Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de junio de 2013 Num: 954

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El color de la música
Norma Ávila Jiménez

Silvestre Revueltas:
músico iconoclasta

Jaimeduardo García entrevista
con Julio Estrada

Teodorovici:
reír de hastío

Ricardo Guzmán Wolffer

Todas las rayuelas
Rayuela

Antonio Valle

Rayuela:
primer medio siglo

Ricardo Bada

Releer Rayuela
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

Desinvitados

En casa vivimos nosotros dos, mi hija, el gato y el señor del banco. Todos tenemos una habitación, aunque el señor del banco no la necesita. Con nuestro tiempo le basta para extenderse y repantigarse en nuestras vidas, especialmente a la hora de desayunar, comer, trabajar y dormir. Muchas veces, la verdad, he sentido la tentación de ponerle sitio en la mesa. Lo merece, si la mitad de la comida la pasamos tratando de no hablar con él. Se llama de muchas maneras y recita sus nombres como en la primaria: mi nombre es Teporingo Ordóñez y hablo del Banco Santander, por ejemplo. Interrumpir nuestra vida le da siempre gusto: ¿con quién tengo el gusto?, pregunta. Yo también le doy muchos nombres, según el humor. Brunilda Corcuera. Bien, señorita Corcuera, en este momento le estamos ofreciendo lo que es la tarjeta super goldenplatino megaplús. Otro día soy la señorita Ukelele Quiroga. Bien señorita Quiroga, en lo que es este momento le queremos proponer lo que viene siendo un seguro para lo que es su vida. Lo que más me impresiona es aquello de “bien, señorita”. Casi puedo ver al señor del banco acomodarse en el lugar fantasma que le he puesto en nuestra mesa, extender sus papeles, disponerse a sacar tajada. Muchas veces se transforma en señorita también y nunca dice sí, sino así es. ¿Me quiere usted ofrecer una tarjeta? Así es, señorita Ukelele. Mientras comemos la ensalada nos informa que su llamada está siendo grabada para efectos de calidad de servicio. ¿Querrá un poco de vinagre el señor del banco o le basta con la calidad del servicio? Detesta que uno se niegue a sus ofrecimientos: ¿alguna razón por la cual no desea usted la tarjeta Megambrela Hossana Plus? Si la contrata, le enviamos una ambulancia en el momento en que la necesite. Ahora mismo necesito una ambulancia para que se lleve la voz del señor del banco, persistente como dolor de muelas, voz que cambia de voz y de banco y no cesa hasta llegar al postre.

Cuando el señor del banco se retira momentáneamente, llega a nuestro hogar la señorita del premio. En casa vivimos nosotros, mi hija, el gato y la señorita del premio. También le da gusto interrumpirnos: ¿con quién tengo el gusto? Gusto de Todos los Diablos, le digo. Muy bien, señorita Gusto, su nombre resultó seleccionado para participar en el sorteo y la llamada está siendo grabada y etcétera. Quizá la señorita del premio quiera sentarse en la sala a ver la televisión, pensamos, ¿no se le antojará una quesadilla? En cambio, la señorita del premio nos propone ir a buscar unos boletos para un viaje a la Conchinchina Maya con todo pagado y un acompañante, a Tugurio número 8, colonia Inframundo. Ahora no, señorita del premio, yo no concursé en nada, estoy viendo una película que ya no pude ver por escuchar sus insinuaciones y cuidarme de sus trampas. ¿Preferiría usted, quizá, que cambiara de canal?, ¿quiere un sope? Comprendo, señorita Gusto, responde la señorita del premio, pero va a perder la oportunidad de hacer un viaje con todo pagado. Mi vida es un rosario de oportunidades perdidas. Cómo me encantaría poder mandar a dormir a la señorita del premio. Es tan inmaterial que a lo mejor cabe en la canasta del gato, ¿querrá acomodarse entre la almohada y la cola? Así es, contesta.

Por épocas recibimos al señor de la deuda ajena. En casa vivimos nosotros, mi hija, el gato y el señor de la deuda ajena. ¿Usted es la señora Xóchitl Kleingarten? Está equivocado, contestamos pensando que no debimos haber contestado. Estoy en piyama, espero que al señor de la deuda ajena no le importe, pero como llama a deshoras... ¿Conoce usted a la señora Kleingarten? Ay de mí si la conociera. Mire, señorita Gusto, la señora Kleingarten tiene una deuda con Gangster y Hnos., y si no cubre lo que viene siendo su deuda en lo que son diez minutos nos veremos obligados a. Aquí nos abotonamos bien el piyama porque da frío escuchar las cosas que se verán obligados a. No conozco a la señora Kleingarten. No me cree; es muy descreído el señor de la deuda ajena. Si llegara a conocer a la señora Kleingarten, ¿le pediría que se comunicara conmigo? Esculapio Larrañaga. Y da el número. La llamada está siendo grabada por el espíritu de Al Capone para efectos de calidad en el servicio. ¿Anotó el número señorita Gusto? Sí, señor. ¿No gusta un Valium, un Bloody Mary?, ¿ya hizo sus gárgaras? Aquí estábamos pensando en lo que es irnos a la cama.

Y luego dicen que los fantasmas no existen; la verdad son plaga.