Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de julio de 2013 Num: 958

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Geometría de la música y armónicos de la pintura
Norma Ávila Jiménez

Recetario
Fernando Uranga

La flor del café
Guillermo Landa

En el tren de la muerte
Agustín Escobar Ledesma

Elsa Cross: el mapa del amor y sus senderos
Antonio Valle

Madiba Mandela
Leandro Arellano

Con Nelson Mandela
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

La infamia

En ese turbio conciliábulo de poderes económicos, eclesiales, políticos y sobre todo mediáticos que dictan la realidad que nos acogota a los mexicanos, flota una máxima implícita: que nada cambie. Que el lumpenaje siga deslizando en peldaños de miseria. Que los impunes de siempre sigan disfrutando las mieles de la ausencia de escrúpulos; que el erario público siga siendo usado para el enriquecimiento criminal de algunos usando argucias, caretas, prestanombres, contratos con maña, empresas fantasma: que la historia de México, en fin, siga trazada por infamias, por actos de horror, por abuso y explotación, por las más variadas expresiones del desprecio al que tiene menos, sabe menos, puede menos. El clasismo y el racismo instalados como rancias maneras de convivencia tienen en el México postmoderno diversas expresiones que van desde el modelaje de la belleza ajena al mestizaje mexicano que siempre han preconizado los medios, el cine y sobre todo la televisión, hasta el revanchismo de clase en el que se apoya buena parte del aparato político: cada tanto, durante procesos electorales, vastos sectores populares comprados vulgarmente por el Partido Revolucionario Institucional –gremios como los taxistas en Veracruz, como los vendedores ambulantes en el Distrito Federal, como maestros, policías y hasta soldados de civil en Oaxaca, Chiapas, Guerrero– se convierten en momentáneos grupos de choque, en hordas que gritan consignas en mítines y amedrentan o agreden a opositores al sempiterno, monolítico, viejo PRI que nunca cambió, que siempre estuvo allí como lo bocetó con ironía inocentemente malintencionada Augusto Monterroso.

La televisión, disociada de la realidad del país pero asociada en multimillonarios negocios con el gobernante en turno –siempre que ese gobernante no sea un rijoso inconsecuente de verdadera izquierda– cierra los ojos a las infamias de la farsa electorera que vivió México hace una semana y nos platica otro país donde por todos lados surgen atildados funcionarios hablando de jornadas ejemplares, quizá admitiendo algún “hecho aislado”, pero que no “daña el proceso” ni, desde luego, cambia los resultados: seguir en el poder por el poder, por el dinero, porque sí. Por sus huevos.

Las infamias, los crímenes cometidos una y otra vez durante los procesos electorales suelen quedar impunes por parte de sus perpetradores. Las autoridades electorales mexicanas, el Instituto Federal Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, perteneciente a la Procuraduría General de la República, en lugar de efectivamente regular el desarrollo de las elecciones en México, de que las campañas de los partidos se ciñan a la legislación vigente y de que en los hechos el sufragio sea respetado, son vulgares comparsas habitadas por testaferros gubernamentales, politicastros que siempre deben a otro el puesto, el sueldo, el bono o el silencio y, en una realidad horrible, nauseabunda, son la encarnación de cómo el poder público es capaz de envilecerse, de prostituir cualquier vestigio de ideal democrático y de convertir el precepto básico de la conservación ímproba de la convivencia política en un chiquero de maquillajes, frases huecas, ladrones de corbata y mucho discurso, y de que el gobierno y sus presuntos organismos de fiscalización, sobre todo en esto de respetar a los ciudadanos el derecho a votar, y en ello a echar del poder al ratero inútil, no son más que una misma pandilla criminal.

Quema y robo de urnas, presencia de rufianes armados, de grupos de choque listos a entrarle a varillazos a la ciudadanía, indebidas, arbitrarias actuaciones policíacas y hasta asesinatos, además de inexplicables fallas informáticas y anomalías estadísticas, todas favorecedoras del sindicato corrupto de mafiosos que es ese PRI que nunca pierde, fueron la constante en las elecciones que se efectuaron en poco más de una docena de entidades federativas. Colofón a tanto acto criminal, a tanta providencial ejemplo de lo que representa la odiosa palabra “corrupción”, el vocinglero triunfalismo de los perpetradores, como Javier Duarte en Veracruz, Rafael Moreno en Puebla o Mario López en Sinaloa, quienes no contentos con haber empollado un huevo podrido, lo cacarean, como si robarle al pueblo el derecho a elegir fuera, en verdad, una jodida proeza. Pero siempre, claro, allí la telenovela, el partido de fut, el chisme jugoso, de putas y padrotes, para que nada más importe.