Opinión
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Xochimilco, otra vez
N

uevamente, y como los últimos 30 años, se denuncia el deterioro que sufre uno de los tesoros naturales, productivos, históricos y culturales de la ciudad de México y el país: Xochimilco, todavía la mejor muestra de las tradiciones agroecológicas nahuas. Un pulmón verde y reservorio de agua, flora y fauna que se niega a morir por el avance de la mancha de asfalto. Su desaparición sería otro desastre ecológico y cultural, la pérdida irremediable de una cultura del agua que por siglos supo rendir frutos inigualables a sus pobladores y a sus vecinos.

Las políticas públicas sobre uso del agua y expansión de la mancha urbana sobre la zona lacustre se unieron para atentar contra este Patrimonio Cultural de la Humanidad, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Lo es también ecológico que se remonta a, por lo menos, mil años y tiene como expresión principal el agrosistema chinampero. Establecer estos islotes artificiales, capaces de dar cosecha hasta siete veces al año, exigió un amplio conocimiento de los recursos biológicos del lago y el dominio de la orografía e hidrografía de las regiones montañosas aledañas. El resultado: asegurar una producción agrícola en las serranías, maximizar la capacidad de recarga de los mantos freáticos que alimentan a las chinampas. Agréguense la portentosa obra hidráulica para evitar inundaciones y separar el agua dulce de la salada, el albarradón de Nezahualcóyotl.

El desastre comenzó cuando los españoles consideraron que el ecosistema lagos-serranías era obstáculo para las nuevas formas de producción. Secar los lagos, por principio. El agua como enemigo. A pesar de todo, una parte de ese rico territorio manejado sabiamente por los habitantes de la cuenca se salvó de la destrucción y deja sentir su influencia positiva sobre Xochimilco, y Chalco, Tláhuac, Texcoco y la ciudad toda.

Xochimilco y áreas circundantes soporta numerosos problemas: extracción desmedida de sus manantiales para surtir de líquido a la ciudad con el consecuente hundimiento de la zona, descargas clandestinas de aguas negras (como las del Reclusorio Sur), cambio de uso del suelo agrícola para la construcción de viviendas, bodegas, y negocios diversos, contaminación de la presa San Luca, invasiones. Y proyectos absurdos afortunadamente desechados, como un club de golf y un parque temático.

La calidad del agua, la contaminación y los asentamientos humanos sin planeación son los problemas más sentidos de los lugareños. De ello saben muy bien los funcionarios que ahora se disponen a resolver esos y otros desajustes. A la cabeza de ellos, Gustavo Cabrera, autoridad de la Zona Patrimonial Mundial Natural y Cultural de la Humanidad en Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta. Como demuestran los especialistas que por años se han dedicado a examinarlos (Jorge Legorreta, Horacio de la Cueva, Nemer Narchi, José Genovevo Pérez, Alejandro Meléndez Herrada, Isabel Mata, Gilberto Vela, María de Lourdes Rodríguez, Jorge López, Martha Angélica Olivares, Gloria del Carmen Ramos, María Guadalupe Figueroa, Martín López, Beatriz Canaval, Diana R. Villarreal y el grupo de especialistas de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, bajo la dirección del arquitecto Alberto González Pozo, Ignacio Armilla Gil y Carlos Arriaga), cualquier programa de saneamiento y recuperación de la zona debe ser integral y tener en cuenta el pasado, las actuales formas de vida y una cultura milenaria. Y con la participación de la población local, con los chinamperos que han sabido convivir con las nuevas formas tecnológicas.

Los nuevos responsables de establecer las políticas para salvar Xochimilco de la desaparición calculan que la mitad de las 40 mil chinampas ya se perdieron. Para evaluar lo ocurrido han llamado a instituciones de investigación que cubran los aspectos sociales, urbanos, el medio ambiente y la biodiversidad. Lo que faltará es que esta vez sí les hagan caso. Y no ocurra, como cada sexenio, que los intereses políticos y económicos terminen por imponer sus criterios, de ninguna forma los que necesita un patrimonio que pertenece a todos.