Política
Ver día anteriorLunes 17 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

La excesiva aparición de antifaces, embozos y capuchas en los actos juveniles de protesta

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En imagen de archivo, jóvenes encapuchados –autodenominados anarquistas– atacan a policías que el 10 de junio pasado resguardaban inmuebles en el Centro HistóricoFoto Carlos Ramos Mamahua
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ienso que la inutilidad o, mejor dicho, la reacción contraproducente que provoca una huelga estudiantil fue suficientemente tratada la semana pasada. También la cinematográfica utilización de antifaces, capuchas, embozos que han comenzado a aparecer durante los actos juveniles de protesta. El 10 de junio estos fueron usados durante la más fiera y abierta provocación que alguien pueda imaginar, contra unas fuerzas del orden cuyo santo patrón, sin lugar a dudas, no es don Jesús Rodríguez Almeida, sino el bíblico personaje conocido como el santo Job, a quien con autorización del propio Yahvé, Satanás se dedicó a provocar para que abjurara de su amor a Dios y mandara al diablo (literalmente) sus míticas virtudes de paciencia y mansedumbre. No sé qué es más apropiado decir: el cuerpo de granaderos resistió como el santo Job o, el santo Job resistió como heroico granadero.

Confieso que no daba crédito a los videos que circulan en las redes: jóvenes, con o sin capucha, convertidos en verdaderos energúmenos, atacando a los granaderos a patadas y garrotazos, lanzándoles verdaderos peñascos, que no sé cómo podían cargar y, el colmo, un individuo con un lanzallamas tratando de incendiar las piernas de un uniformado, y no puedo precisar si éste mismo, u otro, dirigiendo un soplete al casco protector del policía. Estos uniformados, tan impertérritos como guardias del palacio de Buckingham, incapaces siquiera de una acción defensiva, por demás natural y justificadísima, no detienen a sus agresores, no los someten ni aprehenden, pero luego apañan a algunos manifestantes y a otros ciudadanos que simplemente cubrían el estereotipo de un protestatario. Según las filmaciones, los irascibles eran unos cien. Los detenidos, la quinta parte y, de ésta, los consignados, siete, o séase: dos de cada tres. Lo que a las claras nos dice: o el nivel de eficacia de la dependencia responsable de la seguridad de la ciudad está por los suelos, o la mano que mece la cuna sigue, como Juanito Walker, tan tranquilo y caminando. A propósito, ¿nos podría informar el secretario de Seguridad si alguno de los recién detenidos participó en los sucesos del 1º de diciembre o en la toma de la rectoría? El 5 de enero (hace cinco meses), el titular de la PGJDF declaró: avanza la identificación de implicados en desmanes del 1º de diciembre. Se tienen los rostros y, en algunos casos, los apodos de quienes participaron en esos disturbios. En breve se solicitarán órdenes de aprehensión contra varias personas. ¿Después de 224 días, el señor procurador sigue sin lograr compadecer los apodos, alias, motes, sobrenombres, seudónimos o nom de guerre de tan feroces agresores, con algunos pacíficos chilangos? ¿Lo conseguirá en el resto del sexenio? Tal vez, sin saber que el inolvidable Renato Leduc es alguien más que una calle en Tlalpan, piensa: hay que dar tiempo al tiempo. O confiesa: no sentí correr el tiempo. Pues, Ignoraba yo que el tiempo es oro. Por eso, “cuánto tiempo perdí –ay– cuanto tiempo”. O reconozca la dicha inicua de perder el tiempo. (En recuerdo, Renato, de las innúmeras cubas en tu casa, en las calle de Artes, o en Pino 4, la de José Natividad Rosales).

Pero después de esta obligada e inevitable digresión, vámonos a terminar nuestros pendientes: ¿por qué afirmo que la ocupación de la rectoría es una acción no sólo inútil, sino contraproducente? Imaginemos realidades cotidianas: Luis, que recién terminó en ingeniería, anda apurado con su revisión de estudios para programar la fecha de su examen profesional. A Yáñez, de derecho, le quieren aplicar la triple ley, conocida como de las tres, las cuatro y las 10. Es decir, que reprobó tres veces una materia, dejó de presentarla en cuatro ocasiones, o reprobó más de 10 en conjunto. Él alega que le están aumentando un dígito en cada caso. Rábago no está de acuerdo en el total que le cobran por las difericiones de pago que se le han autorizado en los últimos siete años de carrera ( in the good old times, la UNAM cobraba 20 pesos por inscripción y 180 por colegiatura anual, pero los que pertenecíamos al infelizaje podíamos diferir el pago hasta la terminación de la carrera). Pues todos estos, y la Lupita, de pedagogía, que no sabe si seguir estudiando, porque si la descubren con esa adicción la corren de su primer bit en la telenovela: Sin buena pierna no integra la terna. Todos ellos tienen que hacer trámites urgentes en rectoría, pero resulta que cien jovencitos han decidido interrumpir las labores administrativas que a ellos no les afectan, pero que mucho perjudican a otros millares de estudiantes. ¿La reacción será el apoyo fraterno y solidario o el repudio y las mentadas? Al principio, la calentura ciega las entendederas, pero a los cuantos días surge el trilema: ¿eres honesto y abusado, honesto y torpe, o simplemente meces la cuna que te contrataron a mecer? Ocupar y cancelar actividades de rectoría es protagónico, visionudo, inútil, contraproducente.

