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Argentina: mujeres en vías de empoderamiento
L

a muchacha Tauro aventaja en lo moral y emocional a más de un recio varón, pero tiene suficiente confianza en su sexo para dejar que el jefe seas tú, si eso te gusta. Si tú no te haces cargo, es posible que tome las riendas y sea ella quien se encargue de dirigir las cosas, aunque preferiría que fuera al revés. Lo que busca es un hombre de cuerpo entero, porque sabe que ella es una auténtica mujer, y está orgullosa de serlo.

Eso dicen los astros de las taurinas. Pero de nuestro lado, no podemos dar fe si de adolescente, Evita mataba las horas analizando su signo en las revistas del corazón. Sólo sabemos que a los 15 años, al terminar la escuela primaria en Junín, polvoriento pueblo de la pampa bonaerense, echó sus tiliches en una maleta de cartón, compró un boleto de tren, y se apareció en Buenos Aires con mariposas en la panza (1935).

Los dioses de la fortuna se portaron bien. Nueve años después la depositaron en los brazos del general Perón, y en los nueve que le restaron de vida se convirtió en la primera mujer de la historia que impulsó, desde la práctica política, la propuesta medular de Simone de Beauvoir: no se nace mujer; llega uno a serlo ( El segundo sexo, 1949).

¿Qué si Perón la ayudó? Bien... Pero Simone escribió la obra capital del feminismo moderno a pedido de Sartre, a quien le urgía aterrizar sus grandes vuelos y abstracciones filosóficas. En cambio, sin grandes lecturas, Evita ya se formulaba para sus adentros la pregunta que a Olimpia de Gougés (1748-93) había llevado a la guillotina: “Hombre… ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace la pregunta”.

En los estudios de radiodifusión y de cine (donde Eva protagonizaba papeles de quinta), los exitosos se mofaban de su escasa formación. Sin embargo, cuando Libertad Lamarque ventiló su condición de hija ilegítima, la fulminó. Reprochando a la diva sus papeles de mujer casada, sufrida y resignada, inquirió: “Che… ¿y ya pagaste el toldo que en Chile salvó tu vida el día que te arrojaste por la ventana del hotel porque tu esposo te ponía los cuernos?”

La situación cambió con la revolución nacionalista de 1943, que acabó con el mito de la Argentina del trigo y las mieses. Al año siguiente, Perón creó la División de Trabajo y Asistencia de la Mujer y, en octubre de 1945, Evita se casó con el líder. Perón ganó los comicios presidenciales de 1946, ella se convirtió en primera dama y, por ende, en titular de la rancia y aristocrática Sociedad de Beneficencia, fundada en 1823.

Desde un cargo aparentemente inocuo (benefactora principal de la Nación), Evita empezó a ver por debajo del agua. ¿Qué rol le tocaba desempeñar a ella en ese antro de las señoras con apellidos ilustres que eran concesionarias estéticas del gran poder patriarcal?

Consciente de su escasa cultura, Evita escribió en su lecho de muerte: ¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres más preparadas que yo, habían fracasado? ( La razón de mi vida, 1952). El allí de las mujeres más preparadas la angustiaba. Mas no el de las damas de la sociedad que empezaban a odiarla con ganas.

Evita supo que así como en el caso de los trabajadores, las luchas feministas argentinas se resolvían invariablemente en reconocimientos simbólicos, en proyectos que dormían en los cajones parlamentarios, o en el delirium tremens de los políticos que en el Congreso debatían acerca de las debilidades mentales o físicas de las mujeres (sic), y su falta de musculatura (sic, Eva Perón y la organización política de las mujeres, Carolina Berry, Memorial de Sao Paulo, 2009).

Por ejemplo, en el popular barrio de Mataderos, una calle de Buenos Aires se llama Carolina Muzzilli (1889-1917). Líder de las lavanderas socialistas que falleció de tuberculosis. Carolina impulsó ideas más radicales que las de la Unión Gremial Argentina (1902), la Unión Feminista Nacional (1918) de Alicia Moreau de Justo (1885-1986), el Partido Feminista (1920) de Julieta Landeri (1873-1932). Y ni se diga las que Victoria Ocampo (1890-1979) defendía en la Unión de Mujeres Argentinas (1936).

En 1910, año del centenario y del primer Congreso Feminista Internacional, Carolina declaró a la revista PBT: “Yo llamo feminismo de diletantes al que sólo se interesa por el brillo de las mujeres intelectuales…es hora de que ese feminismo deportivo deje paso al verdadero que debe encuadrarse en la lucha de clases”.

El pensamiento de Eva, guardaba otras lecturas. En Mi mensaje (libro de 79 páginas que nunca fue publicado, y apareció recién 1987), escribió: “No puede haber, como dice la doctrina de Perón, más que una sola clase: los que trabajan… Yo no hago cuestión de clases… pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo, tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darles jamás: nuestra libertad…

Cuando todos sean trabajadores, cuando todos vivan del propio trabajo, y no del trabajo ajeno, seremos todos más buenos, más hermanos y la oligarquía será un recuerdo amargo y doloroso de la humanidad.