Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
@LabAlonso

La música del hambre

Cosa extraña: estamos en Oakland, California, a veinte minutos de San Francisco, en la presentación del musical Mamma Mia que diez niños muestran en una pequeña escuela luego de una semana de campamento teatral. Es una adaptación que reduce el argumento al mínimo, aunque los obliga a cantar y bailar media docena de canciones con cambios de vestuario, escenografía e iluminación. Todo está planeado para que sus padres, sonrientes y con flores listas en el regazo, observen la transformación que puede ocurrir en ellos tras pisar un escenario, tras poner el cuerpo y la voz al servicio de una realidad distinta. ¿Qué tiene esto de relevante en una columna musical de La Jornada Semanal, suplemento mexicano? Mucho. Esos niños no tienen hambre.

Sanos y alertas, tienen una seguridad que, tristemente, no es fácil de hallar en otras latitudes. No hablamos de una zona rica de los suburbios estadunidenses, por cierto, sino de una muestra multirracial de clase media tirando a baja. Porque sí, ya se sabe, también hay pobreza en Estados Unidos y en muchos países que presumen macroeconomías positivas, ocultando una polarización resplandeciente en la punta de la pirámide, terrible y oscura en su gran base. De hecho, tanto en Oakland como en Berkeley y San Francisco aumenta el número de gente sin hogar, hurgando en los basureros, mendigando en las calles; de músicos que apenas sobreviven bajo sus harapos.

Viendo a esos niños, decíamos, nos inquieta que en México insistamos tanto en el valor de una buena educación, de la inclusión de más elementos artísticos en su currícula; en la importancia de dar información con maneras de articularla para desarrollar empatía, afecto, tolerancia y respeto, pero olvidando algo fundamental: ninguna de esas cosas se puede lograr con hambre. Lo que nos lleva a algo que escuchamos recientemente en voz de un analista: en nuestro territorio la escuela ha dejado de funcionar como un espacio de equilibrio e igualdad social debido al reducidísimo porcentaje de quienes terminan sus diferentes ciclos por impedimentos relacionados con la pobreza.

Para decirlo dolorosa y poéticamente, recurriremos a un texto del libro Berenice, de Francisco Torres Córdova, amigo y pluma en este mismo suplemento: “Ávida el hambre/ tiende sus raíces en el alma/ socava los sosiegos de la noche/ y adultera el tacto de la luz/ día a día siglo por siglo/ corrompe el impulso musical/ del agua corazón.”

Es así que, sujetos a la insatisfacción alimentaria, el espíritu, el intelecto y el cuerpo se corrompen impidiendo cualquier plan. Con esa necesidad primaria cubierta, en sentido contrario, todo es posible. ¿Apetito, anhelo, deseo? Saciarlos implica restaurarse en más de un sentido. Evitando el lastre del hambre se puede andar, hacer camino. Con él, sólo queda marchitarse. Por ello, que los salarios más altos y los más bajos en nuestro país se diferencien cuarenta veces resulta más grave al hecho de que sindicatos y autoridades se enfrasquen en batallas ajenas a quienes pisan las aulas o, por supuesto, de que en ellas se ignoren programas artísticos. Con tal comportamiento político, ¿cómo confiar en reformas educativas y energéticas?, ¿o en demagógicos proyectos contra el hambre liderados por un presidente que no puede hablar y una representante de desarrollo social indolente, incapaz de sustraerse a la corrupción?

Comparemos ese taller infantil de Oakland, por ejemplo, con lo que ocurre en una escuela de arte comunitario de Xoxocotla, Morelos, que visitamos recientemente. Allí, nos dijeron sus directores, se batalla diariamente, no con el aprendizaje de una obra musical a desarrollarse sobre una tabla retorcida, sino con el entendimiento de palabras básicas para comunicarse. Carencia derivada de la mala alimentación y de otras múltiples frustraciones, y que debido a ella el lenguaje –y con él el pensamiento– se resquebraja al borde del vacío. Es así como la instrucción matemática, lingüística o musical termina siendo un paliativo débil, superficial y pasajero cuyas raíces mueren sin haber alcanzado profundidad.

Finalmente, tenemos ganas de decir esto: escribiendo para quien compra un periódico y nos lee con un café en la mano, se justifica que semanalmente hablemos de músicas y artistas cuyos discos y conciertos podemos pagar de vez en cuando. Escribiendo para quien nunca nos leerá, para quienes viven –mueren– sin el sustento básico, sin embargo, no queda sino guardar silencio y amplificar acciones fuera de estas páginas, sumándonos directa o indirectamente a la lucha por desaparecer el hambre. Con ella no hay acorde que dure. Buen domingo.