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El español vence 6-3, 6-2 y 6-3 a David Ferrer y se corona en el Roland Garros

Rafael Nadal, primer tenista en ganar ocho veces un Grand Slam

Es una de mis victorias más especiales. Sólo puedo decir: gracias a la vida, dice el campeón

El partido fue interrumpido un par de ocasiones, debido a protestas contra el matrimonio gay

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Para la historia. Rafael Nadal al levantar cada uno de los trofeos conquistados en el Roland Garros. Desde 2005 a la fecha, sólo con la interrupción en 2009 por el triunfo de Roger FedererFoto Afp
 
Periódico La Jornada
Lunes 10 de junio de 2013, p. 2

París, 9 de junio.

Nunca nadie, desde que el tenis es tenis, se había llevado ocho veces el trofeo de campeón en un mismo torneo de Grand Slam. El español Rafael Nadal lo hizo hoy a los 27 años y todo indica que si ningún problema físico serio vuelve a interponerse en su camino, su cuenta de títulos en el Abierto de Francia no se detendrá en el octavo.

Nadal imprimió esta huella inédita en la historia del tenis al arrasar a su compatriota David Ferrer por 6-3, 6-2 y 6-3 para conquistar por octava vez el Roland Garros.

Es una de mis victorias más especiales, dijo Nadal, quien sumó su séptimo título en nueve torneos desde que regresara al tenis tras siete meses de ausencia por una doble lesión de rodilla. Sólo puedo decir gracias a la vida por darme esta oportunidad.

Y esa oportunidad también abre la posibilidad de alcanzar la marca de ganar 17 títulos de Grand Slam en manos del suizo Roger Federer; Nadal suma 12 torneos de los cuatro grandes. Cuestión de números y esperanzas que se abrieron con la confirmación de que Roland Garros le pertenece al español. Ganar 17 Grand Slam está a años luz al día de hoy, no me lo planteo, dijo Nadal para restar euforia.

Fue la cuarta final española en el torneo francés

La cuarta final española de la historia en el más codiciado de los certámenes sobre arcilla terminó como se imaginaba, con Nadal sumando un título más a la saga iniciada por Manolo Santana en 1961 y continuada por Andrés Gimeno, Sergi Bruguera, Carlos Moyá, Albert Costa y Juan Carlos Ferrero.

Bajo un cielo tormentoso –la final llegó a jugarse en varias fases bajo una fina lluvia– y con bajas temperaturas, el estadio Philippe Chatrier ofrecía algún resquicio de esperanza para Ferrer.

Hace frío, la bola no va a estar tan viva, eso no le gusta a Nadal. Ferrer tiene alguna posibilidad anticipaba el sueco Mats Wilander, tricampeón del torneo.

Si la tenía, no era hoy. Promediando el partido, el veterano jugador de 31 años probablemente se sintió frente a las puertas del infierno descrito por Dante: Abandonen toda esperanza. Se confirmaba lo que sugería la estadística previa a la final, con 19 triunfos de Nadal sobre Ferrer en 23 encuentros.

Duro para Ferrer, quien intentó todo en su primera final de Grand Slam pero se encontró con una mala combinación: no tuvo el día perfecto que necesitaba, y enfrente se le desplegó en toda su dimensión un monstruo del tenis.

Ferrer debía ser el clon de Nadal, devolviendo siempre una pelota más. Lo fue, pero entonces Nadal redobló la apuesta para convertirse en el clon de sí mismo hasta desesperar a Ferrer, desde mañana cuarto del ranking, un puesto por encima del viejo-nuevo campeón de París.

Preferiría ser quinto y ganar el torneo, dijo con humor Ferrer al final de su primer final de Grand Slam.

Tras ganar en cero su saque para adelantarse 1-0, Ferrer comenzó a enredarse. Mientras Nadal combinaba dos colores –rojo y blanco– en su vestimenta, lo de Ferrer era una agresión visual: zapatillas negras y naranjas, calcetines blancos, pantalón azul y blanco, camiseta verde fosforescente y azul.

Ferrer perdió el servicio para que Nadal se adelantara 2-1, pero enseguida recuperó el quiebre y luego se situó 3-2. Había final.

No, no la había. Aquel 3-2 fue el último momento de esperanza para Ferrer, porque a partir de entonces Nadal encadenó siete juegos consecutivos y 45 minutos sin dar uno al rival hasta situarse 6-3 y 3-0.

La final es mía, le decía Nadal a Ferrer. Este torneo es mío, le hacía notar. ¿Y qué podía decir Ferrer, que se había aplicado en el plan previsto –jugar dentro de la cancha, no permitir que la pelota envenenada del rival lo superara, atacar al revés, intentar mandar con el servicio– y al que sin embargo nada le salía cómo esperaba? El último vestigio de final fue aplastado por el ex número uno del mundo en el quinto juego del segundo set. Ferrer entregó todo lo que tenía, dispuso de cuatro break points y se encontró con un monstruo, una hidra del tenis capaz de devolver todos los golpes y de lanzar el último, siempre, al rincón al que ya no se puede llegar: 4-1 para Nadal y Ferrer que se iba cabizbajo a la silla.

Un suceso acuñado con músculo y oficio que ni siquiera pudo ser empañado por las protestas contra el matrimonio gay, de manifestantes infiltrados en el público, y que exhibían una pancarta con la frase: Ayuda, Francia pisotea los derechos de los niños. Y poco después la incursión a la cancha de un hombre con el torso desnudo, en el que podía leerse Derechos de los niños.

Distancia sideral. Un saque abierto a la derecha de Ferrer y una derecha invertida, a contrapié, le dio a Nadal el octavo, el triunfo que no imaginaba posible en aquellos siete meses fuera del tenis, días en los que, más de una vez, pensó que ya no volvería a ser el que fue. De espaldas sobre la arcilla anaranjada de París, con los ojos cerrados y tapándose el rostro con las manos, Nadal confirmó hoy que es más Nadal que nunca.