jornada
letraese

Número 204
Jueves 4 de Julio
de 2013



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate


Adicción
y autonomía

La controversia de las drogas

La visión prohibicionista de las drogas indica que éstas representan una gran amenaza para la vida de las personas, por lo que es necesario restringirlas desde el ámbito gubernamental. Sin embargo, el debate actual exige conocer la dimensión real de los daños, ya sea a la salud propia o a la de terceros, que provocan las sustancias psicoactivas. Este ensayo defiende la capacidad individual de elegir si relacionarse o no con las drogas, y sostiene que cada persona puede decidir.

Rafael Fuentes Cortés*

Todos estamos de acuerdo en que el problema de las drogas es uno de los más urgentes que deben resolverse en nuestro país. No sólo representa la fuente principal de violencia en el territorio, sino que además está asociado con una serie de prácticas cotidianas que caracterizan nuestras estructuras de poder, como la corrupción política y el tráfico de influencias. La complejidad del problema rebasa el monopolio que cualquiera pretenda tener sobre su solución y más bien requiere el diálogo y la participación de expertos de distintas disciplinas. ¿Por qué entonces la única respuesta oficial por parte del gobierno federal ha sido la prohibición y la penalización de su posesión y su consumo?
En la literatura especializada, se conoce con el nombre de prohibicionismo a la postura en la que el Estado prohíbe y penaliza, ya sea total o parcialmente, cualquier forma de producción, distribución, posesión y consumo de drogas. Esta postura es un fenómeno relativamente reciente; se remonta a principios del siglo XX, específicamente a 1914, año en que se prohibieron en Estados Unidos la heroína, la cocaína y el opio. Esta prohibición se extendió en 1920 al alcohol (que duró hasta 1933) y en 1937 a la marihuana. El prohibicionista, como lo llamaré, suele argumentar de diversas maneras contra las drogas. La forma más habitual en que lo hace es sostener que las drogas son un problema de salud pública debido a que generan conductas antisociales y dañan a los demás. Sin embargo, el prohibicionista argumenta también en términos del daño que los propios consumidores se ocasionan a sí mismos. Es esta clase de argumentos la que me interesa aquí, no la de los argumentos en términos de daños a terceros.

La pérdida de la autonomía
Es común escuchar que el consumo de drogas es moralmente reprobable debido a los múltiples daños que producen en los individuos que las toman. Así, suele decirse que el consumo intenso de drogas arruina el carácter del ser humano, deteriora la dignidad, agota el sentido de responsabilidad o disminuye la productividad, pero, sobre todo, suele argüirse que quien consume drogas se vuelve un esclavo de ellas, pierde su capacidad para tomar decisiones autónomas así como el control sobre sus propias acciones. La potencia innata de la sustancia convierte inevitablemente al adulto en un adicto. Debido a su adicción, los consumidores deben ser considerados y tratados como enfermos. Esto justifica que se vea el tema de las drogas como un problema de salud pública en el cual tiene que intervenir el Estado. El prohibicionista sostiene entonces que el Estado está legítimamente autorizado para prohibir y penalizar el uso de las drogas en aras de proteger la autonomía individual de los ciudadanos; es decir, tiene la autoridad para restringir la autonomía de quienes quieren consumir drogas con el fin de salvaguardar dicha autonomía. Como lo expresa el filósofo Douglas Husak, "los consumidores de drogas deben ser protegidos de sí mismos".
La intervención por parte del Estado para restringir la autonomía de los ciudadanos en aras de protegerla resulta una propuesta claramente paternalista. El paternalismo es la idea de que la interferencia por parte del Estado (o de un individuo) en la vida privada de un adulto, en contra de su voluntad, se justifica siempre que intenta cometer actos que representan un daño para sí mismo, y defiende que una persona sobre cuya vida privada se ha interferido está mejor que de no haberlo hecho. Una persona que consume drogas realiza una acción que representa un daño a sí misma, puesto que consumir drogas produce adicción y una adicción es una enfermedad. Al ser una enfermedad, el consumidor no tiene control sobre su deseo de tomar drogas ni sobre el comportamiento resultante de su deseo. Por lo tanto, el Estado tiene razones suficientes para intervenir en la vida privada de ese individuo y coaccionarlo para que no consuma drogas.

