Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 9 de junio de 2013 Num: 953

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Para volver al
pensamiento francés
del siglo XXI

José María Espinasa

Una ciudad para
José Luis Sierra

Marco Antonio Campos

La ciudad de José Luis
Stefaan van den Bremt

Falange y sinarquismo
en Baja California

Hugo Gutiérrez Vega

La raíz nazi del PAN
Rafael Barajas, el Fisgón

Memoria de la ignominia
Augusto Isla

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Columnas:
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Henri Meschonnic.
Foto: www.berlol.net

Para volver al pensamiento francés del siglo XXI

José María Espinasa

Hace unos treinta años Michel Foucault, tal vez el último pensador francés con verdadera influencia en varios campos del conocimiento, de la filosofía al arte pasando por la historia, la psicología y la sociología, dijo que el pensamiento del siglo XXI sería deleuziano o no sería. Y creo que ya podemos decir que, lamentablemente, no lo fue. Sin embargo, el éxito del pronunciamiento vuelto eslogan publicitario nos habla de la necesidad que se tenía de una filosofía diferente, ajena a los maestros pensadores del pasado, pero también a los que ya anunciaban su presencia.

Primero el famoso proyecto de “los nuevos filósofos”, más de índole publicitario que realmente reflexivo, y luego la aparición del postmodernismo, fueron señuelos de distracción para el camino que parecía perfilarse en autores como Jean Luc Nancy, Henri Meschonnic y Paul Virilio, tan distintos entre sí, tan poco complementarios y sin embargo tan relacionados. En esta nota me ocuparé del segundo.

El postmodernismo colonizó las mentes del pensamiento hispanoamericano con más rapidez de lo que lo hizo con el europeo, pero también se disolvió a gran velocidad, dejando el cascarón de la marquesina publicitaria como única huella, como un cine en ruinas.

Deleuze había ya anunciado la necesidad de ese pensamiento ya no sólo transversal sino rizomático, fiado a una especie de pensamiento de guerrillas, aunque tal vez habría sido más correcto llamarlo de pandillas –eso es en parte la noción de literatura menor–, que dejaba de ser gregario pero no pasaba a lo individual ni a lo único, sino a lo social entendido como condición humana. Algo así ya había asomado la cabeza en los textos de la escuela de Frankfurt en Alemania y en Walter Benjamin de manera notable, pero el posterior peso del existencialismo francés desvió ese impulso hacia las semióticas, semiologías u lingüísticas que desarrollaron un pensamiento gramatical más que verbal, y de allí a Lacan y a Derrida no hubo sino un paso. En América Latina derivó sobre todo hacia distintos estilos de practicar la historia, pero se le dio la espalda a esas filosofías. Sólo en los últimos años se ha vuelto a prestar atención a nuevos (o no tan nuevos) pensadores en ese idioma.

Las consecuencias de las jergas fueron muchas y muy dañinas. Pensamientos que desarrollaban códigos y liturgias vacías, como cualquier esoterismo de consumo. Y sin embargo, su apariencia de profundidad les daba incluso un cierto margen ante los lectores. Pensadores como Meschonnic tuvieron que reconstruir el tejido discursivo sin perder lo ganado, y lo ganado se refiere a lo que el ensimismamiento en el lenguaje significó para el pensamiento. En La poética como crítica del sentido –edición de Isaac Goldemberg y Hugo Savinio–, la mejor introducción al pensamiento de Meschonnic para un lector en español (y que ahora el lector mexicano puede conseguir en librerías) surgen dos visiones notables, la que el autor tiene respecto a Humboldt, que lo restituye al mundo de la filosofía y evita que se quede en el de las curiosidades naturalistas o se limite a su función de historiador práctico, y la que tiene respecto a Mallarmé.


Foto: Europe, 995, marzo 2012: dossier Henri Meschonnic

Y las dos en cierta manera restituyen a ambas figuras al pensamiento humano, al que tiene sentido (utilizando el término como lo utiliza el propio Meschonnic, desde el título de esta selección). La deriva, a partir de Nietzsche, de la filosofía como filosofía del lenguaje, era un paso necesario, pero en el que el horizonte era el habla, y no el texto como sucedió después. En ese paso ocurre una formalización extrema del lenguaje. En su texto sobre Humboldt, Meschonnic propone una tercera vía a la disyuntiva planteada en el siglo XIX entre el pensamiento sistemático, que fácilmente deviene totalitario al responder a su necesidad de absoluto, y el fragmentario, encabezado por Nietzsche, que también fácilmente deviene gaseoso y trivial. El hecho de que a Humboldt se le haya ignorado o simplemente relegado como manifestación de una época es lo que hace que Meschonnic le preste atención ¿Qué dice Humboldt que no le gusta a la modernidad? La respuesta no es fácil. Como no es fácil tratar de entender a Mallarmé desde otra perspectiva que no sea la –fascinante, hay que decirlo– derrota de la obra, o el vértigo ante la página en blanco y el poema como cielo estrellado.

Ya antes de que el ahora famoso giro lingüístico de origen heideggeriano se pusiera de moda, Meschonnic señalaba los riesgos implícitos en “las astucias del verbalismo”, astucias de las que, desde un cierto punto de vista, él es un perfecto representante. Pero sus críticas van hasta el fondo, incluso cuestionando el que parecía un valor inamovible en el pensamiento filosófico del siglo XX, la literatura por venir de Maurice Blanchot. Y, cómo no, también Roman Jakobson y Roland Barthes, Levi Strauss y –desde luego– Heidegger. El pensamiento de Meschonnic es uno de los más aceradamente críticos de la filosofía de entre siglos. Y a la vez es uno de los más admirados y admirativos. Y esto ocurre porque su norte es la poesía, es ella quien lo orienta –y me refiero tanto a su práctica escritural como a su lectura. A los participantes en bizantinas discusiones sobre la nueva cultura de la lectura que debemos al internet habría que ponerlos a que leyeran a este autor.

La noción propuesta por Deleuze del filósofo –el lector– como un cartógrafo vuelve a adquirir validez. Y no puedo dejar de relacionar esto con la visión que Meschonnic tiene de Humboldt. El pensamiento al avanzar traza un mapa y propone un ritmo –el concepto clave en el pensamiento de Meschonnic es ése: el ritmo–, estructura la memoria de un viaje posible. Ahora, gracias casi siempre a editoriales argentinas, más interesadas en los nuevos discursos que las españolas y mexicanas, podemos conocer varios títulos de Meschonnic y adentrarnos por ejemplo en ese verdadero abismo que es su teoría de la traducción. Una verdadera oportunidad para olvidarnos de los Lacanes y Derridas sin renunciar a seguir leyendo pensadores franceses.