Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 2 de junio de 2013 Num: 952

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Buen viaje,
querido Chema

Hugo Gutiérrez Vega

Nuevos poetas en Tijuana

Manuel Galich o
el ejemplo moral

Mario Roberto Morales

Una década sin
Monterroso

Esther Andradi

Cervantes plagiado
entre tedescos

Ricardo Bada

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Columnas:
A Lápiz
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La Jornada Virtual
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Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
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Cinexcusas
Luis Tovar


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El norte

Ricardo Guzmán Wolffer


Hot Sur,
Laura Restrepo,
Editorial Planeta,
México, 2012.

Mientras la reforma migratoria estadunidense va y viene en las cámaras legislativas del vecino país, la migración continúa su flujo. ¿Cuántas historias podrían contarse sobre los miles de trabajadores que llegan a Estados Unidos cada día? Restrepo, con su escritura detallada, cuenta una que involucra muchas. Bajo la guía de un asesinato ritual que poco a poco se va aclarando, conocemos la vida carcelaria femenil, la vida en la parte negra del sueño americano y cómo ese país de fronteras supuestamente remachadas sigue siendo una mezcla de razas de todas las épocas. Cuando se habla de migrantes y abusos, es fácil caer en el maniqueísmo de los buenos y los malos, pero Restrepo muestra que no siempre hay que cuidarse sólo de los policías gringos.

La historia podrá parecer conocida: un crimen, una mujer latina encarcelada indebidamente, un abogado famoso que ayuda a la joven hermosa de bajas posibilidades económicas y unos mafiosos europeos envueltos en varios crímenes. Pero es la narración de Restrepo lo que diferencia esta novela de las muchas otras que tocan esta temática que no deja de ser vigente. No conforme con abundar en la historia y subtrama de cada protagonista secundario, la mirada de Restrepo logra diversificar la dimensión de esos personajes para hacer de cada escena una suerte de novela corta que se engarza con la siguiente. Para quienes gustan del policíaco descriptivo, Restrepo aportará una opción que no por extensa deja de ser fresca. Sobre todo porque atrás de esta trama hay un análisis sobre los temas involucrados: ¿Qué significa para la sociedad gringa el sistema carcelario? “Me parece aborrecible que una décima parte de los norteamericanos se pase la vida dentro de una jaula para que las otras nueve sintamos que podemos vivir en paz.” El sentido carcelario en la sociedad estadunidense difiere tanto de la mexicana que apenas se comprende cómo la sociedad y la economía giran alrededor de estos lugares de reclusión, en los cuales de ninguna manera la impunidad alcanza los porcentajes que en México. Este es un acierto en el texto de Restrepo: mostrar cómo incluso las poblaciones y los mercados inmobiliarios giran alrededor de estos centros.

Con el pretexto de la escritura liberadora (el personaje cursa un taller de literatura dentro de la cárcel), Restrepo recurre a la figura que hiciera famosos a escritores como Wilkie Collins: la escritura epistolar. Es la propia inmigrada quien escribe su punto de vista para dejar ver cómo la encarcelaron injustamente, pero, sobre todo, cómo se ve el sueño americano desde la mirada del migrante; cómo el dinero no garantiza la felicidad y cómo el bienestar interno puede encontrarse en el lugar menos esperado. Una problemática cotidiana (el lenguaje como represión) también se muestra como control carcelario.

Una novela de largo aliento para los seguidores de una autora reconocida.


Infinitud de Rulfo

Ricardo Yáñez


El muerto era yo/ Aproximaciones a Juan Rulfo,
Andrés del Arenal y Conrado J. Arranz (coordinadores),
Calygramma/SEP/Conaculta/INBA,
México, 2013.

Alguna vez oí, perdonarán la vaguedad de mi memoria, que alguien llegó a una biblioteca en la que un librero de respetables dimensiones acogía lo escrito sobre dos libros, todavía eran sólo dos: El Llano en llamas y Pedro Páramo, los cuales, con sus algo más de 300 páginas, casi tímidamente ocupaban el centro de la estantería. Mito o realidad histórica, la imagen como símbolo no desmerece. El muerto era yo… (frase procedente de un microrrelato de Mateo de Paz titulado precisamente “Rulfo”) viene a enriquecer ese librero con once trabajos de “escritores jóvenes de España y México”, según apunta en la presentación Pável Granados, si bien ya se toman en cuenta la obra fotográfica, El gallo de oro y las cartas a Clara (Aire de las colinas).

