Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 16 de junio de 2013 Num: 954

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El color de la música
Norma Ávila Jiménez

Silvestre Revueltas:
músico iconoclasta

Jaimeduardo García entrevista
con Julio Estrada

Teodorovici:
reír de hastío

Ricardo Guzmán Wolffer

Todas las rayuelas
Rayuela

Antonio Valle

Rayuela:
primer medio siglo

Ricardo Bada

Releer Rayuela
Xabier F. Coronado

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

Fe de erratas y algunas bifurcaciones

Fe de erratas primero: En el Cabezalcubo de hace una semana hay un párrafo en que, en lugar de leerse “Guatemala”, en las dos ocasiones que aparece la palabra, debí poner “Nicaragua” y “Centroamérica” respectivamente. Huelga señalar que el rebuzno –puesto que de vulgar burrada se trata– fue solamente mío. Pronto llegaron a mi buzón los mensajes de atentísimos lectores que señalaban el yerro, cosa que es de mucho agradecer y remachar. Reojeando el cochino asunto de la tergiversación informativa en que suelen incurrir los emporios privados que conforman Televisa y TV Azteca, di a entender que el encarnizamiento de un insultante y pésimo sketch cómico (en el canal Bandamax, para mayor detalle, propiedad del conglomerado Televisa) que se burlaba de los hermanos chapines tenía que ver con el turbio asunto de las camionetas de Televisa incautadas en Nicaragua, en ruta hacia Costa Rica durante presuntos trasiegos de cocaína y dinero y a saber qué otras porquerías. Pero parece que los entretelones del desprecio de Televisa, que luego quiso hacer perdidizo el segmento de video donde sus empleados hacían escarnio por consigna contra el pueblo guatemalteco, son de origen mucho menos policíaco y más rastrero, y se podrían remontar a las declaraciones de un cantante chapín, que fue por años huésped favorito del imperio mediático Azcárraga, Ricardo Arjona, quien en agosto del año pasado decidió que sus presentaciones en México, durante una gira promocional de uno de sus discos, no serían en uno de los escenarios que controla Televisa a través de su filial Ocesa –o sea, casi todos los escenarios disponibles para espectáculos en México– lo que desató el furibundo veto de la empresa para el cantautor guatemalteco y, de paso, la fabricación forzada y mal hecha de un estereotipo corriente e insultante que pretendía caricaturizar a nuestros dignos vecinos del sur. O quizá ni siquiera eso y el incordio se originó en la lisa y llana estupidez de guionistas, productores y elenco. Así de pinche la cosa.

Bifurcaciones después: asnadas mías aparte, el asunto de fondo sigue siendo cómo los emporios mediáticos en México hacen y deshacen, imponen legislaciones a modo, presidentuchos a los que les gobiernan los hilos o vetos que son flagrante delito de discriminación y pretenden eliminar, por las tácticas que resulten necesarias, cualquier asomo de competencia televisiva, como aquella reciente e infeliz ocasión en que cierto empresario farmacéutico osó intentar abrir una tercera opción de televisión masiva y fue constantemente denostado en noticieros y programas de opinión teledirigida o, como hemos visto recientemente, el paradójico cierre de filas para que ni otro poderoso multimillonario de la cúpula de beneficiados de las privatizaciones salinistas, como es Carlos Slim, pueda abrir brecha en el monolítico duopolio.

Al final, entre tantos asuntos, escándalos y dobleces, lo que hay de fondo es la pepita negra de la corrupción. La corrupción que se ejerce como presupuesto de propaganda oficial en los medios, la que se manifiesta cuando las campañas presidenciales las dirime una televisora; la corrupción que se acrisola cuando una concesión del espectro radioeléctrico propiedad de la nación truca en monedita de cambio, divisa, premio o castigo con que regular el apuntalamiento mediático de un partido o un candidato, aunque ese candidato sea pillo redomado, o en su caro defecto, para sancionar las críticas que el medio se atreva a endosarle al gobierno, precisamente, por corrupto. Allí sigue, en carne viva, el descarado despojo de Canal 40 durante la despresidencia de Vicente, el mariguanero.

Creer en la apertura en los medios en México, en el aseo de ese maridaje inmoral entre poder y televisión, en que la separación de poderes redimensione a los poderes fácticos, tan perniciosos y mezquinos (o retardatarios, en el caso del clero) son cosas por demás deseables y quizá urgentes en términos de progreso social, aunque caigan en territorio de cándidos. Pero como sentencia, juiciosa, Esperanza Ortega en su columna Las cosas como son (Las razones de Cándido), el martes 4 de junio en el diario El Norte de Castilla, aterrizada en mi mesa por la amabilidad de Ricardo Bada:  “La candidez es la única respuesta crítica a la falsa verdad que infecta las conciencias. No, no me refiero a que creamos vivir en el mejor de los mundos, sino a que neguemos otra evidencia igual de simple y mucho más dañina: que este mundo infecto sea inevitablemente el único posible”.