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Ver día anteriorLunes 10 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Esperanzas
E

n medio del desastre que cunde a nuestro derredor, debo recurrir una vez más a una reflexión notable de John Berger:

Nombrar lo intolerable es en sí mismo la esperanza. Cuando algo se considera intolerable ha de hacerse algo. La acción está sujeta a todas las vicisitudes de la vida. Pero la pura esperanza reside en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable como tal: y esta capacidad viene de lejos, del pasado y del futuro. Esta es la razón de que la política y el coraje sean inevitables.

Berger se refiere claramente a la política, a la acción consciente y organizada que se ocupa del bien común, no al juego politiquero de los partidos y el gobierno que forman parte de lo intolerable. Y se refiere al coraje, al esfuerzo impetuoso del ánimo, al valor, a la digna rabia que dirían los zapatistas, no a estallidos irracionales de ira que están creando situaciones igualmente intolerables.

¿Cómo generar esperanza? ¿Cómo hacer para que la constatación de lo intolerable no lleve a la parálisis o la desesperación? ¿Cuál es el camino misterioso al que alude Berger?

Se reconoce cada vez más que la esperanza radical es la esencia de los movimientos populares, como sostenía Douglas Lummis. Cada movimiento social se constituye desde la esperanza de que la acción conjunta podrá conseguir lo que se busca con él. Pero es preciso distinguir con claridad la esperanza de la expectativa. La expectativa expresa la arrogancia de pretender que se puede planificar y controlar el futuro, lo que se convierte a menudo en dispositivo de manipulación y control. En los años cuarenta se hablaba de la revolución de las expectativas crecientes, para alimentar los deseos colectivos con promesas de mejoramiento propias del consumismo que definió la expansión capitalista. Es una revolución que se autodestruyó. Una expresión actual de lo intolerable es la frustración que produce el fracaso de expectativas largamente acariciadas y trabajadas, la frustración del recién graduado que no encuentra trabajo en lo que estudió, la del trabajador que empeñó la vida entera en la expectativa de una vejez tranquila que hoy se le está escatimando…

La esperanza es otra cosa. Supone reconocer los propios límites, los que son propios de la condición humana, y abrirse a la sorpresa, al encanto de lo inesperado. Implica, por ejemplo, saber que la sociedad en conjunto es el resultado de infinidad de factores y condiciones enteramente imprevisibles. Mal haríamos si para ponernos en movimiento exigiéramos contar primero con un diseño cabal de la sociedad que contribuiremos a crear con nuestra acción. Pero esa esperanza radical, consciente de sus limitaciones pero también de su potencialidad, es la esperanza de la que hoy pende la supervivencia de la raza humana. Como sugería Illich hace más de 40 años, necesitamos redescubrirla como fuerza social en un momento en que hierven las inquietudes en la base de la sociedad y cuando un número creciente de personas se plantea el momento radical que lleva a decir: No obedezco más, no me someto, no estoy dispuesto a aceptar pasivamente este destino atroz que se nos ha impuesto.

Estamos acosados por una multitud de poderes dispersos, de carácter mafioso, que nos arrebatan toda tranquilidad y no nos dejan vivir en paz. Vivimos bajo la amenaza constante de que cuanto queremos y tenemos se desvanezca en el aire, que algunos de esos poderes nos quite el empleo, la casa, el territorio, los derechos y garantías consagrados en la ley, la seguridad, la salud, la vida misma…

Contra todo eso levantamos la esperanza, que no es, como decía Vaclav Havel, la convicción de que algo pasará de una determinada manera sino la convicción de que algo tiene sentido, independientemente de lo que pase.

La esperanza radical se alimenta de la convicción, bien fundada en la experiencia histórica, de que ningún poder puede hacer imposible lo que esperamos cuando se desgarra el hilo de la historia y un pueblo dice con firmeza: ¡Basta ya! No vamos a tolerarlo más.

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