En cuanto a la actividad como fotógrafo del jalisciense, el primer ensayo del libro, de Julián Etienne (Ciudad de México, 1981), puntualiza: “Ni encuadres anormales ni ángulos inauditos, suyo es el sencillo arte de saber posar los pies y descansar la vista” mediante el cual capta “algo inmaterial y suspendido”, “un presente al tiempo real y lacerado”, “el peso atronador que la historia tiene sobre el mundo, sobre los objetos mismos que lo configuran”. “Toda fotografía, se ha dicho hasta el cansancio, evidencia la muerta. Pero en las suyas no es tanto la muerte quien se muestra sino la supervivencia.” Me he dado cuenta de que he venido citando del final al principio. Sigamos un momento en ese sentido para regresar luego rumbo al remate: “En la fotografía de Rulfo se conjuga el trazo de un relato escrito sobre los objetos y las caras que retrata con su visibilidad pura e impermeable a toda narración. El habla queda enmudecida; nos queda la imagen de su imposibilidad.” Concluye Etienne: “Lo imagino así, pudoroso ante el mundo que no le pertenece pero que lo llama en voz baja. Son esas reverberaciones, esos murmullos, lo que nosotros miramos.”

Marta Núñez Puerto (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1985) hermana las visiones poéticas (poetas nombra a ambos) de Lorca y Rulfo, creadores, dice, más allá del texto, éste por su labor fotográfica y su acercamiento al cine, aquél por su pasión teatral y afición dibujística. Late en los dos “una manera de escribir cercana al habla del pueblo. Su escritura fluye como un retrato poético de lo popular: rural pero refinado”. Los dos “transmiten una luminosa oscuridad, humana y temible. Abren las compuertas de la muerte y la dejan que baile, que grite. Grito desgarrado. ‘Pequeña quemadura infinita’”.

Hemos dicho que el título del volumen que comentamos procede de Mateo de Paz. Cierto. Pero nada improbable es que el origen venga de más lejos. En entrevista con el chileno Waldemar Verdugo Fuentes, Rulfo había declarado –según cita Jorge Curioca (Ciudad de México, 1977): “Lo más difícil que tuve que salvar para escribir Pedro Páramo, fue eliminarme a mí mismo, matar al autor, quien es, por cierto, el primer muerto del libro. Es cierto: lo más difícil fue eliminarme a mí mismo de la historia.”

Y ya que saltamos hasta la penúltima colaboración del libro, “Poesía, narrativa y realidades paralelas que se abandonan”, digamos que constituye –apoyada en palabras del propio Rulfo, Hugo Mujica, Paul Valéry, Clarice Lispector, Octavio Paz, David Lynch, Andrei Tarkovksy, Antonio Gamoneda, Juan José Saer y Roberto Juarroz–, una poética elemental (no olvidemos que Rulfo mismo se definía como “un hombre elemental”) de la novela rulfiana, aunque no nada más, una, para usar los términos de Mujica, “poética del vacío”. Lo interesante, lo más interesante, de esta poética es que, juguemos con las palabras, su centro está a la vez en todas partes y en ninguno.

En “Haces de silencio” Conrado j. Arranz (Madrid, 1979) se aboca al análisis de dos cuentos, “Luvina” y “Diles que no me maten”, en los que busca “la esencia poética de la narrativa de Rulfo”, “en ambos buscamos la identidad de una comunidad campesina, maniatada a una tierra que ha sido devastada por el rencor, la guerra y la violencia.” En ambos casos hay un “testigo silente” del habla narrativa. La perspectiva de este personaje “impone el tiempo del relato: lento, casi cinematográfico por su división en escenas en ‘¡Diles que no me maten!’, y estancado por la unidad de tiempo y acción en ‘Luvina’”. La memoria está unida a la tierra, sentencia Arranz. “La tierra representa en los personajes principales de estos cuentos el lugar donde está anclado el ser como parte de su pasado; es imposible cambiar el destino sin vivificar la experiencia en el presente. No es suficiente con sentir el silencio, sino que hay que atender sus suplicas. El futuro, por tanto, está fuera del discurso narrativo en ambos cuentos…”

En “Voces infantiles” Emiliano Álvarez, (Ciudad de México, 1987), se ocupa de “Es que somos muy pobres” y “Macario”. “El morbo, la fascinación, la euforia son características de un loco y un niño”, afirma, y la locura en cierto modo no es sino una vuelta a la infancia. Todos, concuerda, llevamos algo de eso, pero su represión es símbolo de sanidad. En el primero de los relatos el niño-narrador “no llora, no sufre explícitamente… Simplemente describe… Y no es que la situación presentada en el relato no sea, per se, conmovedora e inquietante, sino que esas cualidades se ven fortalecidas por el hecho de que el narrador habite, tranquilamente, en esa realidad, y de que ese narrador sea, además, un niño.” Macario, por su parte, “a pesar de su inocencia y su ternura, colinda con lo perverso, la enfermedad, la locura y la violencia. La intensidad generada por esas líneas tangenciales (algunas también presentes en el personaje de Felipa) es muy poderosa.”

