páginas. Venegas dio tono y balance al libro al hacer que las entrevistas fuesen realizadas a su vez por otros poetas –ahí están Marquines, De Aguinaga, Verduchi, Luna, Cortés y Alanís Pulido, entre otros, para demostrarlo–, estrategia eficaz para que, lejos de tratarse de meras entrevistas en el sentido secamente periodístico, fuese posible esta delicia de ars conversatoria.