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Obligaciones, necesidades, deseos
L

a reforma (contrarreforma) a los artículos tercero y 73 de la Constitución, impuesta a través del Pacto por México por la cúpula empresarial mexicana y los tecnócratas y banqueros de la OCDE (como bien demostró Luis Hernández hace unos días en estas páginas), refuerza la jerarquización, el centralismo y el autoritarismo del sistema educativo mexicano y aleja la posibilidad de modernizarlo mínimamente.

Varios autores han puesto en evidencia que la principal tarea de la escuela premoderna, tradicional, es enseñar a obedecer, a respetar leyes y reglamentos. Obligación es la palabra central en la vida de la escuela tradicional, esto es, de la escuela hoy dominante en el sistema educativo mexicano (y otros similares), heredero del dogmatismo de la contrarreforma trentina, de los malogrados intentos de liberalismo educativo del siglo XIX y de la derrota de los esfuerzos auténticamente reformadores de los años 20 y 30 del siglo XX mexicano. Esta domesticación es esencial para el funcionamiento de la sociedad capitalista contemporánea y de toda sociedad basada en la dominación y la explotación. Esta función de la escuela se impone a costa de la solidez de los conocimientos y la formación intelectual, y se refuerza encubierta en los programas de formación cívica.

Por supuesto, para que esa tarea domesticadora se haga realidad en la formación de los futuros ciudadanos (futuros empleados), tiene que invadir todo el espacio del sistema escolar, no solamente la vida del aula y los estudiantes, también a los maestros y sus condiciones de trabajo, las funciones de los directores, supervisores y funcionarios medios, abarca lo que debe aprenderse, cuándo y cómo, esto es, la definición de los planes y programas de estudio.

Ya sean de origen legal o moral, las obligaciones no se cuestionan ni se discuten, y la consecuencia de su incumplimiento es una penalidad (legal o moral, la obligación se cumple para evitar un castigo, de la sociedad, de la autoridad o de la conciencia). Próximo al concepto de obligación está el de necesidad, pero éste nos remite a identificar una finalidad, un para qué. Una necesidad es un estado que debe superarse, satisfacerse, mediante una acción para alcanzar un fin, como la vida buena (no confundir con la buena vida), y los fines sí pueden (y deben) discutirse. Partir de la identificación de necesidades y no de obligaciones compromete a incorporar a la razón y a la ética en el proceso de decisión. En el sistema escolar convencional los planes, programas y métodos de estudio son obligatorios, no se discuten, los aprobó la autoridad, si no se cumplen vienen diversas consecuencias. En nuestro sistema de educación superior, caracterizado por una rigidez extrema, pues su función es controlar el acceso de los profesionistas al gremio respectivo, se logró hace unas décadas un tímido avance al aceptar que algunos cursos serían optativos, los demás, la gran mayoría, quedan como obligatorios. En la enseñanza básica todo es obligatorio y ahora con las nuevas reformas será cada vez más uniforme y estandarizado.

Una de las innovaciones que se introdujeron en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México fue la de excluir de los planes de estudio el término obligatorio y sustituirlo por el de indispensable (que es el extremo de lo necesario). No siempre se ha entendido el significado de esta modificación y en muchos casos se ha reducido a un mero cambio de palabra, de manera que sin justificación alguna, sin discutir sus fines (que era el propósito del cambio de lenguaje), se cataloga de indispensable a cualquier curso que un grupo de maestros quiere imponer.

La extrema rigidez de planes de estudio únicos en todos los niveles del sistema educativo debería dar lugar a una reforma sustentada en una clasificación meditada de los conocimientos y los objetivos formativos de cada curso o programa, a partir de sus fines, que podría incluir, entre otras, las siguientes categorías: indispensables (por ejemplo anatomía para ser médico), necesarios, altamente convenientes, convenientes, útiles, recomendables. En esas circunstancias, teniendo claros los fines de cada ciclo y curso, puede lograrse consenso debida y públicamente fundado acerca de lo que es indispensable o necesario, y lo que cae en alguna de las otras categorías y que puede quedar al arbitrio de cada maestro y cada estudiante. Por supuesto, hecha explícita la finalidad de lo catalogado como indispensable en un programa, el educando podrá libre y racionalmente decidir si se incorpora o no a él, si coincide con sus fines, su proyecto de vida y sus deseos.

Esta flexibilidad es realidad normal y cotidiana en muchas instituciones y sistemas educativos, de gran prestigio, en el mundo anglosajón. Esta flexibilidad debería extenderse desde la educación superior hasta la básica; un elemento formativo valioso en la educación básica sería que en todas las actividades los niños y jóvenes reflexionaran sobre la finalidad de cada una de éstas, su valor, sus valores de uso, y que incluso tuvieran ciertas opciones y pudieran tomar decisiones al respecto (como de hecho ocurre en escuelas que siguen proyectos modernos: escuelas activas, Freinet, Montessori y otros). La necesaria batalla contra el neoliberalismo no debe hacernos olvidar que tenemos pendiente lograr algunos valores del proyecto educativo del liberalismo.

En una sociedad adoctrinada por la televisión y la radio y otros medios con antivalores como el individualismo extremo y el hedonismo alocado, la educación tiene la ingente tarea de desarrollar valores éticos, interés por el conocimiento, compromiso con la sociedad y capacidad de decisión. Sin duda, una tarea igualmente importante de la escuela es contribuir a crear en los niños y jóvenes una sólida conciencia social e histórica, sentido de responsabilidad, y la atención a obligaciones (necesidades) ineludibles (con base en la razón y la ética), siendo una de éstas la de formarse una cultura propia. Pero esto no puede lograrse con un sistema centralizado, jerárquico y autoritario, premoderno, como el que consolidan las reformas recientes y lo que se anuncia para las leyes secundarias.