La destrucción de bienes patrimonio de la UNAM es para mí un acto todavía más grave y estúpido que si se hubieran apropiado de ellos y les dieran un fin útil. De inmediato vino a mi mente la figura de Ned Ludd, obrero textil en la Inglaterra de los comienzos de la Revolución Industrial, quien en su desesperación e impotencia frente a las iniquidades a que estaban sometidos los trabajadores: horarios sin límite, salarios miserables, despidos injustificados, culpó a las máquinas y a los avances tecnológicos de todas esas desgracias, y emprendió un absurdo e iluso movimiento que se proponía la destrucción de todos los instrumentos que finalmente hicieron posible la industrialización. La figura de Ned Ludd, en 1779, destruyendo personalmente el telar mecánico en que trabajaba se hizo mítica. Surgió la leyenda del capitán Ludd, nombre con el que se firmaban manifiestos y amenazas. Los luddites se multiplicaron en Inglaterra y provocaron cruentos disturbios en Nottingham, Lancanshire, Yorkshire. Las demandas justísimas de los trabajadores se convertían, por sus desesperados e irracionales métodos de lucha, en oportunidades perfectas para que los poseedores y el gobierno a su servicio reprimieran y masacraran a los trabajadores. Un viernes de abril de 1812 un grupo de luddites destruyó la fábrica de Wroe y Duncroft tratando de impedir la propagación del tejido al vapor. En Nottingham el ejército reprimió, con extrema sevicia, una manifestación que pedía trabajo y salarios justos. Los luddistas provocaron un incendio nocturno y quemaron 60 máquinas. En 1813, cerca de 20 obreros fueron ejecutados. La escalada de violencia, como pueden ver, jamás favoreció a los trabajadores. La Revolución Industrial siguió adelante y transformó la historia.

La irracional violencia del movimiento luddista, totalmente explicable dentro del contexto histórico en que surge, no era, evidentemente, la estrategia idónea para la defensa de los derechos de los trabajadores.

Dañar, destruir objetos, bienes, espacios, valores de la UNAM, tampoco es el camino para demandas, protestas, rebeliones, por más que las avalen razón y justicia inobjetables. En la página de cada libro, en el muro de cualquier edificio, en los componentes de todo aparato electrónico existe la huella del trabajo de un mexicano que contribuyó a la edificación material y espiritual de nuestra casa. Y pensemos: muchos de ellos carecen de agua potable, de un camino de terracería, de mínimos servicios médicos y, de lo que más anhelan: la escuelita de un solo maistro que les enseñe a hablar la castilla y comience a incorporarlos a lo que, les aseguramos, es su patria. Debemos recordar, también, que Ciudad Universitaria se construyó sobre terrenos ejidales que fueron expropiados por la primera generación de universitarios en el poder, la misma que a los pocos años, no sólo suprimió la materia de derecho agrario de los planes de estudio de la Facultad, sino que con las reformas al amparo en materia agraria canceló las conquistas que los hombres del campo, los hacedores del movimiento revolucionario, habían logrado plasmar en nuestra Carta Magna. En verdad: contra la Universidad, nadie tiene fueros.

He leído varias veces la información que me hizo favor de remitirme el profesor Facundo Jiménez Pérez sobre las razones en que se sustentan las protestas de los jóvenes del CCH Naucalpan. Para algunas no regateo mi apoyo pleno, pero en otras hay tales sinrazones, infantilismos, berrinches, que no doy crédito. Recordando al entrañable rector Ignacio Chávez, les digo: no voy a ofender tan alevosamente a jóvenes universitarios, juzgándolos incapaces de oír opiniones adversas a las suyas. Como mi mejor gesto de respeto, voy a intentar rebatirlos.

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