Opinión
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Nueva crítica de la pirámide
C

uando el antropólogo estadunidense George Foster estudió el pueblo de Tzintzuntzan, en la zona lacustre de Michoacán, allá por los años cuarenta, observó que los campesinos de la región solían hablar de la economía local como un juego de suma cero, es decir que pensaban que si alguien se enriquecía en la comunidad, otros se empobrecerían en la misma medida: la riqueza de uno era la pobreza del otro. Foster bautizó esa cosmovisión con el nombre de la imagen del bien limitado, y postuló que por lo general las sociedades campesinas tendían a esa clase de teoría económica.

En ese entonces, la imagen del bien limitado aparecía sobre todo como una ideología conservadora, ciega a los frutos de la innovación tecnológica que era capaz de multiplicar la riqueza de todos, sin empobrecer a nadie. Y México como país se había lanzado de lleno en favor de la fórmula contraria, la de procurar progreso para todos, generado por la innovación productiva y la educación. El resultado fue que la segunda mitad del siglo 20 y la primera década del siglo 21 fueron una época de expansión enloquecida, que produjo un verdadero terremoto en los imaginarios económicos campesinos. Hoy, que estamos por fin en un momento de estabilización demográfica, vale la pena pensar en el lado perverso de la religión del progreso, un lado que los campesinos, con su imagen del bien limitado, habían intuido desde el principio: junto al crecimiento generado por innovaciones productivas, prolifera también un crecimiento basado en el endeudamiento forzado –en el empobrecimiento– de terceros.

El crecimiento enloquecido del último siglo (crecimiento demográfico y económico, crecimiento urbano, movimiento masivo de poblaciones) se dio de la mano de la proliferación de formas de extracción y explotación completamente irresponsables, que hubiera objetado sagaz y precozmente cualquier campesino de los tiempos de Foster.

Esas formas de explotación tienen a la pirámide –o mejor dicho a la estafa piramidal– como su prototipo.

Me explico. La economía campesina del bien limitado busca instituir sistemas de intercambio que podríamos llamar circulares, o sea, que favorecen la reciprocidad (hoy por ti, mañana por mí), y la redistribución (los más ricos pagan la fiesta). Esas formas de intercambio son consonantes con una sociedad que se imagina a sí misma como un ente que se reproduce, que dura. Las economías de transformación galopante, como la que ha tenido México desde hace tiempo, se basan en la imagen de un futuro en que todos los problemas de hoy se resolverán de otro modo, con lo cual queda difuminada toda responsabilidad por los actos que hacemos hoy. Se introducen cambios, a veces enormes, con la idea de que ya todo se emparejará, gracias a la ley de la oferta y la demanda, y a la capacidad ilimitada de innovación. En ese sentido, la economía de crecimiento desenfrenado se basa en una apuesta a futuro y es, por eso, una economía que se presta a las estafas piramidales.

Pensemos, por ejemplo, en la depredación ambiental. Se gana dinero rápido a partir de la extracción de un recurso, con la idea de que generaciones futuras dependerán de una economía que ya no requiera de ese recurso, o que tendrá alguna nueva tecnología que permitirá generarlo de otro modo (aunque esa tecnología sea todavía totalmente desconocida, y pueda en realidad no inventarse nunca). La degradación ambiental puede ser entendida también como una estafa piramidal, donde los que pagarán por los recursos apropiados por los explotadores de hoy serán las generaciones futuras (no natas). Es sólo un ejemplo, pero hay muchísimos otros: el abuso del crédito fácil (que llevó al Fobaproa y, más recientemente, a la crisis financiera de 2008); la construcción de obra pública faraónica para acrecentar capital político, pero que desplaza altos costos a futuro; la promoción de soluciones tecnológicas cómodas o fáciles, que serán pagadas por una población que en poco se beneficia de ellas (la promoción del automóvil privado como medio de trasporte urbano, por ejemplo). Y un largo etcétera.

Cuando Octavio Paz escribió su crítica de la pirámide, tenía como objetivo al Estado, imaginado como una pirámide de piedra sólida, y de color rojizo por el sangrado de los sacrificados. Hoy, se impone una crítica de la estafa piramidal que, a diferencia de las pirámides de antaño, tiene puro humo especulativo en la base, y que se derrumban cíclicamente en nubes de polvo que mal-esconden un mar de ruina.

Llama la atención la cantidad de negocios que, sin llegar a ser quizá 100 por ciento fraudulentos, tienen estructura de una estafa piramidal. Piensen, por ejemplo, en la enorme popularidad que alcanzan en México corporaciones basadas en lo que eufemísticamente se llama multi-level marketing y que tienen estructura piramidal: los productos Amway, o en los de Herbalife (ambas con arraigo entre grupos medios y bajos en México, no obstante el hecho de que ambas hayan tenido que defenderse en cortes internacionales por alegatos de fraude, basados justamente en su uso esquemas muy parecidos a la estafa piramidal). Los negocios relacionados con las remesas de migrantes han tenido, también, rasgos de ese tipo: la venta de electrodomésticos a plazos a parientes de migrantes engancha un flujo de dólares que sólo puede reproducirse mientras el migrante tenga trabajo, y esté dispuesto a seguir enviando mensualidades.

En resumen, podríamos decir que la población mexicana pasó en su mayoría de imaginar su economía como una labor basada en bienes limitados, escasos, y no reproducibles más que a través del trabajo propio, a imaginar su economía como una labor basada en bienes que no necesitan ser cuidados, porque ya vendrán generaciones que sepan pagar los platos rotos.

Lo interesante, hoy, es que México ha dejado de crecer en el plano demográfico. Por primera vez, desde inicios del siglo 19, la población mexicana se ha estabilizado. Es posible que ese cambio, que tendrá consecuencias profundas, nos lleve por fin a una nueva crítica de la pirámide que se centrará ya no tanto en el problema del Estado como monolito, sino en la economía como estafa a generaciones futuras.