Opinión
Ver día anteriorJueves 23 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Los barrios de París
S

i París es ante todo una ciudad cosmopolita, sus barrios respiran un aire provinciano. Vivir durante algunos años en uno de ellos convierte a sus habitantes en parte de una familia unida, en la cual, como en todas las familias, hay querellas, secretos inconfesables, celos, herencias, y desconfianza hacia el extranjero.

Hay los habitantes casi ancestrales, los originarios del barrio: se pasean por sus calles con el paso seguro de propietarios de la tierra. Los hijos legítimos, herederos de tradiciones y estilos: cruzan las calles sin dignarse volver la cabeza para ver si viene un vehículo, toca a éste detenerse a su paso. Los primos lejanos, unos ruidosos, otros discretos: igual se detienen, provincianos, obedientes a la autoridad de los semáforos. Los amigos que conocen las costumbres y avanzan directo al café-bar que buscan. Los simples visitantes, caminan con el paso vacilante deteniéndose para mirar un aparador, una librería, una fuente. Los intrusos que se funden en el desfile de caminantes en esa fiesta de la calle a donde todos, sin excepción, son invitados. En una ciudad donde se festeja al peatón.

Cada barrio de París tiene su aspecto, su historia, sus olores, sus vivos y sus muertos. Su nombre. Un nombre inventado por sus pobladores que le viene de lejos, de un momento impreciso, intemporal. Indefinidos también sus límites de fronteras brumosas. Geografía ajena a las divisiones administrativas.

Quartier Latin, Odéon, Saint-Germain-des-Prés, Marais, Saint-Roche, la Maub. ¿Dónde comienza, dónde termina su territorio? Entre cada barrio, las lindes se superponen a veces; otras, dejan un terreno baldío, tierra sin nombre donde los moradores escogen a su antojo entre un barrio u otro. Sus nombres son la extensión de una iglesia, una cárcel, un mercado, un cementerio, una escuela.

La place Maubert se crea a principios del siglo XIII, al mismo tiempo que se levantan las primeras casas en 1210, lo cual hace del lugar uno de los más antiguos de una ciudad que adquiere su rango y su fisonomía en ese siglo. Maub, apócope de Maubert, probable deformación, por la fuerza de los años, sea de Aubert, nombre del abate de la vecina iglesia de Sainte-Geneviève, sea del sabio Maître Albert. Se vuelve lugar de ejecuciones públicas en el XVI. La más conocida de éstas es la del humanista y traductor del griego, Etienne Dolet el 3 de agosto de 1546. En 1889 se erige una estatua en su memoria, fundida por orden de los nazis en 1943. Dolet conoce, pues, una segunda vez la hoguera.

Durante siglos, la Maub es un barrio estudiantil con una población, para nada subterránea, de traperos, prostitutas, clochards y otros marginales. Dante da sus clases desde lo alto de un granero a los estudiantes sentados en la paja. Ejemplo de la doble fisonomía del barrio, el aventurero poeta Villon, autor de La ballade des pendus, es condenado a la horca. El aspecto de corte de milagros de los lugares se va perdiendo, aunque subsistan huellas de su mala vida. Se restauran edificios de los siglos XVI y XVII. Se crean jardines. Se instalan fuentes. Se limpian las calles. Una nueva población adinerada se instala –el barrio se vuelve uno de los más caros de París con sus faroles heredados de Champs-Elysées–. Llegan también personajes como Mitterrand, Choron (creador del satírico periódico Hara-Kiri), Soulages, el pretendiente a la corona de Francia. Pero ni sus boutiques de lujo ni sus galerías de arte logran expulsar a los clochards. Forman parte del alma de la Maub.

Si hay ladrones son de cuello blanco. Y si hay prostitutas, no son peripatéticas. Cierto, desde hace tres o cuatro años, han surgido, en callecillas discretas, establecimientos acogedores de masaje chino. Como anunciaban un masaje baratísimo, me decidí a ir. El pago por adelantado me hizo dudar. Sin insistir, una chica me indicó la salida. A mi marido, en cambio, le ofrecieron insistentes, por un precio más alto, masaje cuerpo a cuerpo.