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Nosotros ya no somos los mismos

Vasconcelos y su cruzada educativa y cultural

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José Vasconcelos convirtió los muros de los edificios públicos en páginas monumentales para que el pueblo reconociera su pasada grandeza y se empeñara en construir la propiaFoto José Carlo González
E

n la columneta anterior platiqué a grandes rasgos sobre un grupo de amigos que fue factor importante para que me aventurara a romper el cordón umbilical saltillense y me adentrara en las entrañas del monstruo llamado Distrito Federal. También relaté las motivaciones que impulsaron mi primera agresiva incursión al ámbito universitario. Desgraciadamente los correctores de la Redacción, que de tantas barbaridades me salvan cada semana, esta vez no se midieron: yo entrecomillé diversas citas de Vasconcelos, dichas o escritas en ocasiones muy diferentes, y ellos las unieron con comillas únicamente al principio y fin, lo cual dejó un galimatías incomprensible, por bellas que fueran las expresiones citadas. Ni modo, cerremos ese capítulo.

Ya dentro de la torre de rectoría buscábamos, sin saber qué exactamente, las pruebas del mal uso de los dineros del presupuesto. De haber existido, ¿qué clase de idiota las hubiera guardado en su escritorio, al alcance de todo el mundo? Desconcertados, no sabíamos qué hacer. Nunca entendimos que el objetivo (vigente desde endenantes) era provocar el escándalo mediático, y ya. Los periódicos, de la época (¿de la época?), se regodeaban con los ataques a la Universidad: apoyaban al gobierno permanente e incondicionalmente, pero la UNAM, además de autónoma, siempre ha sido (diositos quieran que lo siga siendo), la oveja descarriada de los regímenes, de cualquier color, que han gobernado el país.

Tenía horas apenas en la torre, cuando un chavo de las guardias me preguntó si yo era el que soy (en ese entonces lo era más todavía). Te hablan unos cuates en el basamento. Salí y me topé con el segundo grupo de amigos a los que hice referencia la vez pasada y que también me habían ofrecido su apoyo para que pudiera entrar a la UNAM, pagando el último año de prepa en exámenes a título de suficiencia. Ya dije también que política e ideológicamente eran las antípodas del equipo de Jorge Siegrits. Allí estaban Raymundo Ramos, Pedro Vázquez Colmenares y Alfredo Bonfil. Liberales, juaristas, militantes de la de pura cepa de la AJEF (como los lobatos en los escouts, estos son los masones junior), igual que Monsi y el amigo Manuel Jiménez Guzmán, cuyo indeclinable activismo es siempre tan intenso que uno llega a pensar que las logias aún guardan el poder de antaño, cuando en verdad hay fundadas sospechas de que se trata del Último (mohicano) masón que queda en el Valle de México.

Pues que esos Jóvenes Esperanza de la Fraternidad me echan montón y comienzan a mostrarme documentos, desplegados, actas, informes, balances y muchos etcéteras más, para demostrarme cómo el contador Thierry, profesionista del mejor nivel, ligado a organizaciones de la derecha extrema, durante años había avalado lo que ahora, por coyunturas políticas, denunciaba, que Siegrist recibía subsidios del gobierno argentino con los que, entre otras cosas, pagaba los manifiestos que yo firmaba, (cuestión que, por otra parte, me importaba un comino) y, lo más doloroso, las evidencias incontrovertibles del desastre ideológico en que se había convertido Vasconcelos ( El Desastre fue la tercera parte de su autobiografía). Me resistía a aceptar los hechos que estaban, incontrovertibles, frente a mi pero, íntimamente, la verdad dolía.

En plena Segunda Guerra, Vasconcelos editó la revista continental Timón, financiada por la embajada alemana y destinada a propagar y exaltar las ideas del nacionalsocialismo. Cuando en 1938 decidió finalizar su exilio y retornar al país era otro. Abiertamente exhibía su proclividad a los estados fascistas y su identificación con los regímenes totalitarios lo llevó, en los cincuenta, a manifestar su apoyo y simpatía a Franco, Perón y Batista. Retornó al fundamentalismo religioso de los tiempos en que vivió en mi terruño coahuilense y que yo tanto presumía, al grado de tomar el hábito de novicio de la Orden Tercera de San Francisco. Actitud del todo respetable si se le compara con sus afirmaciones: Hitler, aunque dispone de un poder absoluto, se halla a mil leguas del cesarismo. Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo francés y la perfidia de los ingleses. De su nueva militancia, no había duda y, si ésta hubiera existido, allí estaba el prólogo a la obra de Salvador Borrego, para confirmar, repito, El desastre.

