Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de mayo de 2013 Num: 950

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para ti
Silvia Lemus

Pesimismo sonriente
y periodismo cultural

Fabrizio Andreella

Francisco Gamoneda:
el libro como semilla

Xabier F. Coronado

El arte de no leer
Hermann Bellinghausen

De la lectura como naturalidad
Ricardo Guzmán Wolffer

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Jorge Moch
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El rumbo dislocado

Este país languidece, inerme ante sí mismo. Parece que agoniza y de pronto se restablece un poco, como si previese la siguiente crisis. Padece violentas atetosis en inusitados rincones del cuerpo vasto y seco y sucio. Algunas de estas agitaciones tienen la validez del descontento popular; otras son meras manifestaciones violentas y criminales de un mismo encono. El virus que lo carcome, que muta pero siempre al fondo es el bacilo de la corrupción aunque vista Armani y corbata de seda, habita diminutos núcleos de aire diáfano y bonitos ventanales desde los que se pueden admirar pulcros edificios con helipuerto, gigantescas ampollas comerciales, robustas al menos en apariencia, y uno que otro jardín. Uno de los más primitivos síntomas de las muchas, terminales afecciones que socavan la armonía del organismo es esa sucesiva alopecia de árboles que se tiran a diario al suelo y no son reforestados nunca. El resto del país es extrarradio, huizachal, tiradero.

Es un país sobrepoblado, porque hace cuarenta o cincuenta años, cuando debió prever que los habitantes nos íbamos a seguir reproduciendo felizmente tal que bacterias a ritmo de partenogenética cumbia, al pseudocerebro gobernante le tembló la mano ante el clero y su recua retardataria y se negó a impulsar de manera sostenida y sólida una eficiente política de anticoncepción. Ahora somos demasiados y alimentamos enormes, incurables taras sociales vinculadas a la sobrepoblación, que empiezan por el consecuente estrechamiento del abanico de las oportunidades de éxito en la vida para retroalimentar la pobreza, y la pobreza la miseria, la miseria el fanatismo, el fanatismo la ignorancia y la ignorancia, en resumen, la estupidez. Solamente en un país con numerosas castas sin herencia se pone precio irrisorio al voto o se manda al carajo una vida entera con tal de conseguir dinero fácil en el entramado de la delincuencia. Solamente en un país de miserables una niña de quince años, en lugar de seguir estudiando para trascenderse a sí misma, termina empuñando un cuerno de chivo por pinchurrientos 5 mil, o 15 mil tristes pesos, para atacar soldados desplegados en una guerra cruenta e inútil. Solamente en un país verdaderamente de jodidos, según la artera taxonomía antropológica de Emilio Azcárraga Milmo, la gente catafixia libros y futuro por programas imbéciles de televisión. Solamente una nación de analfabetas funcionales, de apáticos sociales, de indolentes históricos, permite que hombrecillos mediocres, analfabetas funcionales, apáticos sociales e indolentes históricos logren arrebatarle a la democracia la más alta investidura del país, para convertirla en herramienta discrecional de poder, en árbitro de cuotas, en policía que primero golpea y luego averigua.

A veces nos gusta suponer que esta nación, esta Historia de México, fue alguna vez un trazo rectilíneo sin borrones ni tachaduras, que había alguna asepsia en la idea de un territorio que aglutina culturas y lenguas y creencias distintas. Hoy es de mucho dudarse que tal cosa, tal ruta crítica haya existido nunca. Y si así fuera, sin duda y lamentablemente hemos dislocado el rumbo. Los cauces de la justicia, que de suyo nunca fueron expeditos, hoy, a pesar de la modernidad presunta, siguen acusando esclerosis. Las viejas deudas históricas se ensanchan, la brecha entre ricos y pobres es abismo, y a pesar de la efervescencia, y a pesar de las pírricas conquistas sociales conseguidas con baños de sangre por cierto, casi todos todavía irresueltos e impunes, parecería que el descerebrado mandato supremo apunta, no a la emancipación del mexicano, sino a su absoluta catatonia.

Y se sigue valiendo, como desde finales de 1949, de la hipnótica fascinación que la caja idiota de la televisión ejerce en el imaginario colectivo, para que por un lado sea más importante conocer el nombre de una actricilla de silicona que el del diputado que corresponde al propio distrito; para que sea más importante el partido de fut que la asamblea de la colonia o el sindicato; para que revista mayor relevancia el argumento deliberadamente idiota de la telenovela que el consumado hecho histórico. Así, sin planeación genuina, triunfa el caos, territorio ideal de la improvisación de reformas estructurales que no importa que nos sean caras después si ahora nos consiguen, en la miopía del tecnócrata, una mejor calificación de Moody’s.

En el rumbo dislocado de una nación el gobierno se disocia fácilmente de sus gobernados. Y allí, precisamente, es donde anida la sierpe del tirano.