Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de junio de 2013 Num: 953

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para volver al
pensamiento francés
del siglo XXI

José María Espinasa

Una ciudad para
José Luis Sierra

Marco Antonio Campos

La ciudad de José Luis
Stefaan van den Bremt

Falange y sinarquismo
en Baja California

Hugo Gutiérrez Vega

La raíz nazi del PAN
Rafael Barajas, el Fisgón

Memoria de la ignominia
Augusto Isla

Leer

Columnas:
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Ensayando la lectura

Ollin Velasco


La lectura. El elogio del libro y alabanza del placer de leer,
Juan Domingo Argüelles,
Fondo Editorial Estado de México,
México. 2012.

“Leer” es uno de los verbos más conjugados en nuestro país. Lo galardonan por tradición en las categorías del lujo, necesidad, placer, bandera política y parámetro de valor individual. Pero también lo azota la contraparte: ahí donde la estadística pone pies en la tierra y embate toda algarabía infundada.

El polémico verbo colecciona menciones. En este caso, corren a cargo de uno de los más grandes promotores (tanto teórica, como prácticamente) de la lectura en México: Juan Domingo Argüelles. Así que el también poeta y crítico literario lanza a orbitar ideas en su más reciente obra: La lectura. El elogio del libro y alabanza del placer de leer. Los motivos sobran y se barajean con soltura a través de un ensayo, su especialidad.

Esta publicación cobra vida gracias a un buen ensamble. Una parte de la argumentación se espolvorea en párrafos de entrañas suaves; la otra no es letra, pero encarna en ilustraciones que se hermanan elocuentemente con ella. No obstante, la última dosis de responsabilidad es un gesto de congruencia hacia la libertad arengada en el texto y se confía al lector.

La preocupación de Argüelles no es infundada. Según la Encuesta Nacional de Lectura 2012, en México sólo el cuarente y seis por ciento de los mexicanos lee, diez por ciento menos que la cifra registrada en 2006. De igual forma, recientes reportes de la Unesco revelan que nuestro país ocupa el penúltimo lugar en una lista de 108 naciones, por su consumo de 2.8 libros al año. Las cifras son récord, mas no honrosas.

Sin embargo, el autor no maquilla las cifras negras. Incluso va más allá del dilema eterno sobre si se lee o no y aventura suposiciones sobre causas del problema, visto desde una perspectiva amplia. Tanto así, que el asunto se camufla de pronto en tonos que brincan de la reflexión al lirismo y la recomendación.

Este libro abreva en principios universales de lectura; pero también de las vivencias personales de quien recibiera en 1992 el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, tanto en su faceta de lector profesional, como en la de apasionado insaciable. Si para algo puede servir el antecedente de toda la vida conviviendo bajo el mismo techo con más de 10 mil títulos de una biblioteca personal, es para ganar un derecho legítimo de palabra.

Con tal dominio del tema, la imbricación de lo general y particular en La lectura. El elogio del libro y alabanza del placer de leer, se logra. Y se convierte en un botón de muestra de que los fragmentos de una conferencia magistral dictada en 2000, se vuelvan ventanas a universos de naturalezas similares y latitudes espolvoreadas por el mundo.

Bajo la luz y sombra de lo ya mencionado, el multiconjugado verbo adquiere significados que siguen más de una ruta: la del oficio que convive con una adicción bienintencionada; la de ensoñar, abstraerse, vivir otras vidas y ejercer una de las libertades más genuinas; como ejercicio activo de creación y recreación del texto; y para aventurar autopistas inéditas a la felicidad.

Aunque también, desde otro ángulo, enseña a hacerse uno solo con los libros para no caer en los errores que prolongan círculos viciosos de abstinencia; a zafarse del peso de trofeos deshonrosos; a no desvirtuar el placer del ejercicio con el categórico de la obligación, ni con la actitud de superioridad intelectual de quienes sopesan la calidad humana en función de los kilómetros de cuartillas leídas y la cantidad de letras devoradas por minuto.

Por eso, a pesar de que su título así lo sugiere, este ensayo de quien fuera coordinador de publicaciones periódicas de la Dirección General de Publicaciones de Conaculta, no se estanca en el elogio puro. En dicho compendio de lecciones para lectores principiantes y aventajados también hay autocrítica y buenos juicios.

Luego del recorrido salpicado por ideas que contrastan, pero que convergen al final, lo inicial muda de piel. Argüelles reivindica el ludismo de la práctica que ha abanderado siempre, descartando estereotipos y lugares comunes. Así, “leer” deja de ser una voz compulsivamente conjugada y se asume como una voz plural, como una acción múltiple.


Narración e historia

Raúl Olvera Mijares


Pastora y otras historias del abuelo: seis relatos,
Francisco Rebolledo,
FCE,
México, 2012.

Más que cuentos, los relatos que componen el volumen se complementan con un prólogo del autor firmado como Crisóstomo de Valdiviesa y fechado “en 1612 años de nuestro Señor”, el cual aparece al final –como un acierto– a manera de epílogo, compuesto en un estilo que debe no poco al Quijote, donde se halla entreverada aquella curiosa historia de la pastora Marcela y tiene como protagonista a Tristán de Gredos. Este solo pormenor, amén del lenguaje, particularmente en los diálogos, sin obviar la nación y el período histórico que parecen hermanar estas piezas, constituye una brújula certera que señala hacia el punto de partida o al menos el probable origen, la España republicana.

A diferencia de otras entregas de la colección Letras Mexicanas, tan variopinta, abarcadora y desconcertante en ocasiones por los volúmenes de autores noveles, rechazados en editoriales comerciales o bien recomendados por cliques de escritores, a pesar del tono abiertamente evocador de la historia familiar, el libro intenta revivir un ambiente humano y lingüístico, el de la Guerra civil española vista desde la perspectiva de una familia de rojos. El simpático borrico en portada corresponde al personaje de Rucho (rucio, al parecer no se quebró mucho la cabeza el autor), una reencarnación de Platero, si bien con mayor desparpajo en la expresión, a veces soez, puesto que el jumento habla valiéndose de un intermitente y significativo golpeteo producido por las pezuñas, y siendo Luis Millán de oficio precisamente telegrafista, ducho en el código Morse, no tiene dificultad en entender.

Con españoles del sur no han de estar lejos las alusiones a la fiesta brava, los gitanillos y La Maestranza. Una vena donde descuella en conocimiento el autor respecto de otros colegas nacionales más jóvenes, metidos a querer hacer la gran fiesta con corridas de toros, espectáculo que, por lo sanguinario y subido de tono para ciertas sensibilidades, no deja de ser en España el orgullo nacional, como en Italia il bel canto que, fuera de los arañazos entre divas, excluye la sangre derramada. Las otras tres historias (“El camarada Andrés”, “Con las bombas que tiran…” y “Fue obra del Chepa, en venganza cruel…”) se desarrollan durante los años más oscuros de la guerra. El mimetismo con el ambiente peninsular en ocasiones resulta bastante convincente y logrado, si bien en otros momentos la filiación netamente nacional del español del autor sale a relucir. Entre los números de pocas páginas de Letras Mexicanas no me sucede a menudo poder llegar hasta el final del libro. En esta ocasión lo hice y debo admitir –en justicia– la solvencia narrativa de Francisco Rebolledo, químico de formación, autor del libro de ensayos Malcolm Lowry y México (2004) y de algunas novelas. Un libro que, supongo, disfrutarán enormemente los hijos o más bien nietos de transterrados (como solía decir José Gaos).