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Ver día anteriorJueves 30 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El CCH: tiempo de debate
L

os documentos elaborados para la reforma de los planes de estudio del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de la UNAM revelan que en vez de pensar por cuenta propia, los autores han sido dominados por la retórica y las ideas que en materia educativa han impuesto los organismos internacionales. Saltan a la vista la fraseología hueca sobre la calidad de la educación y vicios lingüísticos inaceptables en un documento universitario oficial, que pretende ser la base del mejoramiento de la calidad educativa. Ejemplos que se repiten una y otra vez: con relación a, implementar, modalidades que se ofertan, al interior de, prioriza, retroalimentación, a nivel de, en base a. De la misma manera, sin la menor reflexión, se repiten lugares comunes como la sociedad del conocimiento, el mundo globalizado y, por supuesto, las competencias y la competitividad.

Evidentemente, si no se ha tenido cuidado con el lenguaje y la gramática, menos puede esperarse tal cuidado en los conceptos y las ideas. Los documentos en cuestión se sustentan en un enfoque de moda, puramente sociológico, que conduce a políticas meramente formales, con frecuencia infértiles (excepto por la mejora de algunas estadísticas), incapaz de incorporar al sujeto individual y supone relaciones causales simplistas a partir de las correlaciones entre dos variables de procesos en sí muy complejos.

Están ausentes del proyecto de reformas al plan de estudios del bachillerato del CCH una propuesta pedagógica y una indagatoria seria acerca de una cuestión fundamental: ¿para qué estudiar? La respuesta de los documentos se precipita también en lugares comunes y generalizaciones: acceder a mejores oportunidades sociales, responder a los desafíos y necesidades de la sociedad contemporánea y, al mismo tiempo, actuar para transformar su realidad. ¿Qué le dice esto a un jovencito de quince años, hoy? ¿Cómo esperar que aguante la tortura de escuchar a sus profesores durante treinta horas a la semana, apurados para cumplir el programa, en un salón atiborrado? Después de eso, ¿qué? ¿Se pondrá a estudiar? Cientos de miles se van a sus casas a ver la televisión o a la calle, y unos pocos afortunados a trabajar.

La primera ruptura con el proyecto original del bachillerato del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM consistió en aumentar las clases de 17 horas a la semana a 29. El plan inicial partía del individuo: un joven estudiante que dedicaría a sus estudios cuarenta o cuarenta y dos horas a la semana (como lo hace un adulto en su trabajo), 17 de ellas a participar en el trabajo en grupo (clases), y otras 25 (una y media por cada hora de clase) a estudiar (que es la mejor manera de aprender); las otras 126 horas de la semana a dormir, transportarse, hacer deporte, divertirse, a comer y a rumiar sus aprendizajes. Así se buscaba hacer efectivo el propósito de aprender a aprender.

Por supuesto esto implicaba que la institución, además de aulas y profesores, proporcionaría a los estudiantes los apoyos necesarios para estudiar: bibliotecas, tutorías, materiales de estudio. Una medida que se dispuso para este proyecto fue dotar a cada plantel con una imprenta en la que se reproducían amplia y oportunamente las guías y textos necesarios; así, la propuesta era: todo mundo a leer, a escribir y a discutir. Este proyecto se eliminó: no se asignaron los recursos necesarios para las bibliotecas, los maestros quedaron agobiados con las horas de clase a grupos numerosos y las imprentas se enviaron a un lugar seguro. En la administración de Soberón, con afanes policiacos, también se cerraron las cafeterías en toda la UNAM por considerar que en ellas se organizaban las conspiraciones contra la autoridad. Inevitable recordar que, en esa misma época, Luis González y González decía que una buena biblioteca y una buena cafetería son los elementos esenciales de una buena universidad.

Urge incorporar en los proyectos de reforma educativa, en todos los niveles, al individuo, a la persona, con sus circunstancias y condicionamientos, con sus historias y sus variadísimos proyectos de vida, que no pueden sujetarse a las rigideces del sistema escolar convencional, el cual arroja a la vergonzante categoría de irregulares a quienes las rompen. Es indispensable añadir al enfoque sociológico el sustento filosófico y la teoría pedagógica.

Sin necesidad de un modelo educativo novedoso que les enseñe a aprender, generaciones enteras, fuera del sistema escolar, han aprendido y aprenden la cultura de su tiempo y aprenden a enriquecerla. La capacidad de aprender es universal y casi innata en el ser humano. En el sistema escolar es necesario aprender a aprender porque el propio sistema, con sus prácticas antieducativas, ha destruido esa capacidad, en vez de enriquecerla. El proyecto original del bachillerato del CCH, al reducir las horas clase, buscaba generar nuevas (y recuperar viejas) experiencias de aprendizaje y con ello el que los estudiantes aprendieran nuevamente a aprender.

Las autoridades de la UNAM tienen la responsabilidad de generar un amplio movimiento académico para discutir no solamente las reformas al bachillerato del CCH sino a toda la universidad, de esa manera podrán enterrar los lamentables acontecimientos de los meses recientes y atender los retos que enfrenta hoy la educación en nuestro país. La autonomía universitaria implica la exclusión de todo interés ajeno a la universidad en la organización y trabajo de la institución, y la construcción de un autogobierno eficaz; pero exige, además, “el desarrollo de un pensamiento autónomo y la capacidad de análisis y de juicio con base en referentes claros y debidamente fundamentados. De nada sirve que las instituciones tengan autonomía si las comunidades académicas no cuentan con la posibilidad de pensar de manera crítica, analítica, inteligente y autónoma…” (como acertadamente señala, por ejemplo, la Ley de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México).