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Brasil: un país delante de un espejo cruel
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Dos bailarines que participaban en la ceremonia de clausura de la Copa Confederaciones levantaron una manta para condenar la privatización del estadio MaracanáFoto Reuters
 
Periódico La Jornada
Lunes 1º de julio de 2013, p. 5

No por inesperado ha sido menos impactante para Dilma Rousseff y su gobierno: este fin de semana se conoció el resultado del primer sondeo realizado luego de la ola de manifestaciones que vienen sacudiendo a Brasil en las últimas semanas.

La aprobación del gobierno se derrumbó nada menos que 27 puntos. Si cuando las movilizaciones empezaban a alzar vuelo Dilma todavía contaba con 57 por ciento de aprobación popular, ahora cuenta con 30 por ciento. Eso significa, entre muchas otras cosas, que si las elecciones de octubre del año que viene ocurriesen hoy, habría seguramente una segunda vuelta. Hasta hace un mes, todo indicaba que Dilma ganaría en la primera y con cierta tranquilidad.

Cuando la pregunta a los entrevistados se limita al voto en 2014, hasta la primera semana de junio Dilma obtenía 54 por ciento de respuestas seguras. Ahora, logra 30 por ciento. La difusa Marina Silva, que siquiera partido tiene, creció de 16 a 21 por ciento. El candidato del principal partido de oposición, Aécio Neves, del PSDB, subió de 14 a 17 por ciento. Y el gobernador de Pernambuco, el socialista Eduardo Campos, ha sido el único que no logró salir del mismo lugar: tenía 6 y ahora quedó en 7 por ciento.

Más que el crecimiento de Marina Silva, una mezcla rara de ambientalista radical que militó por décadas en el PT hasta sumar a su raíz original la de militante activa de sectas evangélicas, y más aún que el tímido crecimiento de Aécio Neves, impacta el desplome de Dilma Rousseff. Ella sigue siendo favorita, pero ya no como antes.

Analistas dicen que es natural que haya ocurrido ese desplome, y que todavía hay mucho espacio para que Dilma recupere el terreno perdido, inclusive logrando relegirse en la primera vuelta. Pero el escenario para la presidenta cambió de manera radical.

La rara mescolanza de 18 partidos que integran la base aliada del gobierno reaccionó con estupor. Todos se dicen sorprendidos, como si no fuese evidente que la imagen del gobierno como un todo, y de la presidenta en particular, serían duramente afectados. Asesores de Dilma dicen que no hay que sorprenderse, sino esperar que las cosas se decanten, pasada la tensa emoción del momento y el panorama vuelva a aclararse.

El mismo sondeo que indica la fuerte caída de la presidenta y de su gobierno señala que 58 por ciento de la población aprueba la respuesta de esa misma mandataria y de ese mismo gobierno a los reclamos de las calles.

El resultado del sondeo, realizado por la Datafolha, vinculada al diario Folha de S.Paulo, ocurre en el momento en que el país realiza una especie de catarsis. Las manifestaciones callejeras pusieron en evidencia una insatisfacción colectiva que se encontraba represada y era ignorada por todos, gobierno y oposición, y en buena medida, por la misma población.

Ha sido necesario que multitudes saliesen a las calles para que los quejosos se sintieran identificados, conociesen a sus pares.

Es, vale reiterar, un movimiento difuso, sin organicidad, sin organización, sin líderes visibles, lo que significa también sin interlocutores representativos junto a los canales institucionales, o sea las autoridades. ¿Con quién conversar? ¿A quién, de esa masa sin forma, invitar al debate, a la negociación?

Brasil vive un momento curioso, delicado, único y, quizá por eso, estimulante. Y peligroso, muy peligroso.

Hay energía en las calles, nadie lo puede negar. Hay un impulso renovador, que, si bien aprovechado, puede ayudar a mejorar al país, a sus instituciones, a la misma democracia recuperada.

