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El Transpacific Partnership y el Gran Mercado Trasatlántico, instrumentos al servicio de la hegemonía estadunidense
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l 23 de mayo se concluyó en Lima (Perú) la 17 sesión de negociación del Transpacific Partnership (TPP) entre 11 países de la ribera del Pacífico (Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Chile, Australia, Brunei, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam), que acordaron poner en marcha dentro de pocos meses una amplia zona de libre comercio bajo la batuta de Estados Unidos. La mayoría de los comentaristas, turiferarios beatos del libre comercio, se alegraron de los beneficios esperados de este acuerdo: más crecimiento, más empleos. Una voz disonante se hizo oír, la del embajador Jorge Eduardo Navarrete en La Jornada del 23 de mayo, quien formula una visión crítica de esta asociación transpacífica y pone en evidencia su dimensión política. De hecho, más que un acuerdo comercial es todo un proyecto político que se inscribe en el contexto de un propósito estadunidense más ambicioso: el de tejer acuerdos de asociación con países del Pacífico políticamente afines como Chile, Perú, México, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, y en América Latina aislar a países como Brasil, Argentina, o los del Alba, que proclaman su voluntad de independencia. México se incorporó muy rápidamente al proceso, sin que nadie supiera cuáles fueron las concesiones que le permitieron alcanzar el avance actual de la negociación.

Es exactamente el mismo proceso que está en marcha entre la Unión Europea y Estados Unidos, con el nombre de Gran Mercado Transatlántico (GMT).

Mediante estos acuerdos Estados Unidos busca imponer su propia legislación y forzar a sus socios a eliminar todas las barreras tarifarias y no tarifarias, denunciadas como obstáculos al comercio. Esta estrategia fue concebida por varios think tanks como el Transatlantic Policy Network (TPN), quienes tratan de proponer estrategias para contrarrestar, con cierta impotencia, el declive de Estados Unidos y de Occidente, progresivamente desplazados por las nuevas gran potencias como el BRICS, y especialmente China. Un muy reciente informe del National Intelligence Council, El mundo en 2030 ( cf. el artículo de Ignacio Ramonet en Le Monde Diplomatique edición española de mayo de 2013: http://www.monde-diplomatique.es) confirma el temor de las agencias de inteligencia estadunidenses sobre la pérdida inexorable de influencia de Occidente en el mundo, en beneficio de China y otros países emergentes.

Los dos procesos avanzan de manera paralela, pero con dificultades. En Estados Unidos el proyecto TPP se tropieza con la clásica oposición de los republicanos a los acuerdos de libre comercio, y será muy difícil para el presidente Obama obtener una autorización fast track para concluir estos acuerdo en los próximos meses. Por otra parte, varios países, muy cercanos a Estados Unidos, se muestran preocupados por la ofensiva estadunidense porque tienen intereses nacionales que proteger. Es el caso en particular de Japón, quien duda en entrar en este proceso. Sin embargo, es una pieza clave en el dispositivo estadunidense.

Del lado europeo, después de un inicio laborioso, las cosas se aceleran. El principio de un acuerdo de libre comercio tras­atlántico fue lanzado en la cumbre Estados Unidos-Unión Europea en Madrid en 1995, como parte de un acuerdo político más amplio, la Nueva Agenda Trasatlántica (NAT), conjunto de declaraciones de principios que establecen el marco de las nuevas relaciones transatlánticas después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991. Naturalmente el NAT tenía un componente comercial, pero sobre todo una reafirmación de sometimiento de la UE a la política de seguridad estadunidense, especialmente por medio de la OTAN, estructura político-militar cuyo campo de intervención no para de extenderse más allá del Atlántico norte. En 2007 se pone en marcha la primera institución del GMT, el Consejo Económico Trasatlántico (CET), encargado de armonizar las legislaciones de los dos lados del Atlántico. Su funcionamiento es todo menos transparente. Sin embargo, se ha establecido un diálogo entre los sindicatos (AFL-CIO y confederación de sindicatos europeos), pero son encuentros muy formales. Lo mismo pasa entre asociaciones de consumidores. Un grupo de trabajo sobre medio ambiente nació muerto, disuelto por George Bush, que encontraba que sus propuestas eran demasiado limitantes para las empresas. En junio de 2010 se creó un grupo de estudio sobre la ciberseguridad y el cibercrimen. En junio de 2012, un grupo mixto entregó un informe que retoma como base de discusión las exigencias estadunidenses y establece la entrada en vigor del GMT para 2015. Como se trata de un acuerdo comercial (aun si su verdadera intención es política), los 27 estados de la Unión Europea deben negociar entre ellos y con la Comisión Europea un mandato de negociación. La Comisión Europea es el único organismo autorizado a negociar acuerdos comerciales: una vez empezada la negociación los estados miembros ya no podrán oponerse a lo negociado, todo el poder lo tendrá la comisión, cuyas orientaciones ultraliberales y pro-estadunidenses son bien conocidas. Varios países tiene objeciones, Francia en especial, que quiere defender su excepción cultural, es decir, el derecho para cualquier país de proteger sus industrias culturales y su producción intelectual y artística. Pero su posición no será de mucho peso a la hora de negociar el mandato, texto de carácter muy general y consensual entre los 27 miembros, lo que deja a la comisión un gran margen de libertad de negociación. El mandato debería estar listo en julio próximo para una conclusión de la negociación en 2015.

Estas dos amplias coaliciones detrás de Estados Unidos, el TPP y el GMT, tienen un mismo objetivo estratégico: crear un cerco alrededor de China, e impedir la emergencia de poderes que no sean controlados por los occidentales. La ausencia de China en el TPP tiene como excusa oficial que su moneda, el yuan, no es convertible. Pero nadie se deja engañar, y las autoridades y los medios de comunicación chinos no dejaron de criticar esta ofensiva estadunidense directamente orientada contra ellos.

Numerosos gobiernos y parlamentos aceptan sin objetar acercarse a los estadunidenses, aun si comercialmente no es de su interés, pero no es lo mismo con la opinión pública, muy preocupada por estos acuerdos que tendrán fuerte impacto en cuestiones de medio ambiente, de organismos transgénicos, de libertades públicas, de control de Internet y de limitaciones de los derechos sociales. Por estos motivos, estos acuerdos (el TPP y el GMT) se negocian en la discreción más absoluta, por el temor que tienen los gobiernos de provocar reacciones muy violentas en las opinión pública.