El espacio se termina. Mencionemos “Juan Rulfo y el cine”, el trabajo con que a manera de guión participa Ainara Vera (Pamplona, 1985), donde el director lee un lapidario dictum tarkovksiano: “Hay obras de las que sólo se le ocurriría hacer una película a quien despreciara por igual el cine y la literatura.” No podemos citar in extenso, pero sí advertir que se trata de obras maestras, como es el caso de Pedro Páramo. Mencionemos “El río de Comala: notas en un diario”, de Mateo de Paz (Bilbao, 1973), quien anota: “Entre nosotros, no hay una sola línea, una sola secuencia de Pedro Páramo que desmerezca la pena”, para enseguida advertir: “Un momento clave para mí es aquel que llamo ‘Muerte de Juan Preciado’, secuencia No. 36, donde se funden todos los tiempos en uno.” Y uno se queda pensando que quizá en toda la novela pasa eso: todos los tiempos se funden en uno. Mencionemos “Una lectura”, de Andrés del Arenal (Ciudad de México, 1987), quien sugiere: “No obstante la importancia como tal en la novela, hay algo en la normalidad con que ésta se aborda y se acepta –quiénes están muertos en Pedro Páramo: todos, ninguno– que sugiere desconfiar de la preeminencia que de común se le concede… Lo sobrecogedor de Pedro Páramo es esa resignación paralizante que posee a las figuras hasta el punto de que vivir o morir termina siendo lo mismo…” En su lectura la novela camina “a condensarse en un sentimiento unívoco y definido –la tristeza– como significado total”. Por otra parte: “Más que una narración que relata, más que un argumento Pedro Páramo fluye como una sucesión de pasajes sin núcleo fijo ni protagonista, cuya lógica interna responde más bien a las leyes de la composición musical: una fuga que exige dejarse llevar por el curso de la prosa para aprehender su sentido y plenitud.” Mencionemos “Callar(se) en paz”, de Erea s. Folgueiras (Lugo, 1985) y Hugo Martínez (Monteforte de Lemos, Lugo, 1984), sobre Aire de las colinas, los cuales refieren lo inconveniente de “establecer que un texto es bueno si detrás de él hay un autor consagrado, en lugar de decir que el autor se consagra si –y sólo si– de él sale un texto o unos textos que merezcan ser leídos… Rulfo es un escritor, su valor está en la grandeza de una literatura concentrada en apenas trescientas páginas… [Conocerlo] no es leer más páginas suyas, sino leer las mismas otra vez o leerlas mejor, porque ésas son las páginas que dejó antes de consagrarse a su silencio”.


Poesía, fotografía y pintura

Raúl Olvera Mijares


Escarificaciones,
Ivan Alechine/Francisco Toledo,
FCE-Aldus,
México, 2012.

Fotógrafo y poeta postmoderno, cualquier cosa que eso pueda querer decir, desde permitirse una serie de libertades en las combinaciones y la mistura de géneros hasta permanecer fundamentalmente una suerte de amateur, es la extraña cualidad que caracteriza el trabajo de Ivan Alechines (1952), viajero y curioso belga, quien cierta vez, hallándose en Oaxaca, se encontró tiradas en el suelo, en el Instituto de Artes Gráficas que dirige el afamado pintor Francisco Toledo, unas hojas de periódico escarabajeadas que delataban unos trazos bastante característicos. Ivan Alechine se apresuró a interrogar al portero, quien sólo confirmó la sospecha. Se trataba de escarificaciones del gran maestro. Entonces tuvo la feliz ocurrencia de solicitarle a Toledo que dibujase o esgrafiase sobre una serie de impresiones fotográficas, realizadas en 1971 durante una incursión a las tierras de los ekondas y los pigmeos batwas en Mongo, República Democrática del Congo, una de las antiguas posiciones de Leopoldo II, rey de Bélgica, tierra de explotación humana sin precedentes.

