Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

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Columnas:
A Lápiz
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Bemol Sostenido
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Cabezalcubo
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Jornada de Poesía
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En el tren de la muerte

Agustín Escobar Ledesma


Migrantes abordando la Bestia, en la estación de Lechería, Tultitlán Fotos: Rafael Gaviria/ archivo La Jornada

Como si viviera en un grabado de Guadalupe Posada, Gladys Mabel ve cómo la sonriente muerte se le acerca lenta e inexorablemente, cabalgando en un esquelético caballo, para mostrarle un siniestro cabo de vela con una llamita a punto de extinguirse.

Por más intentos que realiza, Gladys no puede zafarse de la macabra imagen y a estas alturas también es imposible dar marcha atrás en su temeraria decisión de internarse en la dorada costa de California. Por eso, a pesar de la fría lluvia, se trepó al lomo de la Bestia en Arriaga, en un trayecto de catorce horas a Ixtepec.

Son catorce horas en el lomo de acero del animal; catorce horas de frío, catorce horas de lluvia, catorce horas sin dormir, catorce horas de hambre, catorce horas retorciéndose como chinicuil sobre la fría, mojada, áspera y resbalosa piel de acero de la Bestia; catorce horas más cerca del anhelado american dream.

Ahí mismo viajan alrededor de cuatrocientos migrantes centroamericanos, protegidos de la lluvia con hules y plásticos, hermanados también por la miseria, el dolor, las manos entumidas y manchadas de óxido ferroso.

–¡Vengan!, ¡vengan!, ¡vengan!– claman al unísono las chirriantes y hambrientas ruedas de acero de la Bestia cuyo movimiento ejerce un atrayente campo magnético sobre los cuerpos que viajan cuatro metros arriba.

La fría lluvia impide que Gladys dormite algunos segundos –pestañear le puede costar la vida–; sus manos entumecidas se aferran a los resbalosos salientes del ferrocarril; despierta, bien despierta, escucha el monótono concierto de las incesantes y copiosas gotas que bailan sobre los cuerpos de los centroamericanos.

Los orígenes

Gladys Mabel exorciza la imagen de la parca con pensamientos que se posan en el calor tropical de El Salvador, aterrizándola temporalmente a finales de la década de los noventa del siglo pasado, cuando combatió en las Fuerzas Armadas de Liberación, al lado de Schafick Handal, el comandante Simón, por un país donde valiera la pena vivir, donde todos los salvadoreños y salvadoreñas gozaran de los mismos derechos.

Ahora son otros tiempos. Hoy, a sus cuarenta años de edad, la realidad de Gladys está sobre el lomo de la Bestia, lugar en el que viaja con Arnulfo, su compañero, en busca de otro destino, al igual que lo hacen diariamente trescientos o más salvadoreños que salen rumbo al norte con una mano atrás y otra adelante.

La sagrada familia

En este oscuro y tormentoso día, los negros ojos de Gladys se abren desmesurados, sorprendidos por la violencia de la naturaleza. Las lágrimas, sus lágrimas, surcan su moreno rostro bañado por la lluvia; la angustia y la desesperanza corren por el mismo arroyo al recordar el asesinato de su hermano, José Misael, quien durante el conflicto bélico formara parte del ejército. En 2006 José Misael fue asesinado a balazos en la finca cafetalera de Santa Rita Comasagüa.


Unos cuantos meses después, Juana Maribel, esposa de José Misael, fue asesinada, al igual que Cecilia Grande, una amiga que iba con ella a bordo de un microbús; los tres pequeños hijos de Juana Maribel fungieron como aterrorizados e impotentes testigos.

Todavía no pasaba una semana del homicidio de Juana Maribel, cuando el papá de Gladys, Joel, en una accidental caída se partió la cabeza y falleció enseguida. Y el colmo fue cuando, a los ocho meses de la lamentable muerte de su papá, falleció de depresión Lidia, esposa del difunto y mamá de Gladys.

La esperanza

Gladys busca la luz en su vida de manera desesperada, un clavo ardiente para agarrarse; fue por eso que trazó con firmeza la idea de cruzar las líquidas fronteras del río Suchiate y el río Bravo, porque Arnulfo le prometió que llegarían con sus parientes que viven en Califas.

Y es que, después de que el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional depusiera las armas, Gladys regresó a su patria chica situada en las orillas del lago Ilopango. Ahí aprendió a ganarse la vida trabajando de costurera, zurciendo roturas y rasgaduras con una antigua máquina Singer.

En los días difuntos, en los que ni las mosquitas muertas se paraban en su taller de costura, Gladys buscaba trabajo de lavatrastes en los restaurantes o de empleada doméstica en las casas de los pudientes. Cuando mucho lo que más llegaba a ganar eran dos dólares diarios, cantidad que apenas si alcanzaba para popusas.

Gladys nunca quiso registrase ante ninguna instancia después de la guerrilla del FMLN, porque sabía que la postguerra es la etapa más peligrosa de cualquier conflicto bélico, más riesgoso que andar armada entre las montañas; varios de sus compañeros que depusieron las armas después fueron asesinados.

Frontera del terror

Gladys sabe que se enfrenta a la más formidable y amorfa de las fronteras del mundo, en la que el terror se crea, no se destruye y, además, se transforma. México es un inmenso territorio fronterizo sembrado de agentes que secuestran, extorsionan, violan, asesinan y descuartizan; la frontera del terror no reconoce ninguna forma de dignidad humana porque ha convertido a los migrantes en mercancía.

El opio

El frío y la lluvia no cesan; Gladys Mabel soporta estoicamente su dura realidad, para encontrar alivio a su situación se sumerge en la palabra del Señor, porque Gladys, a pesar de haber sido combatiente de FMLN es cristiana y confía más en sus creencias que en las frases célebres, como aquella de Marx que señala que la religión es el opio del pueblo.

La etapa atea y marxista de Gladys pasó a segundo plano desde que perdió a su hermano, a su cuñada, a su papá y a su mamá; ante tanto dolor encontró refugio en la Biblia y ante la pobreza su única alternativa es el incierto y peligroso camino a las doradas costas de California; camino minado con macabras imágenes ¿premonitorias?, como la amenazante calaca cabalgante que le muestra, cada vez que entrecierra los ojos, un cabo de vela a punto de extinguirse.