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Pymes: el ruido y las nueces
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e habla mucho de las pymes: del gran espacio que ocupan en la economía, la cantidad de empleos que generan, sus necesidades de financiamiento, del impulso que requieren para crearse y sobrevivir. Se les cuenta en los censos económicos, se les define de diversas maneras, se les clasifica por sectores de actividad.

No faltan los estudios sobre este tipo de empresas, tampoco las iniciativas de diversa clase para intentar desenvolver este amplio segmento de los negocios, menos aún faltan las declaraciones oficiales y de los organismos empresariales, tampoco los discursos. Hay también estudios técnicos y académicos.

Pero lo que no existe en el entorno educativo, financiero, laboral, legal, tributario, etcétera, para que las pymes cumplan un papel efectivo es el crecimiento. En este campo, los decretos y programas aislados son, finalmente, irrelevantes: así sólo puede haber algunos casos que señalar.

Las iniciativas de reforma financiera que ahora se discuten en el Congreso tienen la mira puesta de modo expreso en el aumento del crédito y la reducción del costo para las pymes. Esta es una aproximación parcial en el mejor de los casos. Pero parecen haber vuelto a la mira luego de la degradación a las que las sometió el gobierno de Vicente Fox, con la ocurrencia de alentar que la gente tuviera un “changarro y un vocho”.

Es muy poco lo hecho para promover y consolidar las pymes y la discusión podrá seguir todo el tiempo que se quiera y con nulo provecho. Pero hay esfuerzos llamativos, aún muy escasos, que pueden contribuir a una estrategia más eficaz y duradera. Existen incubadoras de empresas, operan algunos fondos de inversión para especializados, empiezan a surgir fuentes de capital semilla y algunos estímulos para el arranque (start-up).

Estos mecanismos son insuficientes, están desarticulados, no tienen los estímulos públicos complementarios que se requieren y su efecto, aunque hay casos destacados, es muy limitado sobre todo para el tamaño, la necesidad de crear empleos y los recursos de la economía mexicana.

No hay que olvidar que desde el gobierno de Carlos Salinas se demeritó la política industrial como parte de las acciones públicas para promover la actividad productiva. La mejor política industrial, se dijo entonces, es la que no existe, en un claro arrebato neoliberal muy de moda entonces. Poco a poco, el entramado del financiamiento de los bancos de desarrollo se fue desarmando hasta llevarlos casi a la inanición. Las medidas monetarias y financieras han contribuido, igualmente, junto con las recurrentes crisis financieras, a la debilidad endémica del sector de las pymes.

Pues el caso es que los países más ricos siguen promoviendo las políticas industriales como mecanismo de crecimiento y lo hacen con medidas muy concretas que incluyen la activa relación de las empresas con las universidades y escuelas técnicas (que las hay de alto nivel), con fuentes de financiamiento y ayudas púbicas para insertarlas en el mercado interno y, en muchos casos hacerlas exportadoras.

No hay contradicción práctica –y esto me parece relevante advertirlo–, entre el activismo público en materia de la promoción de las pumes y el entorno de libre comercio que se ha ido creando. La hay, sin duda, en términos ideológicos y políticos y su peso en México ha sido considerable por muchos años y pernicioso. Hay mucha hipocresía política por todas partes.

Por supuesto que todo esto requiere un ámbito institucional complejo y, sobre todo, eficaz para formar pequeñas y medianas empresas. Eso nos cuesta aquí mucho trabajo y el grado de efectividad es de reprobado.

Del gran universo de pymes en el país la mayoría están en el sector del comercio y los servicios; su operación es bastante simple y su escala es en general reducida. Por eso muere una alta proporción de ellas en un plazo de dos a tres años.

En el segmento industrial hay algunas redes de proveedores nacionales directos al mercado interno y otros vinculados como exportadores indirectos en industrias como la automotriz, electrónica o aeronáutica. Pero son todavía escasos.

Desarrollar el campo de las pymes industriales podría ser un eje para robustecer al resto del sector y crear un estrato productivo, comercial y de servicios mucho más robusto y, sobre todo, rentable. Sería una forma eficaz de ir formalizando la economía. Hoy no hay estímulos reales para salir de la informalidad, al contrario, persisten los que la refuerzan.

Una política de fomento de pymes con foco en la producción industrial debe tomar en cuenta una distinción hecha por Joseph Schumpeter en su consideración del progreso tecnológico fuente de la productividad. El papel del emprendedor se señala como una de las causas primarias del crecimiento económico, cuando éste reta a las empresas establecidas al introducir inventos o innovaciones que hacen que la tecnología en uso y los productos que resultan se vuelvan obsoletos. Esto lo llamó la destrucción creativa. Este proceso tiene su contraparte. Cuando las firmas más grandes ya establecidas que operan con una baja estructura de costos relativos desplazan a los competidores más pequeños al establecer barreras a la entrada.

La concentración económica crece, y con ella el grado de monopolio que sólo puede allanarse mediante nuevas rondas de innovación. Apple o Microsoft son referencias usuales, entre otras. En México, prevalece en cambio la concentración como norma.