Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de julio de 2013 Num: 957

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una especie de
resistencia cultural

Paulina Tercero entrevista
con Enrique Serna

Nuno Judice, Premio
Reina Sofía 2013

Enrique Florescano
entre libros

Lorenzo Meyer

Homenaje a
Enrique Florescano

Javier Garciadiego

Los narradores
ante el público

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Nuno Judice,
Premio Reina Sofía 2013

Hace unas semanas se ha entregado con toda justicia en España el selecto Premio Reina Sofía a Nuno Judice, uno de los poetas mayores iberoamericanos. Nacido en 1949 en Mexilhoeira Grande, Portugal, Judice estudió Filología Románica en Universidad Clásica de Lisboa y se doctoró en la Universidad Nueva de Lisboa. Es poeta, ensayista, novelista y traductor. Ha sido traducido al español, italiano, inglés y francés. En buena parte de su obra, la reflexión entre lo que fue y lo que se piensa que fue, el dibujo de las personas y las cosas sencillas que se fijan en su evanescencia, nos causan una honda melancolía. Entre sus libros de poesía: As InumeráveisAguas (1975), Enumeraçao de sombras (1989), Meditaçao sobre ruínas (1995), Teoria Geral do Sentimento (1999), As coisas mais simples (2007). Ha sido espléndidamente traducido al español por Jenaro Talens.Los poemas siguientes han sido revisados por el autor.

Marco Antonio Campos

Fotografía blanca

Veo esta situación con la nitidez del fotógrafo:
posada la cabeza en la mano derecha, un cigarrillo
cautivo en los dedos, la mirada perdida en casi
nada. Invento la imagen que se forma
en tu cabeza, a partir de esa nada: una
nube; y por dentro de esa nube, todas
las formas del sueño. Contra todo, el cielo no
te perturba el pensamiento; tampoco los vientos
que traen y llevan las nubes, como
barcos, en el océano de tu memoria. Y
regreso a la situación inicial: tú, sentada a la
mesa, para que yo te pudiera fijar
con la nitidez del fotógrafo, me miras,
como si yo estuviera enfrente; y
tu mirada apaga el tiempo y la distancia,
desafocando la imagen, como si el humo
del cigarrillo te envolviera el rostro, y
te trajera de vuelta a mí, como
nube, o sueño, que el viento disipa.

¿Lo que es la vida?

El poeta griego que comparó el hombre a las hojas que no duran,
cuando el invierno les robó la esperanza de vivir de acuerdo con
sus deseos, no salió esta tarde para el campo, ni vio el
cuerpo que se interpuso entre el sol y los arbustos, oscureciendo
el cielo con su blancura de nieve primaveral. Preguntó,
mientras, de qué sirve la vida, y para qué sirve la alegría,
si no existe, más allá de ellas, el horizonte dorado del amor;
y alejó de su frente el crepúsculo, diciendo que prefería
la madrugada, luego que el gallo canta, para despertar con
el propio día. Ese poeta, que el polvo de los siglos sepultó,
y no llegó a encontrar, para sus dudas, ninguna
respuesta, aconsejó a los que lo leían que se divirtiesen,
antes de que la muerte los fuera a sorprender. Y me acuerdo, a
veces, de este pedido, al pensar que la memoria de alguien
se puede limitar a una pequeña frase, que puede ser
la más banal de las sentencias, que nos viene a la cabeza en una u otra
circunstancia. Entonces, el poeta griego continúa vivo; y esta
tarde, por detrás de los arbustos, oí su voz en el viento que
por instantes sopló, trayendo con su frescura el sentimiento
que sobrevive a todas las estaciones de una vida humana.

Releyendo a Shelley

En la “Oda al viento del este”, Shelley desearía ser
como una hoja humana, arrastrada por los aires, por entre
las aves y la lluvia que el otoño mezcla cuando
su gris invade los cielos, y nos recuerda que la naturaleza
se asemeja a nosotros en su destino mortal. Sin embargo,
tal como muere, renace; y esta diferencia nos alcanza
cuando, a la primavera siguiente, percibimos
que el tiempo tiñó con su tristeza el ánimo
que debía cantar como el agua de las fuentes, o
reverdecer como los ramos secos. En vano miramos
para los campos, a nuestra vuelta, esperando que
su luz nos empuje hacia dentro de la vida. Pero la sequía
invernal se prolonga en el alma; y un frío continúa
soplando desde el este, como ese viento antiguo que Shelley
cantó. Y veo estas cosas acontecer como
el resultado natural del tiempo. De un lado, nada cambia,
como las aguas del lago que ninguna ola agita,
y los ojos que reflejan el breve azul del mediodía;
de otro lado, los días y las estaciones no cesan
el recorrido que hemos de seguir, subiendo
las escaleras que nos parecen sin término. Y suspendo
la respiración, oyendo un soplo que me acompaña:
¿poema, o murmullo de quién? Y como si me
acompañaras de nuevo, y no estuviera aún lejos
esa primavera de la que tu distancia me aísla.

Versiones de Marco Antonio Campos