Opinión
Ver día anteriorJueves 6 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Connecting people
A

cada vez más autores mexicanos les estorba su idioma, amén de que muchos no lo conocen bien. El esnobismo de usar títulos en inglés puede deberse referencialmente a la generación de la interrelación, la aldea global, etcétera, etcétera. Ignoro cuál sea la actitud de Elena Guiochins, la autora que nos sorprendió tan gratamente con la lejana Mutis y nos hizo pensar en una nueva voz inteligente en nuestros escenarios, suceso que no se repitió en toda su trayectoria y, al contrario, hace sospechar de que por degracia no se repita. Connecting people está tan lejos de la primera obra de Elena que parecen escritas por dos dramaturgas diferentes.

Se supone, porque así lo dice el programa de mano, que es una demostración del abuso que se hace del teléfono celular, pero las derivaciones de la acción dramática y lo confuso y excesivo del montaje, logran que este propósito pase desapercibido. La autora usa con desenfado el lugar común proponiéndolo como algo original y novedoso gracias a las múltiples referencias sexuales de la obra. La protagonista de nombre Mía es empleada de uno de esos servicios de sexo telefónico en donde debe fingir grandes orgasmos mientras piensa en su cuarto matrimonio y responde negativamente a un director de películas porno que quiere emplearla. Una de sus hijas está enamorada del amante de la madre y el triángulo se cierra entre canciones que entona, micrófono mediante, una de las hijas y cuya inutilidad queda palpablemente demostrada. Las canciones como relleno, podría ser un buen título para esta escenificación para la que se hizo traer a la finlandesa Hikka-Liisa Livanaien, como si en este país no hubiera también malas directoras de escena.

La escenógrafa Gloria Carrasco es una artista muy imaginativa pero también atenta a las necesidades de la dirección. Esta vez envuelve la parte inferior del escenario, formando un cuadrilátero, con una red para que se den apenas un par de escenas de tenis, sin agredir al público, lo que habla del desperdicio que hace la directora de los talentos locales; en la parte superior están varios objetos entre los que sobresale un horno de microondas en donde la abuela cocina sus pasteles. Toda esta parafernalia, además de la escena inicial de un video que muestra el descarrilamiento de un tren –exhibido quizás para mostrar un mundo intercomunicado– arropan una historia banal que se aleja de sus premisas sexuales para pronunciarse por un triángulo muy poco original.

Nada es, pues, original en esto, ni siquiera la máscara de vinilo que se coloca el actor Ernesto Álvarez para interpretar otro personaje. Muchos nos preguntamos el sentido de llevar a escena, en uno de los teatros del Centro Cultural del Bosque del INBA –que en general tienen buena programación– esto que apenas se acerca a un texto o una escenificación. Por ruda que parezca, he de sostener que este tipo de montajes no dan más que descrédito a la institución que los acoge. Tampoco creo que interese mayormente al público, porque el día del estreno, el que tiene a los más amigables espectadores invitados, apenas hicieron, con sus aplausos de compromiso, que el reparto saliera a saludar dos veces, lo que equivale a dos telones.

Duele hablar tan mal de una obra y su escenificación, pero ojalá sirva para que todos recapaciten (Sería ideal que Guiochins pudiera volver a su inicial esplendor) en que traer del extranjero a un director o director o directora no es garantía de un buen montaje. Las jóvenes del elenco (Fabiana Perzabal, Patricia Madrid y Mariana Urrutia) bien con sus matices, lo mismo que Ernesto Álvarez. Pilar Boliver, graciosa como siempre y dueña de una perspicacia actoral que le da su trayectoria. Amanda Schmelz, empero, ridícula hasta el extremo de volverse casi insoportable, ya sea por iniciativa propia o por indicación de la directora. El director residente es Evan Requeira, el extravagante vestuario es diseño de Edyta Rzewuska, la iluminación es de Ángel Ascona y el audio y video son de TONO-Luis Fernando Romero y David Durst.