El mar tiene que seguir esperando

Lamberto Roque Hernández

Para qué regreso, si la situación está peor que cuando me fui. Todo lo malo que pasa en el país me duele. Me da tristeza y hace que me punce el alma. Para qué regreso si el río donde iba a lavar mi ropa cuando era muchita, está sucio, contaminada el agua y hay basura por donde quiera. La gente tira sus desperdicios ahí, y los cazaguates y los güizaches donde tendía mi ropa han servido de leña. Las tierras están abandonadas y el maíz ya no es el mismo. Para qué me vengo si mis amigos también se marcharon. El Pelón está en La Habana, viviendo como puede y de milagro. De nuestro amor no queda nada. Es un recuerdo. La Martita, mi mejor amiga, se becó para irse a Canadá. Ahí encontró su nicho para crear su arte. Se casó con un güero y pues ya se quedó. Igual que yo. Los demás compas de mis tiempos andan vagando por el país, me los he encontrado en el face. Algunos viven bien, otros no tanto.

El mar tiene que seguir esperándome

Para qué me regreso, si según las noticias que recibo, la pesca ya no deja igual que como cuando ayudaba a mi viejo para sostener a la familia. Mi madre y yo vendíamos en el mercado lo que él nos traía cada dos días del mar abierto. Ahora las transnacionales le entraron a la brava a nuestros mares y se llevan el mejor camarón y todo lo que pueden dentro de sus poderosas redes. ¿Y las instituciones? Mal funcionando. ¿Y la educación? Por los suelos con tanto paro de maestros y las trampas de un sistema arcaico. 

No quiero traerme a mis criaturas para que las escuelas les fallen no abriéndoles sus puertas todos los días. ¿Y el gobierno? Punto y aparte. Es como esos hombres que me han encandilado hasta que les di lo que querían para después reinventarse una mentira y dejarme sola. Cargada. Llena de decepciones, deudas y mal querida. Sólo faltó que me vendieran o alquilaran. Así como quieren hacer o hacen los gobernantes en turno con el país.

Aquí me quedo por un buen rato, con mis dos críos. Sacándolos adelante y con la esperanza viva de reencontrarme con mi ombligo algún día, porque las indígenas estamos atadas a la tierra, digo, por lo menos cuando yo nací, mi padrino Carlos —porque mi papá andaba ese día en la lancha trabajando— enterró la placenta en la que navegué por nueve meses en el mar de mi madre, en un lugar especial del patio. Después, cuando se me cayó el ombligo, mi madre  también se lo dio a la mamá tierra, para que me hiciera un huequito en sus entrañas. Pues por eso sí volveré algún día si la Lupita me presta un chingo más de vida.

Mientras tanto, sin quejas ni arrepentimientos por haberme marchado, más bien siguiendo al Rey un día, aquí estaré lejos de mi tierra, y mi mar, y mi gente. Luchando para sacar a mis muchitos adelante. De haber sabido que el cabrón ése me iba a dompear, pues me hubiera de todas maneras ido pero con el Pelón, ése sí me era de ley. Nos entendíamos en todo, y digo… en todo.

Bueno pues… Para qué me regreso, si hay mucha mentira en mi país. Aunque aquí donde estoy también. Mejor lucho aquí porque aún no puedo ir hacerlo allá. Mejor vivo aquí, de vez en vez, con la oreja pegada a la concha de mar que me regaló mi madre —que en paz descanse— cuando vino a visitarme; escuchando los murmullos del viento atrapado en esa oquedad.

Mejor me las arreglo  de este lado y salgo adelante, así como debe de ser en donde quiera que una esté. Total que las almas siempre están en movimiento.

Amén.

Lamberto Roque Hernández, escritor, artista plástico y maestro de origen zapoteco, nacido en Oaxaca y radicado en Oakland, California. Es autor de Cartas a Crispina.