jornada


letraese

Número 203
Jueves 6 de Junio
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate



editorial

Joaquín Hurtado

Rompevientos

Mi papá no me quiere comprar un juego de té, menos la batería de cocina de aluminio que anuncian en la tele. Dice que yo nací hombre y los hombres no juegan con esas chácharas. Por eso me las ingenio para escaparme al patio de don Pancho, debajo del fresco Rompevientos, un árbol gigantesco y cantador. Las gemelas Teresa y María, junto con mi hermana Carmen y mi prima Eugenia han construido un palacio con costales de ixtle, tablas, escombros y cartones viejos. Traen sus muñecas y el mobiliario para el ajuar de la residencia. Entre ellas se dicen comadres. Me piden que yo sea sólo “el niño”. Me asignan tareas sencillas como traer agua o recolectar leña para cocinar las comiditas. Yo cumplo diligente la misión con tal de ayudar a poner los cubiertos sobre la mesa. Las gemelas me instruyen en esta función. Tazas, platos, cucharitas y tenedores, copas, servilletas, fuentes, jarras y saleros tienen su lugar preciso sobre el mantel de cuadritos, resto de una camisa vaquera hallada en las basuras.
Acomodados los cubiertos de manera armoniosa, me piden que las deje un rato a solas para platicar de cosas de mujeres, especialmente de asuntos relativos a sus esposos y suegras. A mí me provoca mucha envidia no tener un esposo como ellas: no tengo el derecho de participar en el intercambio de sonrisas, miradas, meneo de abanicos, comentarios en voz baja, pestañeos, sobreentendidos y quejumbres por el clima. Me fascinan los ademanes que hacen con las manos, cuando las deslizan delicadamente sobre su cabello.
Yo me retiro a cierta distancia y me pongo a escarbar pocitos. Después de un buen rato, ya desahogadas, las señoras me llaman y piden asearme para presentarme con propiedad en la mesa. Ha llegado una visita. Es una dama de noble cuna que viene a nuestra residencia. Se trata de tía Elisa. Viene de un largo y emocionante viaje por el extranjero, trae novedades de modas y casorios entre apellidos ilustres. Se van sirviendo las viandas en distintos tiempos, según el elegante ceremonial de las damas. Degusto platillos confeccionados con lodo, terrones, hojas secas e insectos. Me rodean otros personajes, mudos todos ellos: muñecos de plástico, madera y peluche. Unos sin ojos, otros sin piernas, aquel sin cabeza. Cada comensal tiene nombre de abolengo, con una relación especial con nuestra casa. La mayoría son hijos, ahijadas, sobrinos e invitados señoriales. La aristocrática Elisa se marcha en su coche de tablas y roles metálicos, luego cada quien se ocupa de lo suyo.
Yo me pregunto cuándo podré tener mi propio hijo, ya que la gemela María aparece con una barriga enorme: “¡Ay comadres, ya estoy embarazada otra vez, creo que va a ser niña”. Mi hermana Carmen propone llevarla al hospital y viendo alrededor suyo, exige que de la nada me convierta en chofer, luego en médico y atienda a su comadrita. Un alambre de cobre se transforma en estetoscopio y encima de un saco de ixtle me pongo a auscultar aquel vientre colmado con un embarazo gozoso. Me atrevo a diagnosticar problemas en el inminente alumbramiento. Parece que son triates. Las señoras entran en pánico. Las alarma la posible complicación en el parto de la gemela. “Tenemos que hablarle a tu marido”, exclama mi prima Eugenia. De médico me convierto en el esposo de la gemela María pero se me ocurre presentarme en el hospital bien borracho. Las mujeres me tunden a pellizcos y coscorrones, me regañan y amenazan. Me acusan de desobligado y vicioso. Las niñas me expulsan de su patio. No me permiten jugar con ellas. Me voy a otro escondite a vestirme de princesa.

 


S U B I R