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En la 55 edición participan desde las Maldivas hasta el Vaticano, esperada presencia

El arte de la mitad del mundo se reunirá por seis meses en la Bienal de Venecia

Massimiliano Gioni sorprende con una curaduría que intenta saltar la ecuación arte-mercado, a través de una serie de objetos que no son necesariamente artísticos, afirma él mismo

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Vista de la entrada al Arsenal, con la maqueta de El palacio enciclopédico del mundo, ca. 1950, de Marino AuritiFoto Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 2 de junio de 2013, p. 3

Venecia, 1º de junio.

La Bienal de Venecia, en su 55 edición, abre sus puertas por seis meses desde el primero de junio hasta el 24 noviembre. Los pabellones nacionales tendrán una participación –literal– de medio mundo, con 88 países, algunos de los cuales exponen por primera vez, incluso islas diminutas, como Tuvalu en medio del Pacífico, o Maldivas, en el oceáno Índico, así como Kosovo, Bahrain, Kuwait, entre otros; aunque la presencia más sorprendente y esperada es la del Vaticano.

La Exposición Internacional a cargo del italiano Massimiliano Gioni (1973), el curador más joven de la historia de la Bienal, es una edición rupturista que sacudirá la tipología habitual de la muestra de este tipo más famosa del planeta.

Lo primero que emerge es la renuncia al clásico listado de estrellas o futuras promesas del sistema del arte: Es una exposición que intenta saltar la equación arte-mercado, a través de una serie de objetos que no son necesariamente artísticos, como afirma Gioni.

Esto es notorio desde el título El palacio enciclopédico, que finalmente sacude la retórica forzada de las ediciones anteriores (Hacer mundos, Iluminaciones), ante la necesidad de subrayar aquello que es la peculiaridad de esta manifestación respecto de cualquiera: la sobrevivencia de pabellones nacionales.

La muestra incluye una selección de 150 creadores no sólo contemporáneos, sino de todo el siglo XX hasta nuestros días. De entre el increíble número de artistas, el doble respecto de la anterior, debido quizás al pequeño formato de la obra, únicamente Damián Ortega es mexicano. Sin embargo, la importancia del origen del artista se diluye por completo, pues el proyecto trabaja por valores universales, no colonialistas.

Sobre su nómina, Paolo Baratta presidente de la Bienal, considera: tras 14 años de haber tenido curadores tradicionales era tiempo de integrar una figura de la generación posterior.

Gioni pretende romper con la idea de exposición de arte puro en cualquiera de sus modalidades (pintura, performance, video, instalación, etcétera), para desdibujar barreras y crear mestizajes disciplinarios, pero también temporales, lo cual no es una propuesta inédita, sino una afirmación de tendencia que viene gestándose desde hace tiempo pero que resalta en las últimas dOCUMENTA, de Carolyn Christov-Bakargiev, en Alemania, y quizás más claramente en la Manifesta, de Cuauhtémoc Medina, en Bélgica, ligada a la de Gioni por el acento antropológico dado y por el proyecto casi museal realizado con un programa de investigación, archivación, catalogación, muy estructurado, atípico de las bienales.

El interés de Gioni, según afirma en una entrevista reciente, es apartarse de los símbolos más reconocibles del arte actual: la feria de arte, la galería, la exposición Blockbuster. Prefiere recrear la magia que se encuentra en ciertos museos viejos, incluso un poco polvosos, donde se pueden descubrir obras maestras junto a obras menores.

Polos opuestos 

El sentido de la exposición lo simbolizan dos de las obras que reciben al visitante en los espacios asignados a la muestra: en el Pabellón central, el Libro Rojo –así llamado por el color de la encuadernación–, manuscrito e ilustrado por Carl Gustav Jung de 1913-1930, centro de su búsqueda científica, lo guardaba en una caja fuerte, y permaneció inédito hasta su publicación en facsímil en 2009. Es un libro de sueños, de visiones, donde vuelca sus pensamientos en un momento difícil de su vida al límite de la locura, apunta Gioni.

El curador da espacio en esta sección a un arte antirracional, autodidacta, de outsiders, de enfermos mentales o con discapacidades; últimamente, este fenómeno ha cobrado gran interés.

El Arsenal en cambio, abre la maqueta del proyecto de un artista autodidacta italo-estadunidense, Marino Auriti, quien en 1955 patentó un museo imaginario de 136 pisos que debía contener todo el conocimiento de la humanidad, coleccionando los mayores descubrimientos del género humano, desde la rueda hasta el satélite. La estructura es la de un wunderkammer renacentista y barroca que mezcla sin intención racional objetos naturales con obras de arte. Es por tanto una parte clasificatoria, taxonómica, que separa la naturaleza de la tecnología.

Los dos espacios son duales en la manera en que el hombre se relaciona con la imagen: por un lado es creada en su mente y exteriorizada a través de la obra, por el otro, la imagen viene recibida desde fuera y procesada para su ordenación y catalogación. Este sistema corresponde a los opuestos de la sique humana: el Pabellón central delimita los sueños, alucinaciones y delirios, confía en el poder de transformación de la imaginación, es la parte irracional, el espacio de liberación e inventiva. El arsenal en cambio es la parte racional, es la necesidad del ser humano de ordenar, de clasificar la imagen, el conocimiento para encontrar su lugar. Son dos reacciones ante una condición del hombre contemporáneo sometido a la agresión mediática, de hiperinformación e icónica.

León de Oro

El pasado 5 de mayo el Consejo de la Bienal, presidido por Paolo Baratta, según la propuesta de Massimiliano Gioni, otorgó el León de Oro a la carrera de dos veteranas del arte: la austriaca Maria Lassnig (1919) y la italiana Marisa Merz (1926), cuya obra es congruente con la búsqueda de la Exposición Internacional. “La primera –según afirma el comunicado de prensa– ha indagado la representación del cuerpo y del individuo en una serie de pinturas que retratan a la artista en un estado de inquietud, excitación y desesperación. Sus autorretratos son pintura de la autoconciencia pictórica.”

Merz, en cambio, es una de las voces más singulares del arte contemporáneo. Desde su trabajo realizado con los protagonistas del arte povera, se distinguía por la reflexión de la esfera doméstica y femenina; la artista ha desarrollado un lenguaje personal con imágenes de apariencia arcaica y primordial.