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Reconocimientos a la activista por los derechos humanos, fallecida el domingo

Despiden en Argentina a Laura Bonaparte, fundadora de Madres de Plaza de Mayo
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 26 de junio de 2013, p. 32

Buenos Aires, 25 de junio.

Un emocionado presente, presente, ahora y siempre, entre lágrimas y voces quebradas, fue la respuesta al grito de Laura Bonaparte, en el momento de despedir sus restos, ayer, rodeada por familiares, amigos y dirigentes de derechos humanos.

Fundadora –con otras valientes mujeres– de Madres de Plaza de Mayo, en 1977, en plena dictadura, Laura Bonaparte fue una gran luchadora por los derechos humanos, aquí y en el mundo, y por los movimientos feministas, que en todos los casos reconocieron en ella el impulso de su inteligencia y fuerza.

Debió sobreponerse con la misma fuerza y solidaridad permanente con otras causas para resistir aquella historia del horror, el terrorismo de Estado que le arrebató tres hijos, su ex esposo Santiago Bruchstein, dos yernos y una nuera, así como muchos amigos y compañeros.

Su casa fue un vacío para siempre, pero encontró en México –ella, su hijo Luis y su familia: esposa e hijos, así como también la primera compañera de su hijo Víctor, Shula Eremberg, y la hija de ambos Natalia– un refugio, donde pudo reconstruirse anímicamente, rodeada por amigos que nunca olvidó.

México estuvo para siempre en su memoria y volvió tantas veces como pudo. En ese país siguen viviendo Shula y Natalia, Malena, hija de Luis, y sus hijos. Decía: Una parte de mí se quedó en México para siempre. Se había construido un hogar con esos colores y recuerdos mexicanos que forman parte de la vida de todos aquellos exiliados que pasaron por esa nación.

México tiene sol y colores en sus calles, decía Laura con nostalgia.

Ailín Bullentini escribió hoy en Página 12: El ejercicio de la memoria implica la incansable apuesta al recuerdo, con la mirada hacia adelante. Desde sus momentos fundantes, los militantes de organismos de derechos humanos abogaron por el recuerdo de las víctimas de la última dictadura, las que desaparecieron y también las que fueron apropiadas. Pero, desde hace algunos años, el paso del tiempo suma otra demanda a la memoria: recordar los nombres de quienes se empiezan a ir, como Laura Bonaparte, sinónimo de la misma búsqueda para alcanzar la verdad y la justicia.

Laura falleció el domingo pasado, poco después del mediodía.

Con la sonrisa ancha y la lluvia en el pelo, siempre recordaremos a Laura Bonaparte, caminando con las Madres y las Abuelas, de Argentina y de América, luchando contra la impunidad, contra la desmemoria y el olvido, dijo la antropóloga Ana González, quien fue su gran amiga.

Fue una Madre de Plaza de Mayo con voz singular y también pionera con su conciencia feminista en la atención mental de las mujeres. Pero, sobre todo, encarnó la alegría para los que la conocieron, escribió la periodista y escritora Marta Dillon.

“Laura Bonaparte, la Madre de la voz singular y paradigmática, la mujer que en su historia personal cargaba la historia de un país, y en los ritos de su despedida los pañuelos que enjugan las lágrimas no dejan de ser estandartes de una lucha que continúa (…) a Laura Bonaparte no la parieron sus hijos, como se suele decir de la génesis política de las Madres de Plaza de Mayo. Ella los parió, a todos y a cada uno. Ella, siempre dueña de su voz y su pensamiento, sin atarse nunca a lo que imponía ningún sentido común”, añadió Dillon.

Me resulta difícil a mí como corresponsal escribir esta nota, porque siendo niña veía pasar a Laura con admiración por las calles de Paraná, Entre Ríos, donde ambas vivíamos. Había una diferencia de edad entre nosotras y yo, lectora desde muy niña, seguía la vida de los rebeldes Bonaparte.

Su padre era un juez socialista, como varios de su familia, y desafiaba una sociedad muy conservadora, lo que alentaba mi rebeldía personal y mi admiración por ellos.

Después, cuando vine a Buenos Aires a seguir estudiando, me encontré a Laura, viviendo yo en casa de amigas comunes. Conocí a sus hijos siendo niños y compartimos años e inquietudes políticas juntas.

Juntas nos manifestamos contra las dictaduras –las varias que vivimos en Argentina–, y hasta aquella noche del 24 de diciembre de 1975, cuando íbamos a festejar entre amigas la Nochebuena, de repente todo se hizo tragedia, advirtiéndonos, en tiempos en que reinaba el terror de la Triple A, que vendrían tiempos mucho más duros.

Laura se enteró entonces de que su amada hija Noni estaba entre varios jóvenes asesinados esa noche en el intento por tomar un cuartel. Desde ese día comenzaría su búsqueda para saber a dónde la habían llevado. No imaginaba que en 1976 iba a perder a casi toda su familia y que su búsqueda iba a ser eterna. Se fue sin encontrar dónde estaban sus desaparecidos, en qué noche y niebla los habían dejado sus asesinos.

Nos encontramos en México, y allí Laura no descansaba un día.

Fueron amigos mexicanos quienes la ayudaron, en esa maravillosa complicidad de la amistad, para que ella pudiera rencontrarse con su nieto Hugo, un niño que en México fue de todas nosotras. Merece contarse un día la historia del rescate de Hugo desde Argentina, cuando pueda ser.

Pocas veces vi a Laura tan feliz en medio de sus laberintos de recuerdos dolorosos, como el día en que Hugo le iluminó la vida, como Laura alumbrará desde ahora nuestros pasos en un mundo incierto.