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Seguridad

L

a CIA se ha convertido en un servicio paramilitar, donde más de la mitad de los agentes que ingresaron después de 2001 se dedican exclusivamente a operaciones militares de la guerra contra el terror, reporta el New York Times. La agencia de inteligencia se ha encargado de realizar cientos de ataques con drones, las aeronaves a control remoto que se han vuelto el arma moderna más destacada de la política bélica del gobierno de Barack Obama. Además, la CIA tiene ahora estaciones grandes en Kabul y Bagdad, con cientos de agentes clandestinos en lo que se sigue considerando zonas de guerra.

A la vez, las agencias de seguridad nacional, en el contexto de la guerra contra el terror, también contemplan a Estados Unidos como posible terreno de operaciones enemigas, y halcones de esta guerra señalan que, a pesar de sucesos trágicos como los de Boston, varios complots han sido frenados dentro de este país gracias, dicen, a las operaciones clandestinas para rastrear, vigilar y atacar a posibles terroristas. No por nada se ha multiplicado el uso de cámaras de vigilancia por todas partes: metros, bancos, calles, edificios importantes y más. De hecho, hace unos años, la empresa de moda Kenneth Cole usó este hecho para su campaña de publicidad, al recordar que un ciudadano es fotografiado en promedio 75 veces durante un día, y sugiere que uno por lo menos se vea bien ante esta situación.

En tanto, la vigilancia oficial de comunicaciones personales –teléfono, correo electrónico redes sociales y más– continúa ampliándose. El escándalo que estalló recientemente con la revelación de que el Departamento de Justicia, al investigar posibles filtraciones de información secreta por funcionarios oficiales, obtuvo de manera clandestina los registros de comunicaciones telefónicas de unos 100 periodistas y editores de la principal agencia de noticias del país, la Associated Press, es sólo un ejemplo de la nueva vigilancia cuyo alcance y dimensiones son secretos.

Todo esto se justifica por una amenaza constante que proviene de afuera, pero que ya está aquí dentro: la creación de una fuerza paramilitar, los ataques con drones que en esencia son misiones de asesinatos internacionales a control remoto, el espionaje en todos los rincones del mundo y dentro de Estados Unidos. Aun los errores de inteligencia (incluidas miles y miles de vidas en daños colaterales) son interpretados con esta justificación de que Estados Unidos hace lo necesario para su autodefensa, como dijo Obama la semana pasada, ante ese enemigo que quiere hacer daño a todo estadunidense. Todo para defender la libertad mundial y al mismo guardián autoproclamado de ese mundo: Estados Unidos.

Ante este ambiente de amenaza permanente –algo que se nutre a diario por los políticos, las autoridades, los medios, los expertos y toda una industria de relaciones públicas dedicadas a esto–, la sensación es de un país bajo sitio.

Eso favorece todo tipo de intereses aquí, como, por ejemplo, a los defensores del derecho sagrado a las armas. Wayne LaPierre, principal vocero de la Asociación Nacional del Rifle, insiste en que si todos los ciudadanos estuvieran armados se podrían detener actos como los que ocurrieron en el maratón Boston, y que el intento de controlar ese derecho es nada menos que una amenaza a la libertad. En la lucha contra el control de armas, insistió recientemente en la convención de esa poderosa agrupación, tenemos una oportunidad de asegurar nuestra libertad por una generación, o perderla para siempre.

Mientras tanto, hace días se dio la noticia de que un niño de 5 años había disparado y matado a su hermana de 2 años de edad. Peor aún, había utilizado su propio rifle, uno de calibre .22 manufacturado justo para niños, que le habían regalado por su cumpleaños, y que se comercializa con el lema mi primer rifle. El sector de menores de edad ha sido uno de los de mayor crecimiento en la industria de armas de fuego, se reporta, ya que en muchos estados no hay leyes que impongan un límite de edad para los usuarios.

Pero ante las amenazas, aun las representadas por los que realizan matanzas de estudiantes y maestros en escuelas, como en Connecticut, Colorado, Oregón y tantos lugares más, todo intento por reducir o limitar las armas, y por supuesto, las guerras, es considerado no sólo antipatriótico, sino hasta de traición.

En la investigación y acción penal contra cualquiera que se atreva a poner ante la luz los secretos oficiales necesarios para llevar a cabo estas guerras de sombras resalta, por supuesto, el caso de Wikileaks, con el juicio del soldado Bradley Manning programado para principios de junio, acusado de, entre otros cargos, ayudar al enemigo al hacer públicos secretos sobre las guerras de Estados Unidos. Varios funcionarios y periodistas más están bajo investigación por filtrar información oficial secreta al público, con las mismas acusaciones; de hecho, ningún otro gobierno en la historia moderna del país ha realizado tantas investigaciones en este rubro que el de Obama.

Y quien se oponga públicamente también es sospechoso y tiene que ser castigado. Hace unas semanas, Megan Rice, una monja de 83 años, fue condenada penalmente, junto a Michael Walli, de 64, y Greg Boertje-Obed, de 56, por invasión de una instalación nuclear, con lo que enfrentan una posible sentencia hasta de 20 años de cárcel. Su delito: el ingreso de los tres activistas de paz a la única instalación del país donde se almacenan armas convencionales radiactivas, donde rociaron sangre humana como símbolo de la sangre que corre en las guerras (nunca llegaron cerca del material nuclear). Rice comentó al jurado, poco antes de ser condenada, que sólo se arrepiente de no haber realizado más acciones directas en sus primeros 70 años de vida.

¿Por qué será que uno se siente tan inseguro con tanta seguridad?