Opinión
Ver día anteriorSábado 1º de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El fetichismo de la evaluación
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na maestra dijo al final de la reunión: “Yo he sido maestra durante casi 30 años, me he dedicado a mis niños, no falto a clases, les llevo libros y siempre busco materiales nuevos; me preocupo porque todos salgan adelante, y yo siempre pensé que podría tener una jubilación digna, pero ahora ni siquiera puedo aspirar a eso. Me retiran como un objeto inservible e indeseable…”

En la reunión abordamos la seudorreforma educativa y sus consecuencias para el magisterio, sobre todo el mecanismo de evaluación, pruebas estandarizadas de opción múltiple en realidad, establecido obligatoriamente para el ingreso, promoción y permanencia de los maestros. Para educadores que han dedicado prácticamente toda su vida a la escuela ya ni siquiera es posible una jubilación digna. Se sienten ofendidos, menospreciados y hasta insultados.

Sin embargo, por encima de las personas, prevalece en la SEP, organismos empresariales e instituciones diversas la llamada cultura de la evaluación, impregnada en el lenguaje y el raciocinio educativo como el primer mandamiento eficientista, elevada a rango insustituible para lograr la calidad al establecer instrumentos para medir y clasificar el desempeño de maestros y alumnos. La evaluación se ha convertido en un verdadero fetiche al cual le rinden culto un conjunto de instancias gubernamentales que definen el derrotero educativo.

Conacyt, Ceneval, Conaeva, Comipems, CIIES, DGEP-SEP, son algunas estructuras evaluadoras pobladas de expertos que nadie evalúa y que gastan una porción creciente del presupuesto educativo sin rendir cuentas, que definen los aspectos fundamentales de matriculación de estudiantes, de supuestos padrones de excelencia docente, de lineamientos y estándares para programas educativos, de instituciones y escuelas de calidad, que controlan finalmente todo el llamado financiamiento externo sujeto a evaluación, dejando prácticamente a las instituciones educativas lo relativo a nóminas y gastos corrientes. Dejando la noción de autonomía como membrete histórico.

Exani I y II, EGEL, ENLACE, Excale, PISA, TIMSS, LLCE, Evaluación Universal, Concurso de Oposición, son solamente algunas de las evaluaciones más conocidas nacionales e internacionales. Construidas todas bajo la misma lógica tecnicista, puesta en marcha por equipos internacionales que comparten y reproducen todo un bagaje cosificador objetivo e instrumentalizante, especializado en volver medible numéricamente lo que en realidad es subjetivo, simbólico, valorativo, emocional, creativo y significativo: la construcción del conocimiento.

Como magistralmente recoge Hugo Aboites en su libro La medida de una nación, el origen de la seudociencia de la medición es Estados Unidos, donde desarrollaron desde principios del siglo XX una enorme cantidad de mediciones de todo tipo para encerrar al ser humano, con su pasión e inteligencia, en una ecuación matemática controlable. Los tests iniciaron su reinado y se han impuesto gracias a la visión mercantilizada de la educación que domina al mundo contemporáneo. Las personas y sus relaciones subjetivas, llenas de sentidos y motivaciones, desaparecen y se sustituyen por la regulación de compra-venta: se ofrece un servicio (educación, escuela, maestros) para una demanda (padres y alumnos), en esta ecuación mercantil es necesario medir la calidad. Así lo dice la Norma Oficial Mexicana de Calidad Educativa registrada como una precepto que regula un contrato mercantil sobre bases científicas comprobables.

De esta forma se ha completado el ciclo que llevó a que las relaciones sociales educativas se transfiguren y aparezcan como relaciones entre cosas, dominadas por el binomio dinero-mercancía. El resultado del fetichismo es la apariencia de una relación directa entre las cosas y no las personas: las cosas (las evaluaciones, instrumentos de medición y clasificación) sustituyen el papel subjetivo que corresponde a las personas (maestros y estudiantes) involucradas en el proceso (construcción del conocimiento, enseñanza aprendizaje) reduciéndolo a productos medibles (estándares y resultados). La apariencia de una relación entre cosas es lo que más valoran los expertos en su culto a la evaluación, pues creen que significa objetividad de los instrumentos, validez y cientificidad de sus resultados o mediciones. En realidad es el problema más grave que conlleva, pues refleja un desprecio total a la complejidad de los verdaderos procesos educativos y las condiciones sociales en las que se despliegan.

Veneración y culto desproporcionado a las virtudes simbólicas de la evaluación que hace que con estas pruebas adquieran aparentemente un valor propio independiente de sus productores y de sus grandes limitaciones. Este poder que obtienen sobre lo educativo, puesto que determinan matrículas, programas, estímulos y ahora ingreso y permanencia de los maestros, en realidad se circunscribe a una prueba estandarizada de llenado de bolitas, totalmente arbitraria, limitada, que no arroja una verdadera valoración, plagada de numerosos errores y contradicciones. A pesar de que esta realidad se ha planteado constantemente, el gobierno insiste en imponer un mecanismo sin fundamento, injusto y reduccionista, ajeno a las realidades socio-educativas.

*Profesora de la Universidad Pedagógica Nacional. Autora de El INEE y su dilema: evaluar para cuantificar y clasificar o para valorar y formar