Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

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Columnas:
A Lápiz
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Naief Yehya
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Bemol Sostenido
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Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Juan Domingo Argüelles

¿Poesía eres tú?

¿Qué es poesía? Si prescindimos de Bécquer y de su famoso lugar común (“Poesía eres tú”), la definición de “poesía” que da el diccionario es de una vaguedad escalofriante:  “Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”.

Los definidores pueden atreverse a muchas cosas, pero en el caso de la poesía ni siquiera los grandes poetas se atreven a definirla. Es célebre la respuesta que le dio Federico García Lorca a Gerardo Diego, al referirse a su poética:  “Pero, ¿qué voy a decir yo de la poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura. Yo comprendo todas las poéticas; podría hablar de ellas si no cambiara de opinión cada cinco minutos. No sé. Puede que algún día me guste la poesía mala muchísimo, como me gusta (nos gusta) hoy la música mala con locura. Quemaré el Partenón por la noche para empezar a levantarlo por la mañana y no terminarlo nunca.”

Ni el mismo Roman Jakobson –uno de los mayores investigadores teóricos de la poética y de lo poético– se atreve a dar una definición concluyente. De manera más que sensata, se pregunta y responde: “¿Qué es poesía? Si queremos definir esta noción, debemos oponerle lo que no es poesía. Pero decir lo que la poesía no es, no es hoy tan sencillo. La frontera que separa la obra poética de lo que no es obra poética es más inestable que la frontera de los territorios administrativos de China.” Otro teórico de la poética, Tzvetan Tódorov, ha dicho que es imposible o al menos insensato ofrecer “una definición pragmática de la poesía”.


Ilustración de Juan G. Puga

Podría pensarse que la solución es dejar lo general e ir a lo particular y, entonces, definir no ya la “poesía” sino el “poema”. Pero tampoco es tan simple. Decir que un poema es “un artefacto verbal, en verso o en prosa, a través del cual se expresa una emoción”, es francamente no decir nada, porque esto puede aplicarse a cualquier texto. Seguir hablando de “manifestación de la belleza”, como lo hacen los diccionarios y las enciclopedias, puede ser sólo revelador de que los lexicógrafos no leen –ni comprenden– la poesía actual.

Mucha gente (a pesar de que hay diversas formas de leer) no sabe leer poesía porque no ha aprendido a distinguirla. En un conocido epigrama (“Prosa y poesía”), Eduardo Lizalde sitúa el problema con implacable sarcasmo: “La prosa es bella/ –dicen los lectores–./ La poesía es tediosa:/ no hay en ella argumento./ Eso quiere decir que los lectores/ tampoco entienden la prosa.”

En su Diccionario –cada vez más blandengue–, la Real Academia Española define lo poético como aquello que manifiesta o expresa en alto grado las cualidades propias de la poesía, en especial las de la lírica: idealidad, espiritualidad y belleza. Pero José Emilio Pacheco seguirá teniendo razón (en su “Disertación sobre la consonancia”):  “Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano/ que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;/ aunque parta de ella y la atesore y la saquee,/ lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último/ poco tiene en común con La Poesía, llamada así/ por académicos y preceptistas de otro tiempo./ Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición/ que amplíe los límites (si aún existen límites),/ algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos./ Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)/ que evite las sorpresas y cóleras de quienes/ –tan razonablemente– leen un poema y dicen:/ ‘Esto ya no es poesía’.”

La sabia ironía de Pacheco encuentra eco en Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977), quien, en “La incertidumbre de llamarte poema”, expresa: “El nombre de las cosas debería cambiar/ según el ánimo de quien las mira./ Palabras camaleón/ adecuadas al humor que nunca es el mismo./[...] La noche es principio,/ fin, casa,/ corredor con puertas cerradas,/ llave que no abre./ Y justo en este instante/ no pueden llamarme de forma alguna:/ estoy en espera de quien sepa nombrarme”.

Tal como afirma Boone, la poesía cambia según el ánimo de quien la lee, pero también según el lector: el tipo de lector que no siempre es el mismo, que nunca ha sido el mismo. A cada tiempo corresponde su poesía y su lectura. Y mucha es la poesía que está en espera de quien sepa nombrarla y comprenderla.