Opinión
Ver día anteriorMiércoles 29 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

Trabaje ahora, cobre después

Salarios: subsidios al capital

Avance social puede esperar

E

l mensaje presidencial fue más claro que el agua: trabajen ahora, cobren después. Los destinatarios fueron los mexicanos de a pie, quienes a duras penas sobreviven luego de tres décadas al hilo de un modelo económico, amén de fallido, salvaje, excluyente y voraz, cuyo logro más notorio tiene dos caras: fortunas de ensueño para los menos, pobreza para los más.

Sin embargo, para el inquilino de Los Pinos el responsable de tan aterradora situación no es el modelo económico, sino la falta de productividad en el país. Lo resumió así: si en los últimos años los índices de productividad hubiesen sido similares a los que ha tenido Corea, nuestro producto interno bruto sería cuatro veces mayor al que hoy tenemos. Y el número, y éste es el dato más importante, el número de mexicanos en pobreza sería 86 por ciento menor. Este es un dato para tenerlo ahí, para encontrar en ello respuesta de por qué no hemos logrado, no obstante, tener una condición macroeconómica sólida. El que estemos teniendo crecimiento, pero no a tasas mayores, por qué no hemos logrado revertir de manera real y no sólo con paliativos, la pobreza de nuestro país. La respuesta es muy simple. Porque no hemos sido suficientemente productivos, porque esta variable, la forma de medir la productividad en los últimos 30 años, ha decrecido.

He allí la razón, a los ojos del inquilino de Los Pinos. Fuera de su registro quedó el hecho de que la sistemática reducción de los niveles salariales ha sido, a lo largo de esas tres décadas fallidas, la política más notoria del gobierno federal y de la clase empresarial para lograr, el primero, reducir a un dígito el índice inflacionario y, la segunda, para bajar los costos de producción, aumentar la competitividad de sus negocios y hacer crecer sus fortunas como la espuma. Así, la tan presumida solidez macroeconómica no es resultado más que del permanente deterioro del ingreso de los mexicanos, de sus derechos constitucionales y, por ende, de su bienestar.

Dejó a un lado, también, el hecho de que las empresas han institucionalizado la contratación de mano de obra cada vez más barata (allí está el vertiginoso crecimiento del outsourcing, a la vista de la autoridad laboral), algo facilitado por la existencia de un nutrido cuan creciente ejército de desocupados, subocupados e informales, a los que –creen ellas– se les puede ofrecer migajas como ingreso, sin prestación alguna. No es gratuito que más de 65 por ciento de los mexicanos ocupados (31.5 millones de personas) obtenga un ingreso máximo de tres salarios mínimos, aunque el grueso va de cero a dos mini salarios.

No ha sucedido lo mismo en el caso de las ganancias del capital (depende del sapo, la pedrada). Diez mega empresarios concentran algo así como 15 por ciento del producto interno bruto; de esa proporción, la mitad corresponde sólo a uno de ellos, y en los últimos 30 improductivos años (versión oficial) sus respectivas fortunas han crecido vertiginosamente, al punto que nadie –cuando menos en América Latina– los alcanza.

Como ayuda de memoria vale mencionar que en 1980 (en vísperas de la imposición del nuevo modelo económico y cuando la economía creció a una tasa de 9.23 por ciento) la participación de los salarios en el producto interno bruto representó 36.04 por ciento del total, mientras la tajada para el capital fue cercana a 47.7 por ciento. Tres décadas después (2011, con información del Inegi), con una productividad decreciente y una tasa promedio anual de crecimiento económico de 2 por ciento, dicha relación fue de 27.6 y 62.4 por ciento, respectivamente. Es decir, la participación de los salarios se desplomó casi 24 por ciento, mientras el capital prácticamente se quedó con el pastel, pues su rebanada creció 73 por ciento. Y la productividad –de acuerdo con la versión oficial– fue de más a menos en el mismo periodo.

El presidente Peña Nieto dijo que después de una expansión considerable que México tuviera en los años 50, entre 1950 y 1980, la productividad desde entonces ha venido cayendo en las últimas tres décadas. Y, con ello, la posibilidad de elevar la calidad de vida de las familias mexicanas. Bien, pero se supone que paralelamente debió descender la calidad de vida de empresarios y empresas, algo que ni de lejos sucedió entre los integrantes del círculo dorado.

Así, para el inquilino de Los Pinos, “la fórmula es muy sencilla: a mayor productividad mayor prosperidad, y esto aplica para un individuo, para una empresa o para toda una nación. Con más productividad, yo estoy seguro que vamos a mover, pero lo más importante, estaremos transformando a México y, a partir de ahí, estaremos transformando la realidad en la que viven millones de familias mexicanas para ser más prósperas, para tener mejores ingresos y para lograr que su ingreso les alcance para más… eso a final de cuentas va a permitir que cada trabajador, insisto, no importando en el ámbito donde despliegue su actividad, tenga un mejor ingreso... Y esto va a ocurrir en el transcurso del tiempo”.

Entonces, la nueva directriz es trabajen ahora, cobren después, sean productivos y ya veremos, pero como bien plantea el editorial de La Jornada, difícilmente podrá resultar exitosa una estrategia de impulso a la productividad que no aliente en primer lugar las condiciones y la calidad de vida de la fuerza laboral nacional, condenada durante décadas a una depauperación sostenida e implacable. En esta perspectiva, la idea de esperar a que la productividad mejore para entonces elevar el nivel de vida de los trabajadores conlleva una aceptación implícita de una pobreza permanente e invariable y, lo más grave, de la perpetuación de una desigualdad social ofensiva y peligrosa de cara a la estabilidad institucional. Si, por el contrario, se empieza por el impulso a políticas de redistribución del ingreso, bienestar, seguridad laboral y social, educación de calidad gratuita y para todos y fortalecimiento del poder adquisitivo de los salarios, el incremento de la productividad será una consecuencia tan factible como virtuosa.

Las rebanadas del pastel

La OCDE asegura que los mexicanos son los que más horas laboran al año en promedio (2 dos mil 250) entre los trabajadores de los países que conforman esa organización, y quienes obtienen, también en promedio, salarios 3.5 veces menores al de los integrantes de esa institución, y así comparativos por el estilo que no ayudan mucho. Pero el dato más revelador –según la misma fuente– es que, a pesar de todo, los habitantes de este país están entre los ciudadanos más felices de la OCDE. ¿Será que, aparte de mudos, son ciegos y sordos?