Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de junio de 2013 Num: 956

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres cuentos

Dos miradas a
la obra de Rulfo

Juan Manuel Roca

Clic en los ojos
Febronio Zataráin

Vestigios y el
inicio del silencio

Juan Domingo Argüelles
entrevista con Javier Sicilia

¿Quién le teme a
Wilhelm Reich?

Gérard Guasch

Llamaradas: monólogos
de Franca Rame
y Dario Fo

Esther Andradi

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
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Llamaradas: monólogos de
Franca Rame y Dario Fo

Esther Andradi

Fue a fines de los setenta y en Lima. Éramos menos de una decena de activistas del feminismo local reunidas en un grupo cuyas siglas tenía más letras que integrantes: Alimuper –Acción para la Liberación de la Mujer Peruana. Dos periodistas, una maestra, una socióloga, estudiantes... la memoria puede ser aplanadora y no quisiera omitir a ninguna de aquellas bravísimas jóvenes, inteligentes y bellas, luchando para cambiar el mundo que se empeñaba en retratarnos horribles, rencorosas y maltratadas por el sexo masculino. El azar quiso que luego de un debate público conociéramos a Dominique D´Angelo, esposa del entonces director del Instituto Italiano de Cultura en Lima, quien, además de encantadora, culta y muy bien informada, era una feminista de ésas. Ella se integró pronto a nuestras reuniones y confabulaciones para poner el mundo en orden, en lo legal, político, social, cultural, en fin, no había tema al que le escapáramos. Eran épocas sin Internet y ni hablar de googlear así que accedíamos a nuevas ideas por fortuita recomendación de especialistas  y/o complot de los astros. Los altos costos del transporte dificultaban la importación de periódicos de cualquier parte del mundo,  y en los  países latinoamericanos habían dictaduras por donde se mirara: sin ir más lejos, en Argentina, reinaban los señores de la vida y la muerte. Fue a través de Dominique que nos nutrimos de textos de la mítica Librería delle Donne, de Milán, de las discusiones europeas de los setenta,  y del corrosivo humor de las protestas en este lado del mundo. Así que junto con Rossana Rosanda o Il Manifesto, un día llegó a nuestras manos una copia –¡escrita a máquina!– de los monólogos de Franca Rame y Dario Fo, que desde su debut en 1977 en el Palazzina Liberty de Milán, circulaban con notable éxito en teatros de ciudades italianas y europeas. Los monólogos habían sido tipeados en papel aéreo, hojas muy delgadas a fin de abaratar los costos del envío postal. Recuerdo la conmoción al leer esas historias de Tutta casa, letto e chiessa: Eran la puesta en escena, desnuda y grotesca, de la relación entre los géneros, y sin embargo la protagonista mantenía su dignidad en medio de esa farsa, casi cómica, que anudaba lo privado e íntimo con lo social y político.

Pero estos monólogos estaban escritos en italiano, así que para hacerlos comprensibles al grupo era necesario una inmediata traducción. No recuerdo alegría mayor en aquellos años jóvenes que esta cruzada conspirativa por la adaptación en castellano-peruano de aquellas palabras con las que Franca Rame soliviantaba las tablas en Europa. Nosotras, pequeñas y mínimas mujeres de sectores medios de aquel castigado país que era el Perú, nos rendimos a sus pies. Y el 8 de marzo de un año que ya no recuerdo, al son de tango y vals criollo, hicimos una lectura pública. Tuvo características de misa esa lectura, una suerte de catecismo invertido marcado por risas y estruendosos comentarios, por la pasión que nos acunaba entonces para poner en ridículo el poder del maschio y que aún con notables diferencias en esa Lima que nos tocaba vivir, era esencialmente el mismo que expresaban esos monólogos. Dario Fo y la Rame habían encontrado el hilo que derrumbaba las máscaras.

Muchos años después,  en mayo de 2000 y en Rosario, Argentina, un grupo de teatro representó Cazuela de mariscos, basada en textos de diferentes autoras, entre ellas Franca Rame, y fue entonces que las feministas rosarinas,  ahora mucho más compactas y numerosas, me consultaron sobre los monólogos. Les hablé de la versión castellana de Carla Matteini publicada en1986 por Ediciones Júcar, y me pidieron copiarles alguno de ellos para subir a la red de comunicación que estaban organizando. Fue así que, ordenador en mano, volví a tipear aquellos textos que me habían sacudido más de veinte años atrás. Fueron las palabras de esos monólogos las que una vez rebotaron por las calles de la dulce, la bella, la horrible, la pacata Lima en nuestras manos y en nuestros cuerpos, poniéndole nombre a los deseos. Y encendiéndolos, como sólo las palabras pueden hacerlo.