Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Mamá sin culpa

E

n estos manicomizados tiempos cada vez más madres se preguntan si haber tenido hijos fue porque estaba en su naturaleza o si presiones familiares, religiosas y sociales decretaron que para ser mujer se requiere también ser madre. En cualquier caso, todas confunden opción libre y consciente con obligación forzosa y muy pocas logran asumir, con madurez y compromiso, las consecuencias de tan grave confusión.

Maru es terapeuta en biomagnetismo –uso de imanes de mediana intensidad para regular el ph del cuerpo– e imparte talleres de desarrollo espiritual. Tuvo dos hijos, una mujer y un hombre, Eduardo, el cual a los 30 años empezó a desarrollar una esclerosis múltiple primaria progresiva, considerada la más agresiva y en la que nervios y músculos se van poniendo rígidos. Durante años fue tratado en el Instituto Nacional de Neurología, pero más como un seguimiento de su enfermedad que como tratamiento propiamente. Desesperada, su madre empezó a buscar soluciones alternativas como el biomagnetismo y a estudiarlo para aplicarlo, y si bien no ha sido una cura para su hijo, sí ha actuado como útil relajante natural.

“Hace siete años –comparte Maru– los especialistas me dijeron: ‘señora, su hijo va a perder todas sus facultades, pero poco a poco’. Fue un diagnóstico devastador. Es un padecimiento del que se desconoce su origen pero mucho tuvo que ver el tiempo que transcurrió para que le dieran el diagnóstico. Fue un periodo clave el que se perdió e impidió un tratamiento más oportuno que atenuara la atrofia de su hemisferio cerebral derecho.”

“La reacción de Eduardo ha sido de un tremendo enojo –refiere su madre–, no obstante que lo determinante en cualquier caso es la voluntad de la persona de sanar, pero en mi hijo su profundo enojo rebasó su voluntad de curarse, a sabiendas de que hay gente con esclerosis que se ha curado. Hasta hace poco todavía quería trabajar.

Aunque cada vez le costaba más trabajo todo, vivía solo. Incluso dejé a mi pareja para llevármelo conmigo, pero eso tampoco sirvió para que mejorara ni valorara mi disposición a ayudarlo. Estuvo seis meses en casa y decidió irse de nuevo, pues abundaban las fricciones entre ambos por la diferencia de opinión entre su autonomía y mi percepción de ésta. Eduardo también empezó a desarrollar una exigencia de discapacitado, a demandar atención de todos, a tiranizar a cuantos lo rodeaban y a aumentar su hermetismo.

Continuará