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Rumores y fantasmas
¿Q

ué clase de fantasma recorre hoy el mundo?

Parece algo muy distinto al que Marx imaginó en Europa en 1847. Un artículo en The Guardian expresa una opinión al respecto bastante generalizada, sobre todo en la izquierda. En Egipto, lo mismo que en Turquía o Brasil, el cambio surge de la calle… pero le falta organización. Las protestas, tan diversas en cada país, tienen en común que carecen de una base organizativa coherente. A medida que el neoliberalismo vacía de contenido a la democracia y hace irrelevante el sentido del voto “tienden a prosperar movimientos de protesta políticamente incipientes…(que) pueden cambiar estados de ánimo, desechar políticas y derrocar gobiernos”… pero no llegan muy lejos. Resultan llamaradas de petate y fracasan o fuerzas más poderosas los secuestran o desvían (Milne, The Guardian, 2/6/13). Es lo que habría pasado con Ocupa Wall Street y #YoSoy132. Estas rebeliones democráticas urbanas no logran tener la apropiada expresión política porque “faltan aún el programa, las ideas… claridad teórica y política” (Almeyra, La Jornada, 30/6/13).

Comentarios de esta índole vienen a menudo acompañados de diversas formas de descalificación y sospecha. Hay, seguramente, una mano que mueve la cuna. La derecha, evidentemente, quiere socavar la popularidad de los nuevos dirigentes progresistas. La CIA, sin duda, está detrás de las muchedumbres egipcias. Estos comentarios, que siempre tienen algo de verdad, corresponden a la perplejidad de los líderes políticos que denuncia Frai Betto: ¿Quién lidera este movimiento si nosotros no estamos en él? (ALAI-amlatina 6/7/13). Betto piensa que es una perplejidad semejante a la de Marx ante la Comuna de París o la izquierda francesa ante mayo de 1968.

Tras el desconcierto inicial, se ha estado formando cierto consenso entre los analistas. En cuanto a Brasil, se ha hecho evidente la insatisfacción de amplias capas de la población, la creciente distancia entre los partidos y la gente, y la sordera de la clase política ante las múltiples señales de alerta que reflejaban la inquietud popular (Nepomuceno, La Jornada, 24/6/13).

Surgen también consensos en cuanto a las raíces de las movilizaciones. En Brasil, habría fracasado la administración asistencial del neoliberalismo. Avances modestos en la reducción de la pobreza no compensan la desigualdad, una de las más profundas en el mundo (Nadal, La Jornada, 26/6/13 y 3/7/13). Zibechi pone énfasis en el extractivismo urbano y el financiero y en el aumento de la porción del producto que se apropian los dueños del capital. Sería el otoño del progresismo en América Latina ( La Jornada, 24 y 28/6/13).

En la experiencia inmediata, derrocar gobiernos dictatoriales o democráticos parece irrelevante o contraproductivo. La más grande movilización de la corta historia de Eslovenia derrocó democráticamente a su gobierno democrático… y no pasó nada. Los triunfos iniciales de la primavera árabe contra las dictaduras, están aún entre paréntesis y puntos suspensivos… aunque se anuncia un verano caliente tanto en Túnez como en Egipto y el resto del área.

Y sin embargo, lo de hoy no parece ser un mero espectro. No basta ya, como quieren Boaventura de Sousa y tantos otros, una mera profundización de la democracia, haciéndola más participativa e incluyente y redistribuyendo la riqueza generada ( La Jornada, 23/6/13). Lo de hoy, como dice Zibechi, es el comienzo de algo nuevo. Es irrelevante preguntarse por los beneficiarios de la crisis política entre los partidos de la derecha o de la izquierda. Hoy lo real es la calle y ahí se juega el futuro ( La Jornada, 28/6/13). Se juega en una intensa batalla ideológica, cuando capitalistas y trabajadores se disputan a los jóvenes, sostiene Stédile, el dirigente del MST. Nadie sabe cual será el resultado. En cada ciudad, en cada manifestación, precisamos disputar corazones y mentes. Quien se quede fuera se quedará fuera de la historia (Stédile, La Jornada, 25/6/13).

En vez de un fantasma, recorre el mundo un rumor. ¿No habremos entrado en la era de la revolución? ¿Qué tal si…? Como le ocurrió a Marx en 1871, la perplejidad puede convertirse en entusiasmo. Parece que las movilizaciones no son sólo contra un dirigente, una política o una institución sino contra un régimen de acumulación y su forma política. La lucha social no es ya sólo por ciertos derechos afectados o sobre las maneras de distribuir el excedente económico, sino contra la explotación, la injusticia, el capitalismo. Más que pensar en cómo guiar a masas desorientadas, para traerles la verdad revolucionaria de las vanguardias y los iluminados, puede haber llegado la hora en que nos dejemos conducir por los hombres y mujeres ordinarios que se han puesto en movimiento…con su propia claridad teórica y política y su propia organización.

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