El CNI rompe el cerco

Nunca se fue, pero parecía guardado. No es para menos. La persecución violenta de sicarios y bandas (parapoliciacas, paramilitares, para-lo-que-usted-ordene-jefe), la criminalización sostenida de sus protestas y organizaciones, la invasión de sus tierras, la destrucción brutal de sus bosques y desiertos por talamontes, mineras y energéticas de saña similar, volvió muy arriesgado ir a reuniones, organizar encuentros o acciones colectivas. No obstante, el Congreso Nacional Indígena (CNI) no ha dejado de ser, por más de tres lustros, la principal convergencia independiente de pueblos originarios en México. En ocasiones la única, cuando la marea partidaria-electoral lo inunda todo.

Resultado directo de los diálogos de San Andrés Larráinzar celebrados en 1995 y 1996 en la cabecera municipal autónoma de San Andrés Sakamch’en de los Pobres, el CNI continuó aquella convergencia histórica de los pueblos indios mexicanos en torno a lo que inicialmente eran sólo las trece demandas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y que devino el vaso providente donde cupieron demandas y anhelos profundos de los más de 50 pueblos indígenas que representan quizás el 20 por ciento de la población nacional, y la cuarta parte de la población indígena a nivel continental.

Entre ires y venires, represiones brutales, cooptaciones, asesinatos incluso, los pueblos del CNI son protagonistas de las resistencias clave en las comunidades y regiones de Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Chiapas, Sonora, Jalisco, Morelos, Chihuahua, y suscriben aún los acuerdos de San Andrés (incumplidos, traicionados, manipulados por el Estado en su conjunto y con elocuente unanimidad partidaria y de poderes). En la medida de sus posibilidades respectivas, numerosas comunidades en Chiapas y el país han hecho su ley según esa “palabra firmada”, y así legitiman incontestablemente sus procesos autogestionarios y autónomos, que no cesan pese a los desafíos mayores: arrasamiento de suelos agrícolas o sagrados por la minería, aniquilación transgénica de los maíces nativos, desintegración comunitaria y familiar a causa de la emigración, militarización de sus territorios, blanco constante de la contrainsurgencia y el crimen organizado. El CNI enfrenta los efectos negativos de la división dirigida y el rompimiento de las comunidades, los programas asistenciales y la infiltración de las redes del narco.

Tras movilizaciones nacionales de impacto profundo, y una agitada y pertinaz agenda de reuniones y pronunciamientos conjuntos, los pueblos del CNI, como tantos más, se vieron amenazados y agredidos por la “guerra” absurda de Felipe Calderón, que más parecía dirigida contra ellos que contra las organizaciones criminales, y prácticamente sitió a los pueblos. Se volvió peligroso viajar, internarse o salir de las sierras Huichola, Tarahumara, de Juárez, Norte de Puebla, Mixteca, la Montaña de Guerrero, el Istmo de Tehuantepec, la meseta purépecha, la Costa Chica o la michoacana.

Con el “relanzamiento” del CNI anunciado el 2 de junio, lo que hacen pueblos, comunidades, barrios y tribus es romper el cerco de violencia impuesto por los criminales y los gobiernos. Vencer el miedo. Volverse a reunir. Compartir los afanes vivos de los años recientes. Acomodar la red que siempre ha sido, para lo que sigue.