Después de la regañiza caminé y caminé solo por las islas. Estaba totalmente confundido, dolido y tenía que tomar una decisión ya. No podía apartar de mi mente al hombre que electrizaba con sólo verlo, al que conmoví recitándole de memoria las razones del escudo y el lema universitario surgidos de su talento. Vasconcelos el revolucionario maderista, carrancista, obregonista, siempre critico, rebelde, autónomo. Vasconcelos codirector de El Antirreleccionista, miembro de la Convención de Aguascalientes, director de la Escuela Nacional Preparatoria, fundador del Ateneo de la Juventud, jefe del departamento Universitario y de Bellas Artes y rector de la Universidad Nacional. Vasconcelos, primer titular de la Secretaría de Educación, soñó una patria y sentó los cimientos para hacerla realidad. Lo hizo, como diría Raymundo Ramos, edificando con materiales de porvenir: convirtió los muros de los edificios públicos en páginas monumentales para que el pueblo (hoy llamado, la gente) se reconociera en su pasada grandeza y se empeñara en construir la propia. Aún encontramos en ellos los mensajes rotundos de Orozco y Rivera que estrujan, impactan, conmueven. Entusiasmados por el espíritu redentor de la cruzada educativa y cultural emprendida por Vasconcelos, llegaron a México los grandes de nuestro continente: desde Chile, Gabriela Mistral, y de República Dominicana, Pedro Henríquez Ureña. Alentado por el mesianismo del coahuilense Julio Torri quiso intentar el milagro de la multiplicación de los libros y emprendió la impresión gigantesca de una docena de títulos de los autores clásicos que hizo llegar a los lugares más remotos, fundó la revista El Maestro a la que incorporó a muchos jóvenes intelectuales de América Latina. En 1921, en nuestro país, apenas dos, cien mil mexicanos vivían en poblaciones urbanas (consideradas como tales, las que tenían más 15 mil habitantes), frente a 12, 300 mil que lo hacían en las zonas rurales. El analfabetismo alcanzaba 80 por ciento, evidentemente concentrado en estas últimas. Vasconcelos emprendió la magna tarea de comenzar a pagar deudas con los acreedores preferentes: campesinos e indígenas. Ese año echó a andar el proyecto de educación rural y las nobilísimas Misiones culturales, destinadas a abatir el analfabetismo y capacitar maestros.

Seguí deambulando y rumiando el desencanto. Vacío de propósitos, diría algún día Manuel Echeverría. De pronto pensé: ¿Y el joven Germán del Campo, caído mientras arengaba al pueblo en favor de Vasconcelos en el jardín de San Fernando, y López Mateos, Ciriaco Pacheco Calvo, (¿estaría vivo cuando el derrumbe?), Alejandro Gómez Arias, Mauricio Magdaleno, Andrés Henestrosa? Estos últimos me hicieron la distinción de estar en mi casa, pero no me atreví a profundizar en tema tan estrujante. (¡Dios mío! ¿Por qué no me hiciste un mínimo Scherer?). Sólo una convicción me quedó: para ellos, igual que para mí, no existió uno, sino dos, José Vasconcelos. A uno se le admira, al otro, ni recordar siquiera.

Regresé a la torre, reuní al grupo República de Chile y anexas y nos fuimos a la casa de la señora Adams, avalada como la mejor menudería del centro, por la presencia de cientos de taxistas todas las noches y madrugadas. Juntamos nuestros capitales y pedimos al centro de la mesa la porción que nos alcanzara de ese caldo, reparador como pocos.

Lo acontecido fue un golpe nada fácil de superar, a esa edad se tiene verdadera necesidad de guías, maestros, ejemplos. Menguaron, sí, los afanes heroicos y protagónicos y comenzó a formarse un sólido caparazón. Al paso del tiempo me he topado con muchos políticos, hombres de gobierno, líderes, funcionarios, curas, intelectuales, intérpretes de la opinión pública, señores del gran capital y señoras de la gran belleza que, con menos valimientos de toda índole que el Vasconcelos originario, han ascendido, triunfado, por la sencilla maniobra de cambiar, en trueque histórico, un potaje de lentejas, por su progenitura pero, después de lo relatado, estos me resultan simplemente peanuts, como diría Charlie Brown, o sea, simples cacahuates. Después de aquello, estoy blindado.

¿Se imagina usted a José Emilio, Monsi o Pitol, ocupando, haciendo un plantón en un recinto universitario? Entérese por el mismo precio.

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