Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de julio de 2013 Num: 957

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Una especie de
resistencia cultural

Paulina Tercero entrevista
con Enrique Serna

Nuno Judice, Premio
Reina Sofía 2013

Enrique Florescano
entre libros

Lorenzo Meyer

Homenaje a
Enrique Florescano

Javier Garciadiego

Los narradores
ante el público

José María Espinasa

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
Rodolfo Alonso
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Luis Tovar
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Tintero es limbo (II Y ÚLTIMA)

Decía una querida lectora que para hablar del cine mexicano que no se ha exhibido “haría falta una enciclopedia, y de diez tomos”. Quizá no tantos, pero en el asunto de fondo le asiste toda la razón: son muchas, demasiadas, las películas producidas en tiempos recientes a las que sólo ha tenido acceso un público excesivamente pequeño, diríase marginal, como es el de los festivales.

Si la cifra es alarmante –sesenta y un filmes en cinco años–, más grave aún es el hecho de que tal ausencia involuntaria en las pantallas es producto de un batiburrillo exasperante de leyes que no se cumplen a cabalidad, inercias más propias de mercenarios que de empresarios, hábitos de consumo inducidos y, por sobre todas las cosas, el ramplón, pedestre, omnipotente, coprofílico, sacrosanto y, para Mediomundo, incuestionable afán de ganancias monetarias. Parafraseando a Don Quijote, aquí bien cabría decir –o que el cine mexicano diga–: “con la rentabilidad hemos topado…”

Fuego que te deja frío

Un solo minuto hace que Fogo (2012) exceda la hora de duración, de modo que, con arreglo a cierto criterio, se trataría de un mediometraje y no de un largo. El asunto es que, a contrapelo de su brevedad, no resulta nada sencillo mantener en la butaca, a la hora de verla, ni la misma postura ni atención pareja ni, por desgracia, el natural interés y la expectativa que prácticamente toda película concita en los momentos de su arranque. Como bien lo sabe quien antes haya puesto sus ojos en esta columna, este ponepuntos no es de ningún modo detractor del fraseo cinematográfico de largo aliento; del ritmo pausado a la hora de editar; de la calma e incluso la morosidad con la que algunos directores discurren la mirada por su encuadre; de la demora intencional que va soltando poco a poco la prenda narrativa en lugar de ir a todo trapo, descerrajándola… En síntesis, no reprocha ni muchísimo menos –más bien al contrario– la existencia de un cine indispensable para oponerle algo al menos a la histeria vestida de prisa; al abarrocado burdo que se quiere riqueza pero sólo es amontonamiento sin armonía posible; al vértigo montajista que, lejos de dinamizar, nada más fragmenta y hasta pulveriza una trama… Nada, pues, en contra de aquello que los facilistas de cierta crítica quieren englobar invariablemente bajo ese concepto multiusos, abollado y cada vez más carente de real sentido, es decir, “contemplativo”.  Sin embargo, eso no significa que toda cinta cercana o definitivamente concebida desde tal perspectiva contenga aquello que tanto ese tipo de cine como el otro, el que está en las antípodas, están obligados a suscitar: dicho citando a un clásico, en arte todo se vale, salvo aburrir…


No hay nadie…

Por ahí van los problemas que presenta éste, el segundo largometraje de Yulene Olaizola –antes filmó Paraísos artificiales (2011) y más antes el documental Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo (2008)–: sus pescadores que no pescan, muy poco hablan y aún más poco se desplazan, bien pronto liquidan las posibilidades dramáticas de su espacio abierto/cerrado y, con ello, liquidan también el interés de quien los ve, literalmente, haciendo nada, lo cual no necesariamente sería una falla en términos guionísticos, siempre que la “acción” hubiera sido trasladada del ámbito físico al psicológico y emocional. En ausencia de un conflicto interno bien perceptible, llevado de un alfa a un omega –cosa que no sucede nunca, en cuyo lugar hay algo así como un estancamiento idéntico al que los personajes experimentan en términos geográficos–, y en presencia de un conflicto externo que luce diluido a consecuencia de tanta identidad paisajista y tanto circunloquio icónico, por decirlo de algún modo, Fogo da la sensación de durar el doble, pero sin densidad y sin verdadera miga.

Cine nini

Haroldo Fajardo escribió, dirigió y editó No hay nadie allá afuera (2012), otro filme igualmente económico en su duración de sesenta y dos minutos y medio. Con eso bastó para contar la escasez de una trama que con trabajos amerita ser así llamada: la de un chavo que cumple a la perfección lo que debe tenerse para ser considerado ninini estudia ni trabaja, para quien ignore qué cosa significa–, que anda por ahí rumiando cuitas de amor no correspondido y tocando –horrorosamente– canciones de rock en compañía de su bandita local. Cine nini: ni trama ni personajes ni anécdota sólida ni principio ni final que lo parezcan, para una película que, modificando un poco el sambenito, puede ser llamada contemplable, si se le añade el prefijo “anti”.