La adicción y la autonomía
Hay varias observaciones preliminares que pueden hacerse en torno a este argumento. Para empezar, no es cierto que el consumo de una droga produzca necesariamente una adicción. Una prueba de ello se encuentra en la enorme cantidad de personas que consumen alcohol pero que no son alcohólicos. Además, no todas las drogas comparten el mismo nivel de toxicidad, adicción o inseguridad. La marihuana, por ejemplo, es dramáticamente mucho menos adictiva que drogas legales como el alcohol y el tabaco. Quienes sostienen que el consumo de drogas conduce necesariamente a la adicción olvidan que uso no es lo mismo que abuso y, por ello, que el consumo de drogas no es lo mismo que drogadicción.
Con respecto a que la adicción constituye una enfermedad, generalmente se aduce como evidencia a favor que las adicciones conllevan un deterioro físico o un malestar psicológico. La Organización Mundial de la Salud (OMS) enumera los síntomas por los que considera la adicción como una enfermedad: deseo compulsivo de consumir la sustancia, dificultad para interrumpir voluntariamente o moderar el consumo de la sustancia, tolerancia acusada, síndrome de abstinencia cuando se interrumpe el consumo, entre otros. No obstante, ¿constituyen estos "síntomas" realmente indicios de una enfermedad?
Para saberlo, necesitamos formarnos una noción de lo que es una enfermedad. Aunque es un término controvertido, podemos entender a la enfermedad como una condición anormal de un organismo que le impide realizar funciones corporales y que está asociada a signos y síntomas específicos. Las enfermedades pueden producirse ya sea por agentes externos al organismo o por disfunciones internas (como en el caso de las enfermedades autoinmunes). En cualquier caso, las enfermedades son estados que les suceden a las personas con independencia de su voluntad, no situaciones en las que hayan decidido estar. ¿Son las adicciones enfermedades?
Las adicciones se parecen a las enfermedades debido a que pueden producir alteraciones en las funciones normales de un organismo, así como un deterioro físico y psicológico. Sin embargo, una cosa es que la adicción constituya una enfermedad y otra muy distinta que la adicción ocasione enfermedades. La diferencia más importante entre una adicción y una enfermedad radica en que uno no puede adquirir, moderar o abandonar una enfermedad a voluntad, mientras que uno sí puede adquirir, moderar o abandonar voluntariamente una adicción.
En una serie de experimentos realizados en los años setenta, la epidemióloga Lee N. Robins estudió un grupo de 943 veteranos de la guerra de Vietnam seleccionados al azar que habían regresado a su país, de los cuales 495 dieron positivo en una prueba de heroína. Robins y su equipo encontraron que sólo el 14 por ciento de los que se habían vuelto adictos a la heroína durante la guerra continuaron usándola al volver a su país. El resto de los usuarios abandonó sin ningún tipo de tratamiento especial para su adicción a la heroína. La conclusión del experimento fue que el estrés ambiental es un factor mucho más importante en el desarrollo de las adicciones que la potencia de la sustancia. Este experimento, junto con muchos otros similares, ponen en duda la idea de que la adicción sea una enfermedad debido a los casos en que los usuarios han abandonado su adicción a voluntad. Si las adicciones fueran una enfermedad, sencillamente resultados como estos serían imposibles.

¡Simplemente irresistible!
Una consecuencia inaceptable de afirmar que la adicción es una enfermedad consiste en que se elimina por completo la autonomía y la responsabilidad del adicto. La persona adicta no tiene otra opción que seguir consumiendo la droga una vez que la ha probado. No solamente no es responsable de los actos que comente para conseguir la droga o mientras está bajo su influjo, sino que ni siquiera sería responsable de sucumbir ante ella al primer contacto. ¡Simplemente es tan irresistible! La clave para determinar si el argumento prohibicionista es válido o no yace en averiguar si la persona adicta pierde genuinamente su autonomía y el control de sus acciones al consumir una droga.
A todo esto, ¿qué es la autonomía? No conviene concebir la autonomía y la responsabilidad individuales como cuestiones de todo o nada. El prohibicionista piensa de esa manera. Es mucho más productivo imaginarlas como un espectro que va del más al menos. Como sostiene nuevamente Douglas Husak: "una concepción plausible de la autonomía tolera o no algunos grados. Parece que tiene sentido decir que algunas decisiones son más autónomas que otras". Esto nos ayuda a comprender cómo una droga puede vulnerar o disminuir la autonomía de alguien sin eliminar al mismo tiempo la responsabilidad de sus decisiones y actos. Asimismo, es útil pensar en la autonomía como una capacidad que las personas adquieren mientras crecen. Esta capacidad consistiría en poder reflexionar sobre las propias preferencias, deseos y propósitos para aceptarlos, jerarquizarlos o cambiarlos a la luz de la importancia que se les dé a las preferencias y los valores personales.
La autonomía también debería definirse de manera formal, esto es, una decisión debería considerarse autónoma independientemente de cuál sea su objeto o su contenido. Esto permite que cada persona determine cómo quiere modelar su vida o especifique qué cosas son las que considera que le dan un sentido. En resumen, podemos acordar que la autonomía es la capacidad que cada uno tiene de elegir cómo vivir su vida por las razones y motivos que encuentre más convenientes, siempre que no dañe o interfiera con la autonomía de los demás.
Según esta concepción de autonomía, una adicción es más un defecto de la voluntad que una genuina enfermedad. Frecuentemente, la persona adicta tiene plena conciencia que consumir drogas genera una dependencia hacia ellas, pero aún así elige hacerlo porque considera que es un mal menor en comparación con alguna otra situación. Puede responderse que su decisión no es autónoma porque no ha considerado las consecuencias de sus acciones a largo plazo, pero eso no es correcto. Más bien, eso sería decir que su elección no ha sido lo más racional posible, pero eso no disminuye el hecho de que ella ha sido quien ha tomado esa decisión. La adicción es un defecto de la voluntad precisamente porque impide pensar hasta el final las consecuencias de los propios actos, pero no impide que uno tome una decisión.
Si mi argumento es correcto, entonces el prohibicionista no cuenta con bases para afirmar que el Estado tiene la facultad para prohibir y penalizar el consumo de drogas con el pretexto de que son un problema de salud pública porque generan adicción. Por el contrario, su argumento apoya que el Estado no nos reconozca a los ciudadanos como individuos plenos y responsables, que debilite nuestra autonomía individual al intervenir en nuestras decisiones, que nos diga qué hacer con nuestro cuerpo y con las sustancias que podemos introducir en él y que vulnere nuestro derecho a vivir la propia vida de la manera que mejor nos parezca.

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* Maestrante del Posgrado en Filosofía de la UNAM.

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