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Mathias Goeritz (1915-1990): nuevo libro
M

i interés por Mathias Goeritz y el aprecio por los trabajos de Daniel Garza Uzabiaga, ex curador del Museo de Arte Moderno (MAM), quien actualmente se desempeña en el museo del Chopo, determinaron la lectura acuciosa del libro Mathias Goeritz y la arquitectura emocional: una revisión crítica 1952-1968, que obtuvo el premio de crítica de arte Luis Cardoza y Aragón 2011.

Ese galardón no involucra, hasta donde recuerdo, la edición del trabajo premiado y es de festejar que en esta ocasión, un consorcio de patrocinadores hayan dado lugar a un volumen que lo contiene, acompañado de un buen acervo de imágenes de archivo, oportunamente insertadas en el texto (no como cuadernos al final) y en versión bilingüe.

La lectura fluye porque es directa, nada rimbombante, precisa, con datos cotejados y citas pertinentes.

No es una monografía general sobre Goeritz, sino el acopio de cuatro temas interrelacionados: el museo experimental El Eco, la escultura monumental con énfasis en las Torres de Satélite y el proyecto urbanístico que se antoja utópico del arquitecto Mario Pani, mismo que dio lugar emblemático a las torres (y según Barragán también publicitario).

Están reproducidas varias veces para mostrar su aspecto desde diferentes ángulos, a partir del momento en que todavía no recibían los colores iniciales que ostentaron y que se han atribuido a Chucho Reyes.

Esa sección comienza con el animal del Pedregal de San Ángel, la serpiente también emblemática, que ha cambiado de ubicación en la propia entrada al fraccionamiento. Concluye con el capítulo referido a la Ruta de la Amistad y un breve apartado de conclusiones a modo de resumen.

A mi juicio, el argumento que más dificultades paradójicas ofreció al autor, trata de la transición del ángulo espiritual a lo religioso, según su pensar. Está incluido principalmente en el capítulo mensajes referido a las piezas doradas, lisas o perforadas que bien conocemos a través de las no pocas ocasiones en las que se han mostrado en exposiciones, tanto en museos como en galerías y hasta en subastas. Pero el oro, aun con su simbolización lumínica y posiblemente divinizada es, reflexiona el autor, también símbolo de riqueza. Incluso tal vez en Bizancio, yo me pregunto.

Anota que estas piezas, según su parecer, tienen un antecedente en Ives Klein, quien en 1949 realizó 45 cubiertas con oro de hoja denominadas Monogolds. Igual que Mathias, Klein las tomó como fuentes de luminosidad, pero Klein sí exploró el valor material de las mismas a partir del valor comercial del material. Lo mismo que Hirst, con su calavera diamantina.

El Mensaje creado por Goeritz a modo de mural para el hotel Camino Real supone un parámetro: levantar el nivel del espacio donde se encuentra a un estatus superior, opuesto a “la modernidad instrumental… Este encantamiento para Goeritz es ante todo religioso”. Pero el oro es de todos modos el símbolo de abundancia y riqueza material (p. 165)

La arquitectura emocional es un experimento para encontrar emociones, expresó Mathias Goeritz en el enunciado que se convirtió en manifiesto y se reprodujo también en el catálogo de la exposición Mathias Goeritz y la arquitectura emocional, que tuvo lugar en el MAM, en 1984.

Mathias no definió, propiamente hablando, las emociones que la arquitectura obviamente puede suscitar, mismas que pueden ser aplicadas a multitud de construcciones arquitectónicas de muy diferente índole: religiosas, laicas, industriales, etcétera.

Garza Uzabiaga buscó dar un sustento filosófico a ese punto en el subcapítulo El tema de las emociones refiriéndose primordialmente a El Eco. De acuerdo con Edmund Burke pudiera argumentarse la correspondencia entre el significado emoción con la experiencia de asombro originada por lo sublime. Pero esa experiencia, que para Goeritz era síquica, suele ser experimentada físicamente en un sinnúmero de ocasiones, tanto en sentido positivo: asombro, admiración intensa, goce que puede provocar hasta lágrimas, o por el contrario, en sentido negativo, grotesco, doloroso, inesperado y terrible. Esas son las emociones. A decir verdad, por muchísimo aprecio que se le tenga a El Eco, creo que el propio Ma-thias pudo experimentar emoción y examinar su reacción al enfrentarse con las bóvedas y cúpula del Hospicio Cabañas, en Guadalajara, cuando llegó a la ciudad invitado por el arquitecto Díaz Morales el mismo año de la muerte de José Clemente Orozco: 1949. ¿Pudo de allí tomar la emoción como adjetivación arquitectónica? La posibilidad, cabe.

Los apartados que integran el libro y que incluyen un capítulo, igualmente bien ilustrado, sobre la Ruta de la Amistad (ahora remozada) excepto en ésta, parten de nociones espirituales, metafísicas y religiosas que integran una constante con referentes explícitos en la obra de Goeritz, incluyendo presupuestos arcaicos y desde luego también prehispánicos. Casi como una especie de apostolado asume el autor.