Opinión
Ver día anteriorDomingo 26 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Estado y el limbo
E

l ejercicio de la política en su sentido más pleno y elevado es un producto histórico y nacional. Conocer a fondo el país, asumir su historia, hablar su lenguaje, son ya un acto político transformador. Así pensaba Arnoldo Martínez Verdugo a su país y su causa revolucionaria… como una transformación intelectual y moral de la sociedad, que vaya que nos hace falta. El auténtico comunista y hombre de bien se fue, pero sus ideas y compromisos quedan como herencia y reclamo siempre vivo. En su recuerdo y en solidaridad con Martha, vayan estas líneas. En memoria y a la memoria.

Como en buena parte del resto del planeta, en México el Estado sigue en el limbo. A pesar de los pasos dados por el nuevo gobierno para recuperar la centralidad estatal, la situación actual sigue afectada por déficit mayores en materia de gobierno, orden público y capacidad de dirección y mando por parte del Estado.

El daño causado por el desgobierno calderonista parece haber sido mayor, y es por eso que la voluntad centralizadora del poder por parte del grupo gobernante se muestra cada día como insuficiente. Esperemos que no se vuelva contraproducente, como puede ocurrir si de la angustia ante esta insuficiencia algunos se ven tentados a usar la fuerza, creyendo que su monopolio es real y legal y, por eso y sólo por eso, legítimo.

A medida que nos adentramos en el análisis específico y de los detalles de lo que pueden ser las beneméritas reformas, como lo hicimos en días pasados en la Academia Mexicana de Economía Política, esta falta de Estado aparece como ausencia primordial y simbólica. Si atendemos con cuidado a la manera como funcionan las instituciones que deberían dar cuerpo y fibra al Estado, no se encuentran sino huecos y fallas repetidas, en actividades donde su presencia no sólo es requerida sino vital. Así en la energía y sus fuentes convencionales o alternativas como en las finanzas públicas y privadas, donde reina una especie de pausada anarquía que usufructúan banqueros y dignatarios que reclaman homenajes a diario por su salvadora labor en materia de estabilidad y cuidado de la moneda, a costa de todo lo demás.

Lo que priva es un quietismo en la política y el Estado, sólo interrumpido por los brotes inauditos de violencia social y criminal a los que sucede siempre la calma chicha que no puede presagiar sino otra tormenta. Y así se pasa la vida en México.

La región más transparente de nuestro inolvidable Carlos Fuentes cede su lugar en estos días al Apocalipstick del otro inolvidable y querido Carlos (Monsiváis), cuya impronta no sabe de pactos y componendas. La dura realidad no ofrece cobijo a la dura ley que algunos proclaman y reclaman como unto milagroso, y sólo la disciplina férrea del Ejército Mexicano, todavía a prueba de balas, gritos y sombrerazos, ofrece un mínimo de seguridad a los aterrados michoacanos, que ven y sufren la imparable disolución de su orden público y político.

Desaparecer o no los poderes queda para Hamlet en Zirahuén. Los únicos que valen son los poderes de las bandas, que se enmascaran o no según les plazca. En la tierra del general, presidente y conductor de pueblos no quedaría ni su memoria, según quiso imponerlo el presidente pequeño que, como el hombre increíble de la célebre película, se reduce más y más con los días de su lamentable memoria.

La desgracia purépecha no empezó cuando sus reyes fueron derrotados por los conquistadores. Vinieron Tata Vasco y Tata Lázaro y Morelos y Melchor Ocampo para forjar un panteón glorioso de hombres libres y juventudes tercas y luchadoras que una y otra vez toparon con la necedad de gobiernos cuya divisa también necia era borrar el recuerdo de esas y otras gestas libertarias. No lo lograron y su mentalidad retardataria y represora fue la que quedó en el olvido.

Hasta que Calderón decidió tomar la estafeta, arrinconó al gobierno del estado, aprisionó a los alcaldes de los pueblos y quiso, para cerrar con broche de plomo y lodo, imponer a su hermana como gobernadora del páramo en que su intolerancia majadera convirtió a Michoacán. Y así hasta la fecha.

La mezcla de un liberalismo nunca bien aprendido ni entendido con un integrismo apenas mal tragado, con que Calderón quiso desmontar el Estado heredado de la Revolución, nos dejó sin sus instituciones fundamentales a la vez que sin recambio. Con las fuerzas armadas horadadas en su legitimidad primigenia, por el abuso que se hizo de su obediencia por parte del gobierno y su presidente, la eficacia estatal que solía solventar una legitimidad siempre endeble, por la simulación sostenida de un autoritarismo cada día más despojado de su legado reformador y desarrollista, ha entrado en decadencia y no hay manera suave de impedirla. Esta es, por mal que nos pese, la suma nada teológica de la realidad presente con que deben lidiar el sistema político y sus componentes y actores principales.

A valor presente, como dicen los currutacos, ninguno de ellos está a la altura de la tarea ingrata de reformar el Estado sin dejar de darle a la sociedad los bienes básicos, reales y simbólicos, para su sustento elemental. Ni el Pacto por México ni, ahora, el Plan Nacional de Desarrollo, pueden ofrecerle a los grupos que aspiran a ser gobernantes el mínimo aliento para acometer empeños de esta naturaleza.

Esta es, al final de cuentas, la historia del despeñadero panista, y puede ser, sin solución alguna de continuidad, la que escriban los perredistas si insisten en la desmemoria y la negación de principios y sueños primordiales, como los que nos legó Arnoldo. También le puede tocar al hoy orondo priísmo, cuando la ambición toque a rebato y las prebendas no alcancen para nada debido a una austeridad mal entendida y peor administrada.

En este cruce de polvorientos senderos se cuece nuestra encrucijada a unos años de que la democracia se estrenara y nos ofreciera, inclemente, sus primeras golosinas envenenadas en las personitas de Fox y los suyos, o en el cerrojo demoledor de Calderón y su (auto) destructiva junta. Y ni en la economía, la política o la cultura hay milagros de que disponer.

Y aquí nos quedamos, en espera de Ixca Cienfuegos o de los Días de guardar de nuestros queridos Carlos.