En 2010 Alechine volvió a Oaxaca con “Tapices y caries”, texto e imágenes suyas, en la traducción al español del mexicano Iván Salinas, revisada por el propio autor con la colaboración de Guillermo Arizta y Abraham Nahon. Francisco Toledo aceptó intervenir valiéndose de un punzón y polvo de color. Un trabajo que en opinión de Alechine recuerda a James Ensor y Odilon Redon. De aquí el curioso y descarnado título del volumen en edición bilingüe. Discípulo por un tiempo del mimo Marcel Marceau (de aquí la pluralidad de los enfoques), lector ávido, según él mismo declara, de Nerval, Baudelaire, Mallarmé, Cocteau, Artaud, Hölderlin, Pound y Burroughs, Alechine es un exponente de la nutrida y variada tradición del poema en prosa francés. Libro sugerente, de escritura fragmentaria, a veces abiertamente desarticulada, un estilo no poco deudor del último Beckett.

Si se hubiera elegido el formato de poner una página en francés frente a otra en español, la comparación y translectura hubiese resultado más sencilla y expedita. Vayan aquí unos cuantos pasajes saltarines a manera de ejemplo:  pardo, zapatos beige”, cuyo referente son prendas de vestir y colores. El original, un centenar de páginas más adelante, decía: “Chemise bordeaux, pantalon brun, chaussures beiges” ( Bordeaux es un color, un tono de rojo que tiende al violeta, el del vino de Burdeos, no burdo (que no es cualidad visual sino más bien táctil). Desde cosas semejantes hasta sutilezas que resultaría cansino desmenuzar aquí. Los esgrafiados de Toledo están llenos de humor y de colorido. Son la nota ligera en este ensimismado e íntimo volumen, lleno de remordimiento nacional por lo perpetrado en la excolonia prisión, donde los lugareños eran vistos como bestias (pigmeos y otros).


El alma humana sin los griegos

Juan Gerardo Sampedro


Feliz año nuevo,
Rubem Fonseca,
Ediciones Cal y Arena,
México, 2012.

Si Jorge Aguilar Mora se pregunta, buscando una respuesta en Schopenhauer, qué deben poseer los acontecimientos para transformarse en la reflexión como singulares y se responde a sí mismo que es “la forma escondida del destino” (Cfr. Prólogo a los cuentos completos de Rafael F. Muñoz, era, 2011), entonces tratar de situar en su justo contexto la narrativa de Rubem Fonseca (Minas Gerais, Brasil, 1925), presupone el vislumbre de una conclusión si no compleja, sí sujeta a vacilaciones.

Injusto sería, por otro lado, reducirla a un fácil marco metodológico de sociología literaria rampante. Sintetizando: Rubem Fonseca pertenece a esa clase de infrecuentes escritores que hacen del acto trágico singular una reflexión profundamente humana del mundo. Sus temas siempre ahondan en lo más oscuro del alma, en la oculta perversión, en la inconformidad de ser partícipe de eso y al mismo tiempo de ser sin remedio eso que nos convierte en hombre y mujeres viviendo dentro de lo que se antoja algo ajeno pero que sin remedio traza el camino optimista en el futuro.

En Feliz año nuevo se halla la escritura de un Fonseca que parece haberlo vivido ya todo, de un Rubem Fonseca que no se escandaliza ni juzga, y que –simplemente– deja que las cosas sigan su rumbo y se vayan sin explicación alguna. O más bien y para puntualizar: concede al lector que concluya lo que él mismo ha propuesto como sentido único y final. No hay margen de error, no hay tampoco espacio para la especulación.

Los cuentos de Feliz año nuevo se publicaron en 1975 (Artenova, editora) pero la censura de su país los prohibió y la edición (a decir de la cuarta de forros firmada por Sergio Augusto) fue confiscada por la policía federal. Rubem Fonseca, a quien una parte de la crítica exquisita asemejó a un “pornoterrorista” de ”intestino grueso” (en alusión a uno de sus cuentos), ha sido un maestro en el manejo de estos recurrentes temas que logran escandalizar a las buenas conciencias. Recuérdese “El cobrador”, “El seminarista” o “El collar del perro”.

Es muy probable que los textos de Feliz año nuevo hayan pasado por una inevitable corrección: la estructura narrativa es completamente novedosa. Cuentos duros e impactantes donde los personajes rompen los límites de lo permisible y entran en oscuros y pantanosos terrenos: “Conozco el alma humana y no necesito de ningún antiguo griego para inspirarme”, hace decir el autor a uno de sus protagonistas.

Hay un espacio en Feliz año nuevo en el que cabe una profunda reflexión sobre el oficio del escritor. Aquellas reflexiones singulares que en 1975 escandalizaron a una dictadura militar ahora podrían ser sólo una postal de la misma y compleja realidad. Más allá de la cotidiana violencia hay un lugar donde cabe el optimismo. Y está a la vuelta.