Además, lo que ocurre pone en evidencia una serie de desviaciones que resultaron en que nadie se sienta representado por los pilares básicos de la democracia, o sea, los canales institucionales.

Nadie siente que los partidos políticos lo represente. Se impone la impresión de que los partidos tienen pautas electorales, pero no proyectos para el país. Queda evidente que el Poder Legislativo, cuya misión sería fiscalizar al Poder Ejecutivo, promover el debate de los grandes temas nacionales y, finalmente, legislar, no hace nada de eso.

En lugar del debate democrático, lo que existe es la negociación. Y esa negociación ni siempre busca una solución que lleve al bien estar común: busca solamente satisfacer a intereses menores y, en la mayoría de los casos, indignos.

El Poder Judiciario igualmente está acosado. ¿Cómo seguir justificando que se pague a jueces un ‘auxilio alimentario’ retroactivo a 10 años? ¿Qué otra clase de trabajador brasileño tiene ese derecho?

Y más: ¿cómo seguir justificando vacaciones de 90 días a los señores magistrados? ¿Y ajustes salariales decididos por ellos mismos, al margen de cualquier negociación con los demás poderes? ¿Cómo justificar las prebendas y ventajas de un sistema cerrado?

En Brasil, cuando un integrante del Poder Judicial es flagrado en delito, su única condena es ser jubilado y seguir cobrando su sueldo. El Poder Judicial, que pretende juzgar a la corrupción, asegura a sus integrantes una impunidad inadmisible. ¿Con qué derecho semejante poder puede juzgar a alguien?

En los últimos días, y a raíz de la presión de las calles, proyectos de ley han sido votados a todo vapor en el Congreso. Por ejemplo: hace 14 años adormecía en algún rincón del Poder Legislativo una enmienda constitucional que decidía por la apropiación, por parte del Estado nacional, de tierras donde se comprobase la práctica de trabajo esclavo. La esclavitud ha sido abolida por ley en Brasil en 1888. Pero sigue existiendo.

Bueno: 14 años después, esa mudanza legislativa ha sido aprobada en un par de horas. ¿Por qué tardó tanto? ¿Sin el clamor de las calles pasaría algo?

Todo eso puede sonar bien a oídos entusiasmados o ingenuos. Pero hay que ver que, al mismo tiempo, el Congreso brasileño, integrado en buena parte por diputados y senadores de los cuales se puede decir cualquier cosa, menos que sean íntegros y dedicados al interés nacional, aprueba proyectos inviables, absurdos, con tal de satisfacer a la opinión pública. Asume compromisos que nadie podrá cumplir, a nombre de atender a las voces de la calle.

Hay una falta olímpica de credibilidad en las instituciones que deberían asegurar la democracia. Y sobran preguntas que nadie sabe contestar: ¿por qué ocurre lo que ocurre?

Bueno, hubo una, y solamente una, respuesta bastante clara. No partió de ningún sociólogo, ningún politólogo, de ninguno de esos ólogos que son los explicadores de todo. Partió de una hermosa muchacha de Río que se llama Claudia Lisboa, y no es ólogo, sino óloga: astróloga. Ella explica que el país vive un momento de colapso en la carta astral, gracias a la cuadratura entre Urano y Plutón, que es lo que provoca ese aspecto de tensión.

Puede que tenga razón. Pero los que dudan un poco de la precisión de tales cuadraturas se limitan a confirmar que existe un laberinto en el cual vaga, solitaria y buscando un norte, la presidenta Dilma Rousseff.

Enfrenta adversarios y enemigos, y también deslealtades y traiciones entre aliados y en el mismo PT.

Lo que el país vive muestra que lo que está en jaque no es un gobierno, ni un partido, y menos una presidenta.

Es el mismo sistema político, la estructura de las instituciones, el funcionamiento de los partidos, las muchas farsas creadas a nombre de la gobernabilidad.

Brasil es, hoy, un país que se enfrenta a un espejo que le devuelve una imagen que el sistema prefirió seguir desconociendo.